El silencio es abrumador a esas horas de la madrugada, cuando Angus Sinclair se calza sus botas de caucho, carga los aparejos de pesca y se dirige a su pequeña embarcación, tal como ha hecho prácticamente todos los días desde que tiene memoria.
Ahora ronda los sesenta y se enorgullece de haber dedicado su vida a la tierra que le vio nacer. Desde que terminara sus estudios y regresara convertido en pastor de la Auld Kirk, no volvería a abandonarla, salvo para el bautismo de su hija, en Sant Andrew y cuando, quince años después, tuvo que volver a Inverness, a rescatarla de las zarpas de aquel maldito sassenach, el diablo le confunda, que quiso llevársela a Londres.
El gran lago es un remanso de paz y, la bruma matutina, con su manto lechoso, lo protege de lo que más tarde vendrá: hordas de curiosos con sus máquinas fotográficas, clubs deportivos y embarcaciones de recreo, turistas en busca de un recuerdo, escritores sin inspiración y todo tipo de gentes atraídas por un misterio que, hoy por hoy, resulta ser uno de los más importantes motores económicos de las Tierras Altas. Todo un modo de vida, muy distinto al que el reverendo Sinclair intenta preservar en su comunidad, una aislada parroquia asomada a las oscuras aguas del lago Ness y en cuyo seno, ciertos valores anclados en la profundidad del tiempo y la tradición cobran importancia por su pureza, como la de ese instante previo al amanecer.
Cuando la vida comienza en la pequeña localidad, Angus ya está mercadeando su pesca en lo de McLeod, visitando a los ancianos y enfermos o simplemente compadreando con alguno de sus vecinos. Y es que, el reverendo es un hombre estimado, sobre todo después de que su esposa falleciera. Fue un accidente horrible. Ardió en el interior de un viejo cobertizo, en el que guardaban aceites y combustible para la embarcación. Se desconoce la causa del incendio pero, cuando al fin se dio la voz de alarma, a duras penas pudo evitarse que las llamas se propagasen a la casa, donde únicamente estaba la hija recién nacida del matrimonio. El reverendo se mortificó durante mucho tiempo por no haber estado allí y, a partir de aquel día, se dedicó en cuerpo y alma a sus feligreses y a su pequeña Edwinne.
Poca gente de la aldea había llegado a ver a la niña fuera de la eucaristía mensual. Su padre, excesivamente celoso de caducos preceptos morales, la mantenía alejada de cualquier perniciosa influencia exterior. Incluso de la escuela local, pues Angus Sinclair, docto en teología, consideraba que las enseñanzas contenidas en la Biblia, junto a escogidas lecciones de urbanidad y lectura, eran más que suficientes para su educación, sobrando esas ciencias matemáticas y naturales, que únicamente podrían infundir confusión o curiosidad ante el pecado. Los feligreses bromeaban entre ellos, diciendo que se había visto más veces al monstruo que a la hija de Sinclair.
Por eso a nadie le sorprendió su marcha, un tiempo después de que su padre la trajera de vuelta de aquella efímera aventura con el joven veterinario londinense, al que tampoco se volvió a ver. Con toda seguridad, la pareja había logrado, en un segundo intento, poner tierra suficiente de por medio ante el obsesivo afán protector del reverendo.
Ahora, Angus Sinclair está solo, con sus parroquianos y… con su monstruo. Ese monstruo que, en sus sermones, cuando el whisky ha exacerbado su fervor religioso, dice tener en lo más recóndito de su casa, de su corazón, y que sólo gracias a una férrea convicción y al poder de la oración, está en condiciones de conjurar. Una criatura no tan diferente de esa otra que todo el mundo espera ver en los cruceros que recorren el lago hasta el castillo de Urquhart, porque se oculta en lo más profundo, en lo más ignoto, ya sea de las Highlands, o del alma humana.
Y es que nadie en el pueblo cree en la existencia de la bestia, al menos en la intimidad, pues de puertas afuera es muy frecuente contar leyendas, anécdotas e historias que estimulen la imaginación de quien las escucha y, de paso, su generosidad. Todo el mundo especula con ello, incluso los más escépticos. Es muy difícil sustraerse a algo tan arraigado en estas tierras.
Pero el reverendo conoce a sus parroquianos y sabe que, el que más y el que menos, guarda su monstruo en el sótano, oculto tras una pared de rancias costumbres, de tradiciones ancestrales. Y por eso reza por ellos, para salvar su alma del pecado que, sin saberlo, pudre sus cimientos, construidos a base de superstición, y no de verdadera fe.
El resto de la tarde, transcurre para el ministro de Dios entre las paredes de su iglesia, poniendo orden en los asuntos mundanos que requieren la atención de un párroco, hasta que, al anochecer, regresa por fin a su morada, una casona restaurada del siglo XVIII, aislada del resto y con embarcadero propio.
Después de asearse, hacer sus oraciones y engullir una cena frugal, el reverendo toma la Biblia y se sienta frente a la gran chimenea. El punto de lectura abre las páginas por el libro de Romanos…
«Y yo sé que en mi carne no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no así el hacerlo»
Sus ojos reflejan el ardor de las llamas, su mirada, la fría penumbra del salón. Entonces se levanta, hierático, y se dirige a su dormitorio. Se despoja de sus vestiduras frente al espejo, contemplando la imagen de un hombre enjuto, cuya piel, marcada por numerosas cicatrices, parece el pergamino de un libro prohibido. Lentamente, desata las correas que aprietan el cilicio contra su carne. Entre restos de sangre seca, aparece un lema tatuado en la piel: «Nec tamen consumebatur». Después, saca un pequeño envoltorio de la cómoda y abandona la alcoba. En la cocina, abre el frigorífico. La luz que sale del aparato ilumina su cuerpo desnudo en la oscuridad, creando una imagen fantasmagórica entre los muros de grandes sillares y los antiguos muebles de roble, oscurecidos por el tiempo. Las viejas heridas le hace parecer un mártir… o un demonio. Coge del interior una escudilla, con el último pescado que ha obtenido en su salida matutina y baja al sótano de la casa.
Una única bombilla velada por el polvo, hiere cobardemente las tinieblas y, entonces, a la llamada del hombre, un par de pupilas brillan al fondo. En cuando el olor a pescado fresco penetra en las sombras, una cadena se tensa, la viga de madera que la sujeta emite un chasquido seco y, una figura humana, entra en el cono de luz. Harapos mugrientos cubren sus carnes y enmarañada melena su rostro hosco, perdido entre el odio y la locura. El brusco movimiento trae consigo un olor acre, a heces y sudor de muchos meses, a terror de muchos años. Cuando el reverendo deja su ración de comida diaria en el suelo, unas pequeñas y huesudas manos la engarfian con ansiedad.
—Te he comprado esto donde McLeod… Él es de los que no hacen preguntas.
El reverendo deja el envoltorio junto al pescado.
—Hemos de asear esto un poco… ahora que estás mejor… Me alegro de que hayas dejado de gimotear y… de hacerte daño… Creo que ya has purgado tu pecado… Igual que tu madre purgó el suyo… y se purificó en las llamas. Ahora todo será más fácil… ¡Vamos, mira lo que te he traído!
Los pequeños garfios detienen su movimiento y un rostro surge de la maraña oscura.
—Todos los días les hablo de ti, y de mí… Aunque no me escuchen… Les hablo del pecado, de la redención… Porque el pecado te obliga a hacer cosas… que no quieres… ¡Pero te redimes!... cuando evitas otro pecado mayor… ¡Maldito sea ese condenado sassenach!... Pero no importa, ahora todo está bien, ya nos hemos reconciliado con el monstruo… Si te portas bien podrás volver a tu cuarto… Este agujero es muy húmedo.
El reverendo desata el cordel que anuda el paquete y extiende su contenido, un vestido liviano, con flores estampadas y pecho fruncido.
Edwinne deja de masticar y eleva su mirada hasta los ojos del pastor. Una mirada que habla de miedo, pero también de esperanza. De miedo al dolor, a la tortura, de esperanza en unas palabras que nuca antes había escuchado. El ser humano, o no humano, que ha convertido su vida en un infierno en el que la única salida era una muerte inalcanzable, de repente abre una luz y le ofrece aquello que más anhela: el fin de la oscuridad, del dolor.
Edwinne se yergue, lentamente, sujetando aún el chorreante pescado, medio destripado, muy cerca de su boca.
—Eso es… Ya no habrá más dolor. Yo cuidaré de ti… Mírame… No escondo nada.
Edwinne observa el cuerpo del hombre y sus cicatrices. Al cabo, suelta el pescado y enjuga, con el dorso de la mano, algo de sangre que se desliza por su comisura. Luego frota las palmas en su mugrienta camisa. Sin apartar los ojos del reverendo, con una desesperada súplica en la mirada, sujeta la parte inferior de la prenda y levanta los brazos hasta sacarla por la cabeza. Queda desnuda en la penumbra. Angus Sinclair inclina la luz hacia el cuerpo menudo, surcado de antiguos y profundos arañazos.
—Ya no es necesario que te mortifiques más… El monstruo ya no está… Espera, no te cubras… Déjame… tocar tu piel… sólo… un instante más.
Vaya monstruo más terrible, desde luego los peores monstruos se esconden en los lugares más insospechados.
ResponderEliminarMuy bien creada esa atmósfera oscura y ese descubrir poco a poco quién es el verdadero monstruo, ese hombre obsesivo y vengativo que se muestra como el hacedor de bienestar en público y para los suyos es la maldad.
Pobre Edwina, espero que pueda liberarse.
Un saludo Isidoro
Los peores monstruos están en nuestro interior. He querido, con la ambientación en el lago Ness, despistar y al mismo tiempo remarcar esa idea. Además me ha servido de marco incomparable para crear ese ambiente oscuro. Un mundo de leyendas, algunas demasiado reales
EliminarMuchas gracias por leerme, Conxita y por escribirme tus impresiones. Besos
Es cierto que los monstruos más terribles habitan en nuestro interior y el fanatismo es su mejor alimento. Muy bien elegido el escenario, que me parece una estupenda metáfora de nuestros lagos secretos, nuestro subconsciente, que esconde en sus profundidades nuestras pasiones más perversas, aquello que nos ocultamos a nosotros mismos. Un relato francamente bueno, Isidoro. Mis felicitaciones.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte
La verdad es que es un relato terrible, que explora los rincones más perversos del alma, esos lagos subterráneos que, como tú dices, a veces son tan profundos que, ni nosotros mismos conocemos los mostruos que albergan. Ahora que, quizá la historia no termine ahí... No sé, ya veremos...
EliminarFeliz verano, Ana. Un beso enorme
Bestial, Isidoro. Todas las casas tienen un monstruo en el sótano, si bien aquí es el que vive arriba. Una narración intensa, como no podía ser de otra manera. Pero me quedo con ese final que dice tantas cosas, no solo revela una realidad terrible sino una relación perturbadora. Ese incesto que hasta ese momento parecía forzado, parece no serlo, redimensionando la figura del reverendo: pecador atormentado incapaz de resistir sus deseos. La ponzoña de la historia es de esas que se te queda pegada a la espalda. Impresionante relato. Un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias, David. Así es. Aunque se trata de un relato clásico en el género, el del pervertido que mantiene secuestrada a su víctima en el sótano, he querido aportar mi interpretación con la ambientación y la historia particular del reverendo, haciendo incapie en el hecho de que, como siempre, una misma pregunta, puede tener varias respuestas, ja ja
EliminarSobre el final, pensé que sería muy plausible la introducción de un posible síndrome de Estocolmo que, como dices, redimensionaría la figura del reverendo y me daría ese final abierto e inquietante.
Me alegro que te haya gustado compañero. Un fuerte abrazo y de nuevo muchas gracias por tu tiempo
Un cuento con un atmósfera inquietante que, al principio, se mueve en las fronteras imprecisas entre lo real y lo irreal, y en la recta final todos los hedores del sótano emergen. La iglesia, las apariencias, la indiferencia del pueblo, el pecado y el horror.
ResponderEliminarHas bordado Isidoro tanto el clima como el climax con un increscendo propio de un buen cuentista de terror.
¡Así se escribe compañero!
Bueno, no tiene mucho mérito, ja ja. Toma los conceptos Leyenda, Monstruos, Pecado, Castigo, Iglesia, Costumbre... y tenemos un auténtico cuento de terror, ja ja. Si lo colocas todo a orillas del carismático Lago Ness, ¡voilà! Pero vamos, puedes seguir diciédome estas cosas, hace que no pare de darle al coco para ofreceros en cada entrada algo digno. Muchas gracias, Isabel, por estar ahí. Un beso grande, feliz verano
EliminarSí que tiene mérito, que sí, que sí, Isidoro :)
ResponderEliminarTras mucho tiempo, aquí estoy. Como me dijiste una vez tú a mí, siempre estarás en mi lista de lectura, ya tarde semanas o meses en leerte, te aseguro que nunca dejaré de hacerlo.
ResponderEliminarCada vez que me pongo a comentar uno de tus relatos, no sé qué decir, porque prácticamente ya lo he dicho todo sobre lo que me gusta en tu forma de escribir y tus historias. Me parece impresionante la capacidad que tienes para hablar de cualquier tema, o de meterte en el mundo que deseas: la pesca, iglesia, boxeo, mafia, época, etc. Cualquiera de ellos lo bordas, imagino que aparte de por imaginación y oficio de escritor, también por una seria documentación. Asimismo, esta misma capacidad también se le puede atribuir a la amplia gama de géneros en la que te mueves, bordando cada uno de ellos.
Esta historia empieza como un drama, y como no vi en que sección de género estaba, pensé que así sería... Pero no es hasta el final final, hasta ese momento en el que se revela algo que apenas se empieza a sospechar cuando el hombre llega a su casa y coge el pescado que queda claro que no es para él, cuando me di cuenta de que la historia era más que un drama, y de pronto me encuentro ante una historia de terror. Y too ello lo haces sin aviso previo, porque aunque hablas de ello, no nos dejas exactamente miguitas. Conseguiste ocultar muy bien la verdad.
Lo que nos hace seguir leyendo un párrafo tras otro, a parte de esa narración tan fluida, más que la tensión, es el misterio de lo que en realidad nos quieres contar, y sobre todo, como en cada uno de los párrafos, bien compuestos y pensados, nos cuentas algo así como una pequeña historia que en mi caso, habría necesitado mucho más espacio. Genial.
Un abrazo, Compañero.
¡Cuanto me alegro de leerte, compañero! Muchas gracias por los elogios.
EliminarSabes, de camino al trabajo, alguna vez coincido en el tren con un chico que escribe... Pero con boli, y en el típico cuaderno de espiral, que llena de letrujas y tachones... Por esas extrañas asociaciones que hace la mente, cuando le veo, me acuerdo de tí. Aunque podíamos ser cualquiera de nosotros. Hagamos lo que hagamos, nuestra mente inquieta no dejará de viajar y nuestra mano de escribir. Tú eres de los primeros que conocí en este camino y, siempre que coincidamos en él, será para mí un orgullo y un placer.
Ahora mismo no sé si has publicado algo porque la versión móvil del blog no lleva los enlaces y el retraso que llevo me tiene un poco descolgado, pero si lo has hecho, te leeré cuando llegue... Ya sabes, como dice José Carlos, el caballo del malo va lento, pero seguro.
Ah, y si no ves el relato en la sección que corresponde es porque no lo he puesto... El tiempo no dio para más, je je. Gracias por haberlo mencionado
Un fuerte abrazo, compañero de viaje y nos vemos en la próxima parada
Nos has despistado, como es costumbre en tí, y mira que no aprendemos. El monstruo del sótano que al principio era una figura retórica, resulta que era literal, aunque más monstruoso es el reverendo que su hija, desde luego. Has escogido muy bien la ambientación en tierras escocesas llenas de leyendas, que utilizas para recrear esos monstruos interiores que todos tenemos, en contraposición al monstruo del lago Ness. Nos dejas un alegato contra el fanatismo religioso que se sirve de cualquier medio por muy truculento que sea para justificar sus fines y exorcizar sus miedos.
ResponderEliminarComo siempre los pequeños detalles están cuidados al máximo, la denominación de la iglesia escocesa por su nombre en escocés, The Kirk; el lema en latín de la institución; o el vocablo sassenach utilizado por los escoceses para referirse a los ingleses, son algunos ejemplos. Un esfuerzo de documentación que siempre subyace en todos tus relatos.
Al final el fanático reverendo no deja de ser esclavo de sus pasiones más reprimidas, algo que por otro lado suele ser habitual, para las cuales ha encontrado justificación por el castigo que en su mente deformada merecía su hija.
Un abrazo compañero, y no trabajes tanto que se te ve muy perdido últimamente en medio de tus quehaceres laborales :).
Pues si a estas alturas, todavía sorprendo, es un punto a mi favor, ja ja. Efectivamente, el monstruo no siempre es quien lo parece y, en este Lago Ness tienen un buen ejemplo. Como siempre, tu comentario, amigo Jorge, da en el clavo en todos los aspectos, incluidos esos detalles que, como muy bien observas, me gusta cuidar, aunque muchas veces pasen desapercibidos. Por eso es una doble satisfacción cuando alguien lo menciona. Muchas gracias. El lema de la Iglesia escocesa tatuado en la piel del reverendo es uno de ellos: en latín, "Aún así no se consumía", bastante elocuente si tenemos en cuenta lo que ardía sin consumirse en el alma del eclesiástico, esclavo, como de nuevo acertadamente mencionas, de sus pasiones, e Incapaz de liberarse de ellas, como deja patente la última frase.
EliminarEs verdad que estoy un poco perdido, ja ja... Y estoy haciendo un esfuerzo por mantener al menos las publicaciones en el blog, pero creo que el verano, tiempo en el que todos nos relajamos un poco, me deja ponerme al día y sobre todo, visitar las páginas de mis amigos de letras. Y además que me queden unos días para pasarme por la costa, quizás me acerqué por la Costa da Morte, es una de mis preferidas.
Un fuerte abrazo paisano. Y feliz verano.
Un monstruo mucho más terrible este reverendo tuyo que el que habita en el fondo del lago Ness, amigo Isidoro. Llevas a límites insospechados y espeluznantes esa verdad de "el hombre es un lobo para el hombre". Captor de su hija Edwinne, posible asesino de su esposa en terrible incendio, el reverendo Sinclair ocupará sin lugar a dudas un lugar de honor entre los peores monstruos literarios.
ResponderEliminarFelicidades Isidoro. Un placer como siempre leerte.
Bueno, y en ese lugar quería ponerle yo, porque sin duda se lo merece. No sé si como uno de los peores monstruos literarios ( tiene muy dura competencia en Jack el destripador o Aníbal el caníbal, je je), pero si muy próximo a esa linea en mi humilde nivel. Lo que tiene de terrible este monstruo es, precisamente, lo que tiene de humano. En fin, quizás volvamos a saber de él.
EliminarEl placer también es mío, amigo Bruno. Un fuerte abrazo. Feliz verano.
Un relato abrumador que no deja indiferente a nadie. Dentro de nosotros se encuentra la bestia a la que tanto tememos. No hay nada peor que una persona que condena el pecado y resulta ser la más pecadora.
ResponderEliminarUna crítica excelente, una narración amena y un ambiente muy bien recreado. Justo en la escena donde aparece el espejo, estaba pensando "quedaría genial introducir un espejo aquí" y, cuando lo has hecho, me he dicho: ¡Es un relato que está perfecto de arriba a abajo! Desde luego, es de los mejores que te he leído.
¡Un abrazote!
Hola Noemí. Yo, como siempre, tarde... Uff, espero poder centrarme un poco. Bueno, ya sabes de que hablo, ja, ja lo complicado de compaginar aficiones y trabajo. Muchísimas gracias por esos elogios compañera, no sabes como me sube la moral, que últimamente la tengo un poco de capa caída. Y eso que dices del espejo, totalmente cierto, ja, ja... Es la mente de escritor. Leemos algo e inconscientemente, nos adelantamos a la secuencia con cosas de nuestra propia cosecha y que, muchas veces, incluso coinciden. A mí, con las pelis me pasa lo mismo, ja, ja.
EliminarQue muchas gracias de nuevo por tu tiempo y tu compañía, amiga. Es un placer. Un beso grande
Hola, después de mucho tiempo. Si es que soy un perezoso de mil demonios y no tengo excusa...Y hablando de demonios, buff, vaya relato, los adjetivos ya los ponen los otros comentaristas. Terrible, tétrico, retorcido, y por desgracia más real de lo que parece. Sí, los peores monstruos habitan dentro nuestro en mil formas distintas de oscuridad, instintos, odio, vena autodestructiva, en fin, hay muchísimas formas. Iba a decir que joder con el reverendo, que la hija hizo bien en largarse, pero el final te deja sin aliento, incluso con una leve insinuación de abusos sexuales. Menudo monstruo, y está muy bien trazada la analogía. A ver si vuelvo, dejé colgada la saga de Lily Mod y no puede ser, tengo que retomarla, y no solamente eso. Es dejadez y vagancia, te lo aseguro, jajaja, aunque me encanta leerte. Un abrazo y volveré.
ResponderEliminarPor cierto, tal y como tiene a la hija me hizo pensar en la criatura infrahumana de Gollum en El señor de los Anillos, y encima comiendo pescado crudo...
Hola colega. Eres bienvenido siempre. Entiendo muy bien lo de la pereza... Y más con este calor, que no apetece ni moverse, ja ja. En todo caso, aquí, como en las telefónicas, no hay compromiso de permanencia.
EliminarMe gusta eso de distintas formas de oscuridad. Como se suele decir, no todo es blanco o negro... A veces, lo gris puede ser tan terrible como lo más negro o tan apacible como un día soleado.
Los abusos sexuales estaban ahí, ciertamente, dándole otra dimensión a la monstruosidad, incluso, más terrible si cabe. En el relato, el misterio del monstruo juega con tres papeles (para despistar): el de leyenda, el que parece esconderse en el sótano de la casa y el que, al fin, se descubre en el alma humana (por muy reverendo que se sea) El pescado crudo me pareció perfecto para crear aún más sensación de repugnancia, ja ja
Y bueno, WA, me alegro de que te gusten mis relatos, vuelve por esta tu casa cuando quieras, siempre es un placer leerte
Un abrazo
Ja, es muy buena la frase, y me gusta, de "no permanencia como en la telefonía". También me hizo mucho gracia, la he rebuscado ahora, la frase "Los feligreses bromeaban entre ellos, diciendo que se había visto más veces al monstruo que a la hija de Sinclair." Además visualicé muy bien tu relato, me sentí geográficamente muy ubicado, en parte por la magnífica ilustración que aportas, que si no ando errado es del mismo y famoso lago, y porque acababa de ver el capítulo 7 03 de Juego de Tronos, donde te aseguro que los paisajes son imponentes y muy acordes con las costas escocesas. En fin, nos leemos...
EliminarMuchas gracias de nuevo, compañero, se nota la falta de tus comentarios, porque cuando los haces, te tomas un interés muy poco habitual por estos lares. Y eso es un lujo para quien los recibe.
EliminarMe alegro que te hayan gustado mis ocurrencias. La imagen, un tanto retocada, efectivamente, es del Lago Ness. Ya sabes que yo tampoco suelo dejar los detalles al azar. Es el castillo de Urquhart, una de las imágenes turísticas del lago
Un abrazo
Tremendo relato, Isidoro.
ResponderEliminarHacía un tiempo que no te leía y hoy revisando el correo he visto esta entrada atrasada que se me había pasado. Mezclas con acierto muchas cosas, mitología, religión, sordidez, en un cóctel que funciona, ambientado, para más inri, en tierra llena de leyendas. Ese monstruo del lago adquiere en tus letras otra dimensión, mucho más profunda e inquietante, que nos lleva al engaño, la represión, la máscara que recubre el más horrendo de los pecados. Que la figura sea precisamente un reverendo tampoco es casual.
Un verdadero placer leerte, ya te estaba extrañando.
Muchos besos.
Hola Manoli, encantado de leerte
EliminarAndo bastante descolgado desde hace un tiempo y ni siquiera he podido dar continuidad a lo último que he publicado. A ver si ahora, con el fin del verano, me reincorporo, que ya tengo ganas. En todo caso, es un aliciente volver y encontrar tus siempre positivos comentarios. En este caso, como tú dices, tierra de leyendas, inmejorable marco para presentar a esos fantasmas interiores que siempre causan más daño que los sobrenaturales.
Un beso muy fuerte y, hasta muy pronto
Ciertamente un monstruo de verdad como dicen por aquí. Aunque por un momento pensé que él había provocado el incendio (qué casualidad que no estuviera allí cuando se produjo), mi intuición no llegó a tanto cuando se mencionó la desaparición de la chica. Entre los curas borrachos, los que abusan de la carne en lugar de la botella, y otras perlas, menudo miedo sigue dando la religión y quienes se amparan en ella para cometer atrocidades.
ResponderEliminarBuen texto Isidoro. Un saludo compañero.
Hola, José Carlos
EliminarMuchas gracias, como siempre, por tus palabras, compañero. No andabas desencaminado con tu intuición. No queda muy claro si el reverendo tuvo algo que ver en la muerte de su esposa, pero él mismo nos da pistas en su monólogo frente a su hija. El pecado, la culpa y la mortificación por la carne, subyacen a todas las acciones del relato. Y, como acertadamente observas, nuevamente un símbolo de pureza es el mejor lugar para esconder las más oscuras perversiones.
Un placer verte por aquí amigo. Un abrazo
¡Hola, Isidoro!
ResponderEliminarEstremecedor relato, y además desarrollado en ese escenario que ya te hace ver hasta lo que no existe. La metáfora que has hecho con el legendario Nessie y tu protagonista es perfecta, el mal habita en todos nosotros, en mayor o menos medida, incluso en aquellos que parecen más inocentes...
Inevitablemente, tu relato me ha recordado a uno de los psicópatas más conocidos de Europa, Jhosep Fritzl, el monstruo de amstetten. Pero precisamente esa angustía que me ha creado tu relato al recordarlo, me ha hecho introducirme más en él. Tu personaje es un verdadero monstruo, y de los buenos...
Impresionante y perfecto relato.
¡Un besote!
Hola Ana
Eliminar¡Qué gusto verte por aquí!
Lo cierto es que me vino al pelo el ambiente de la Escocia profunda y sus leyendas, para mi relato. En verdad no sé si fue eso lo que me inspiró o es que busqué un escenario adecuado para mí monstruo particular. No es casualidad que te recuerde al monstruo de Amstetten. Es en ese tipo de psicopatía en la que la que pensaba cuando di forma a la historia, mezclada con otros ingredientes no menos espeluznantes. Por cierto, si de monstruos hablamos, aprovecho para sugerirte (además que hace poco que has visitado Londres), mi relato "Black Jonh's Amazing Show". Seguro que te gustará.
Un beso grande compañera.
hasta pronto
No dicen los curas y demás representantes religiosos que son la mano derecha de Dios en la tierra, ¿por qué no iban a serlo también de Satanás? Lo que uno no acaba de comprender es por qué se creerán más cerca del cielo si al final somos todos ángeles caídos (víctimas o hacedores de maldad, da igual) a los que, para bajar al infierno, les basta con escarbar en sí mismos. La primera vez que leí el texto la historia me inspiró una repulsa comparable a la crueldad del personaje principal, rechazo del que queda librada la maestría con la que narras.
ResponderEliminarQué acertada esta frase «Nec tamen consumebatur», casi increíble que aún con tanto pecado y monstruosidad, el hombre no se extinga (y esto no solo aplicable al del relato).
¡Abrazotes, Isidoro! ;)
Cambio radical desde el anterior que te leíste de “La pollería”. ¿Qué puedo decir a lo que comentas? Pues que estoy totalmente de acuerdo contigo. Muchas veces, no hay más que mirarse el ombligo (el del ser humano) para ver la boca del infierno. No es necesario acudir a vengativos demonios. Y lo curioso es que, precisamente aquellos humanos que más han defendido la existencia de estos seres malignos, más atrocidades han cometido… ¿Por qué será?
EliminarUn gusto tenerte de nuevo por aquí, Fritzy. Como tú bien dices, a fin de cuentas, escribir es una necesidad. Hasta pronto. Fuerte abrazo