jueves, 11 de junio de 2015

El misionero


El venerable consejo de la orden, presidido en capítulo extraordinario por el Gran Mentor, se preparó para tratar el último asunto de la sesión. Zechery el Weig, conocido en la comunidad por messe Zec, de pie ante la tribuna, notó como sus piernas perdían estabilidad y su garganta se secaba de repente. Por segunda vez en un lapso de tiempo demasiado corto, había sido largamente interrogado, examinado y evaluado, no habiendo ya nada que pudiera decir con capacidad para cambiar la decisión tomada, y era consciente de que aquella especie de proceso público, del todo protocolario, puesto que únicamente se le harían ciertas preguntas de rigor, terminaría con la sentencia definitiva y la ejecución inmediata de la misma. Por eso, cuando el magistrado pidió al oficial que abriese el último dossier, Zechery el Weig sintió que el final había comenzado.

—Messe Zec —comenzó el oficial en tono formal—, misionero de nivel uno perteneciente a la Orden de los Vigilantes en su sector de Alfa Centauri, enviado al sistema estelar XPO234 con atribuciones de guía místico por tiempo indefinido, comparece ante este consejo, acusado de haber generado, mediante actitud negligente, un riesgo clasificado como potencialmente peligroso para la continuidad del proyecto de la orden en dicho sistema.

El Gran Mentor  carraspeó y, dirigiendo al acusado una mirada serena e impasible, le habló directamente.

—He de recordaros, messe, porque así lo dicta el protocolo, que el objetivo principal de esta orden es velar por la paz y concordia universales, garantizando el control no violento de conflictos desde la raíz, de forma proactiva, mediante una red de misioneros con poderes especiales, capaces de fomentar el arraigo de determinados valores positivos entre la población nativa. Sois un sólo misionero para miles de individuos, cierto. Pero un misionero con facultades de clarividencia, de telequinesia, de curación, de oratoria, y todo un sinfín de aptitudes que se desarrollan durante vuestro extenso período de aprendizaje y que deben proporcionaros la suficiente capacidad de seducción como para arrastrar multitudes convencidas con vuestro mensaje. Todo esto os dota de un gran poder y a la vez una gran responsabilidad. Sin embargo, si estamos ahora mismo en este punto es porque, por una o varias razones, vuestra misión ha fracasado, y hemos de emitir una sentencia disciplinaria.

»Cuando fuisteis arrestado, messe Zec, por las fuerzas de la autoridad que detenta el poder en el territorio que os fue asignado, el equilibrio se desplazó. Conocéis muy bien el delgado hilo que existe entre la no violencia, el control de las emociones, y la agresividad, el desbordamiento de las pasiones. Aún así, dejasteis que se rompiese. ¿Qué tenéis que alegar en vuestra defensa?

Zechery el Weig hizo un esfuerzo por tragar saliva y habló.

—En todo momento me atuve al procedimiento estándar, Venerable. Mataron a mi enlace poco después de mi llegada, por lo que no pudo hacer mucho más que ungirme con los ritos que él mismo estableció, a modo de presentación. Aún así, en poco tiempo logré crear una comunidad base de seguidores y difusores tal como tenemos estipulado, utilizando tanto a hembras como a varones de variada extracción social. Adoctriné con palabras, con hechos, con todas las facultades que me habéis otorgado y, llegado el momento, hice lo único que podía hacer.

El Gran Mentor continuó impasible

—Habéis hablado bien, messe Zec. Pero no mencionáis otros detalles. Vuestra actitud desafiante en pleno centro de culto indígena molestó bastante a la elite sacerdotal. También vuestra posición frente a las hembras, en particular a una de ellas, y a ciertos grupos sociales, fue tomada como un acto de rebeldía por la misma elite local. Esa que, dejando aparte a las fuerzas militares de ocupación, debíais haber controlado desde un principio.

»Por otro lado, aunque es algo que no os atañe directamente, alguno de vuestros seguidores abrazaba ciertos proyectos políticos para los que la intervención armada se hacía del todo necesaria, e incluso mientras estuvisteis preso, hubo algún conato de rebelión en este sentido.

»Con todo, lo peor fue vuestra propia actitud ante los tribunales, tanto los del culto local como los de la autoridad civil. Esa altivez que mantuvisteis en todo momento está muy lejos de los preceptos de humildad que se proponían en vuestra formación.

—¡Nada más lejos de mi intención Venerable! Pero sabía que, de no haber actuado así, de haber solicitado clemencia, todo el camino trazado hasta entonces valdría menos que el polvo que pisaba. Sabía que mi actitud me llevaba a una ejecución ejemplar… pero, de haber continuado vivo, hubiese perdido toda la fuerza ganada. ¿Quién seguiría a un misionero que, ante la muerte, se asusta y se arrepiente de sus propias palabras?... Sé que, en determinados momentos, me dejé llevar por la pasión… pero allí, en el patíbulo…

—Tuvisteis suerte de que las fuerzas de ocupación optasen por dar una muerte lenta a sus condenados. Si no hubiese sido por ese tiempo extra, no habríais podido aplicar el protocolo de supervivencia para reducir vuestras constantes vitales al mínimo, hasta que os dieran por muerto y os sepultaran.

»Hasta ahí tenemos que daros la razón. Escapando a la condena, vuestro mensaje caería en el olvido. En cambio, aceptando la muerte, un líder pasaría a ser un mártir y, su mensaje, se convertiría en un libro de texto para la comunidad base. Sin embargo, el problema no fue vuestra muerte…

«El problema fue que os dejasteis ver después de ella. Un error de principiante que lo precipitó todo. De nuevo cierto sentimiento no sublimado permitió que otros os vieran. Como sabéis, la tumba fue abierta, y ahora nos enfrentamos a un problema mayor del que teníamos al enviaros.

El Gran Mentor hizo una pausa para poner más énfasis en sus siguientes palabras.

—Ofrecisteis en bandeja a vuestros seguidores algo nuevo: la promesa de otra vida. Hasta entonces, su mundo místico se lo repartían dioses inmortales y seres mortales. Ahora, esta raza tiene otra esperanza. Algo que han visto con sus propios ojos y que está muy lejos de su mísera existencia: la vida eterna.

»Las consecuencias de esto son impredecibles.

Zechery el Weig humilló la mirada, plenamente consciente de las razones del Gran Mentor para decirle lo que iba a escuchar.

—Vuestro castigo será precisamente volver allí, messe Zec… para todo lo que os resta de vida. Pero, lógicamente, se os extirparán los nódulos alfa, por lo que careceréis de las capacidades especiales que hasta ahora os facultaban y que os daban ventaja… Vuestra próxima muerte, será la definitiva.

»Y no os preocupéis, porque no os reconocerán. Seréis uno más, Zechery el Weig.

 
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