—Justo enfrente, a unos cinco metros de distancia. Entre su balcón y el mío no había más que un patio de luces dos pisos más abajo y unas cuantas macetas rebosantes de geranios. No teníamos nada en común más que el espacio entre esas dos ventanas, pues ni íbamos al mismo colegio, ni nuestras madres se conocían más que de vista cuando tendían la ropa, ni tampoco habíamos coincidido en alguna guerra de pandillas, algo impensable por otra parte siendo ella niña y yo niño. Sin embargo, cuando internet no era más que ciencia ficción, nosotros ya habíamos creado la primera relación «on line». En este caso, la línea no era otra cosa que la cuerda de tender, que desde la fachada de su casa a la mía, servía de teleférico a todo tipo de mensajes secretos. Es decir, todos aquellos que, por su contenido, no podían ser transmitidos en nuestras charlas a viva voz.
—Espera, espera… vamos a pedir unas copas, que la historia pinta larga.
—Lo es. Teníamos once años y nuestra amistad empezó de la manera más tonta. Era una tarde de septiembre, pero no una tarde cualquiera, sino esa en la que justo regresas de vacaciones, cuando la nostalgia te oprime el corazón hasta el dolor y las cuatro paredes de tu casa te parecen una cárcel del tamaño de una caja de zapatos, comparada con el espacio y libertad del que, durante dos meses, has disfrutado. Con ese pesar me hallaba, sentado en el balcón, las piernas colgando entre las rejas, las manos aferradas a ellas y el rostro encajado, a falta de pasar las orejas para sentirme un reo en el cepo. Entonces apareció ella, con su falda de tablas, su cinta en el pelo y su rebeca azul. «Pareces un mono enjaulado» —me dijo—, y a partir de ahí comenzó una guerra de frases ingeniosas que sólo pausó la llamada de mi madre avisando que la cena estaba lista. Esa noche, la resaca veraniega no era más que un recuerdo tras la imagen de una niña descarada, de mejillas sonrosadas y voz cantarina.
—Bonita manera de empezar el curso.
—Faltaba una semana para el comienzo de las clases y, hasta que llegaron, todas las tardes el balcón fue testigo de cómo algo crecía entre los dos. Poco a poco descubrí que, por alguna extraña razón, prefería aquellos ratos, a cinco metros de una adolescente parlanchina, a todas las horas que antes pasaba corriendo tras un balón. Durante el curso tuvimos que espaciar los encuentros y las mañanas de sábado se convirtieron en nuestro momento, ajenos al mundo en nuestro patio interior, de espaldas a la calle ya los gritos del chatarrero, el campaneo del butanero o el chiflo del afilador.
—Desde hace unos años se les ha sumado el tapicero.
—Pues así pasaron dieciocho meses, en los que llegamos a conocernos tan bien que ni uno respiraba sin que el otro supiera cómo se sentía, pero en los que, sin embargo, físicamente no estuvimos más cerca de esos cinco metros que separaban nuestros balcones. Nunca hablamos de quedar en la calle y, al no estar en el mismo colegio, tan sólo un par de veces coincidimos por casualidad. En cualquier caso, fue como si aquél espacio de seguridad que nuestro patio nos concedía hubiese creado, por contra, una barrera invisible ante el contacto directo, reforzada sin duda por nuestra propia timidez.
— ¡Pues sí que era una relación a distancia! Corta, pero distancia.
—El cinco de mayo celebró su cumpleaños y yo le mandé mi regalo por cable de tender. Me costó semanas de «sisa», pero al final conseguí el vinilo de Transvision vamp que ella quería y la expresión de su cara cuando lo vio compensó con creces el esfuerzo. Su mirada anunciaba el cambio que iba a venir. Desde entonces, aquello que crecía entre nosotros aumentó considerablemente de tamaño. El sábado siguiente la cinta del pelo se había desatado, dejando caer sobre sus hombros una cascada azabache, sus ojos brillaban a la sombra de unas pestañas realzadas con rímel y una pícara sonrisa dibujaba en sus labios intenciones misteriosas.
— ¡Vale! Esto ya se va poniendo interesante.
—Pues ahora te va a entusiasmar. Aprovechando que todos sus suéteres parecían haber encogido, unos pechos curiosos se asomaban al escote y secuestraban mi mirada. También sus faldas de tablas sufrieron escasez de tela y ello me permitió experimentar el morbo de atisbar lo oculto. Fueron días de calor aquellos previos al verano y la temperatura también subió en nuestra cuerda tendedero. Creamos un código secreto a base de pinzas de colores para citarnos en el balcón durante la noche, a salvo de ojos y oídos indiscretos y, sin más testigos que los gatos, en pijama y camisón, dimos el primer significado al sexo virtual.
— ¿Y dices que teníais trece años?
—Estábamos en el último curso de EGB. Ese verano traía consigo el cambio de ciclo escolar, con todo lo que ello supone: nuevo centro, compañeros, profesores. Ya sabes, el final de una larga etapa. Un punto de inflexión que nos metía de lleno en la adolescencia. Los meses de vacaciones nos desconectaron y, a la vuelta, encontramos un mundo muy diferente.
—No quedaba más remedio que salir del cascarón. Había menos centros para cursar bachillerato y no en todos los barrios.
—El primer día de clase me la encontré en los pasillos del instituto. Nos quedamos quietos, mirándonos sin decirnos nada, a los mismos cinco metros que separaban nuestros balcones, hasta que el oportuno timbre de llamada abrió el torrente de alumnos que nos empujó a nuestras respectivas aulas. Fue una situación muy rara, y yo todavía me pregunto por qué ninguno de los dos rompió el hielo. El caso es que no pude dejar de pensar en ella, pero cuando nos cruzábamos en el recreo o a la salida de clase, evitábamos las miradas y, con el corazón a cien, buscábamos la compañía de otros para evitar la ocasión del encuentro a solas.
—Si te dijera que nunca me ha pasado eso mentiría… A veces un silencio cambia más cosas que muchas palabras.
—Tienes razón, y el primer sábado fue la prueba de ello. Ninguno de los dos salió al balcón. Yo me pasé la mañana escudriñando la ventana desde el interior, esperando, mejor deseando, verla aparecer. El día terminó y la noche me cogió tendido en la cama, sin haber probado bocado y como si el mundo se me hubiese caído encima.
—A lo mejor ella pasó lo mismo que tú, aunque yo me decanto por la idea de que la relación se enfrió durante el verano y se congeló cuando os volvisteis a ver. A fin de cuentas, seguro que tú tenías muchos más granos y ella una nueva talla de sujetador, además de algún que otro «amigo» a menos de cinco metros.
—Puede ser. El caso es que, poco a poco la herida fue cicatrizando. Alguna vez incluso coincidimos asomándonos a la ventana, nos saludamos tímidamente y cruzamos algunas palabras sobre las clases. Transcurrió el primer curso de bachillerato y mis padres se mudaron de barrio. Yo cambié de instituto y la historia de la chica del balcón se quedó en un hermoso recuerdo de la infancia.
—Pues… siento decirte que el final no me sorprende en absoluto.
—Ese no es el final. El destino es caprichoso, y juega con nosotros. El segundo capítulo comienza cuando tuve el accidente. Ya sabes que desperté en la cama de un hospital con la mitad de los huesos rotos. Dicen que no hay mal sin bien y de hecho a ti te conocí a raíz de aquel percance. No tendré vida suficiente para agradecerte todo lo que hiciste por mí, como «fisio», hasta que recuperé la total movilidad de mi cuerpo y como gran amigo, hasta hoy. Muchas cosas te conté durante aquellos meses, pero esta historia aún la desconoces: De los primeros momentos de consciencia en la UCI, totalmente inmovilizado y embotado por los calmantes, lo único que recuerdo es que me quería morir, cuando una enfermera acercó su rostro al mío y me susurró: «pareces un mono enjaulado».
— ¡No me lo puedo creer! Que calladito te lo tenías.
—No nos habíamos vuelto a ver desde el instituto. De no ser por esa frase no la hubiera reconocido. Me contó que se había sacado la diplomatura, que se había casado y que tenía hijos. Toda una vida, vamos. También hablamos del pasado. Tuvimos mucho tiempo hasta que me dieron el alta y comencé la rehabilitación en tu clínica.
— ¿Has vuelto a hablar con ella desde entonces?
—Todos los días. El fondo estaba ahí. Sólo hubo que bucear un poco para encontrar aquello que hacía años nos había unido, que la adolescencia había reprimido y que la madurez había rescatado. Cuando salí del hospital seguimos en contacto por whatsapp, por correo electrónico, por Skype y por todos los medios a nuestro alcance, dada su situación. Lo mantuvimos en secreto, por supuesto, y lo disfrazamos de amistad cuando los dos sabíamos que iba más allá. Hace poco quedamos en una cafetería del centro. Tampoco era la primera vez que quedábamos, pero esa tarde fue especial, porque sinceramos nuestros sentimientos. Ella lloró y me abrazó, y entonces yo la besé. Aquel instante fue como si un huracán nos arrancase del océano e hiciese la nave ingobernable. Fuimos a mi casa y casi nos desnudamos en el ascensor. Cuando llegamos al dormitorio nos lanzamos sobre la cama como dos posesos. Sin embargo, no pasó nada. En el último momento nos quedamos quietos, el uno sobre el otro, piel con piel, y notamos el frío de la culpa. Nos vestimos en silencio, el uno de espaldas al otro.
—¿Y qué has hecho desde entonces?
—Nada. Pero ocurrirá. Sé que ocurrirá.
—Pues tienes que ir a por todas, amigo. Si la quieres, tendrás que luchar por ella. Por cierto que, la historia es conmovedora pero… ¿Dónde está el final sorpresa?
—Supongo que vendrá ahora, cuando te diga que… la enfermera de «trauma», la chica del balcón… es Lola.
—¿Lola? ¿Qué Lola?
—Tu Lola
—¿Mi Lola?
—Bueno…, nuestra Lola.
—Espera, espera… vamos a pedir unas copas, que la historia pinta larga.
—Lo es. Teníamos once años y nuestra amistad empezó de la manera más tonta. Era una tarde de septiembre, pero no una tarde cualquiera, sino esa en la que justo regresas de vacaciones, cuando la nostalgia te oprime el corazón hasta el dolor y las cuatro paredes de tu casa te parecen una cárcel del tamaño de una caja de zapatos, comparada con el espacio y libertad del que, durante dos meses, has disfrutado. Con ese pesar me hallaba, sentado en el balcón, las piernas colgando entre las rejas, las manos aferradas a ellas y el rostro encajado, a falta de pasar las orejas para sentirme un reo en el cepo. Entonces apareció ella, con su falda de tablas, su cinta en el pelo y su rebeca azul. «Pareces un mono enjaulado» —me dijo—, y a partir de ahí comenzó una guerra de frases ingeniosas que sólo pausó la llamada de mi madre avisando que la cena estaba lista. Esa noche, la resaca veraniega no era más que un recuerdo tras la imagen de una niña descarada, de mejillas sonrosadas y voz cantarina.
—Bonita manera de empezar el curso.
—Faltaba una semana para el comienzo de las clases y, hasta que llegaron, todas las tardes el balcón fue testigo de cómo algo crecía entre los dos. Poco a poco descubrí que, por alguna extraña razón, prefería aquellos ratos, a cinco metros de una adolescente parlanchina, a todas las horas que antes pasaba corriendo tras un balón. Durante el curso tuvimos que espaciar los encuentros y las mañanas de sábado se convirtieron en nuestro momento, ajenos al mundo en nuestro patio interior, de espaldas a la calle ya los gritos del chatarrero, el campaneo del butanero o el chiflo del afilador.
—Desde hace unos años se les ha sumado el tapicero.
—Pues así pasaron dieciocho meses, en los que llegamos a conocernos tan bien que ni uno respiraba sin que el otro supiera cómo se sentía, pero en los que, sin embargo, físicamente no estuvimos más cerca de esos cinco metros que separaban nuestros balcones. Nunca hablamos de quedar en la calle y, al no estar en el mismo colegio, tan sólo un par de veces coincidimos por casualidad. En cualquier caso, fue como si aquél espacio de seguridad que nuestro patio nos concedía hubiese creado, por contra, una barrera invisible ante el contacto directo, reforzada sin duda por nuestra propia timidez.
— ¡Pues sí que era una relación a distancia! Corta, pero distancia.
—El cinco de mayo celebró su cumpleaños y yo le mandé mi regalo por cable de tender. Me costó semanas de «sisa», pero al final conseguí el vinilo de Transvision vamp que ella quería y la expresión de su cara cuando lo vio compensó con creces el esfuerzo. Su mirada anunciaba el cambio que iba a venir. Desde entonces, aquello que crecía entre nosotros aumentó considerablemente de tamaño. El sábado siguiente la cinta del pelo se había desatado, dejando caer sobre sus hombros una cascada azabache, sus ojos brillaban a la sombra de unas pestañas realzadas con rímel y una pícara sonrisa dibujaba en sus labios intenciones misteriosas.
— ¡Vale! Esto ya se va poniendo interesante.
—Pues ahora te va a entusiasmar. Aprovechando que todos sus suéteres parecían haber encogido, unos pechos curiosos se asomaban al escote y secuestraban mi mirada. También sus faldas de tablas sufrieron escasez de tela y ello me permitió experimentar el morbo de atisbar lo oculto. Fueron días de calor aquellos previos al verano y la temperatura también subió en nuestra cuerda tendedero. Creamos un código secreto a base de pinzas de colores para citarnos en el balcón durante la noche, a salvo de ojos y oídos indiscretos y, sin más testigos que los gatos, en pijama y camisón, dimos el primer significado al sexo virtual.
— ¿Y dices que teníais trece años?
—Estábamos en el último curso de EGB. Ese verano traía consigo el cambio de ciclo escolar, con todo lo que ello supone: nuevo centro, compañeros, profesores. Ya sabes, el final de una larga etapa. Un punto de inflexión que nos metía de lleno en la adolescencia. Los meses de vacaciones nos desconectaron y, a la vuelta, encontramos un mundo muy diferente.
—No quedaba más remedio que salir del cascarón. Había menos centros para cursar bachillerato y no en todos los barrios.
—El primer día de clase me la encontré en los pasillos del instituto. Nos quedamos quietos, mirándonos sin decirnos nada, a los mismos cinco metros que separaban nuestros balcones, hasta que el oportuno timbre de llamada abrió el torrente de alumnos que nos empujó a nuestras respectivas aulas. Fue una situación muy rara, y yo todavía me pregunto por qué ninguno de los dos rompió el hielo. El caso es que no pude dejar de pensar en ella, pero cuando nos cruzábamos en el recreo o a la salida de clase, evitábamos las miradas y, con el corazón a cien, buscábamos la compañía de otros para evitar la ocasión del encuentro a solas.
—Si te dijera que nunca me ha pasado eso mentiría… A veces un silencio cambia más cosas que muchas palabras.
—Tienes razón, y el primer sábado fue la prueba de ello. Ninguno de los dos salió al balcón. Yo me pasé la mañana escudriñando la ventana desde el interior, esperando, mejor deseando, verla aparecer. El día terminó y la noche me cogió tendido en la cama, sin haber probado bocado y como si el mundo se me hubiese caído encima.
—A lo mejor ella pasó lo mismo que tú, aunque yo me decanto por la idea de que la relación se enfrió durante el verano y se congeló cuando os volvisteis a ver. A fin de cuentas, seguro que tú tenías muchos más granos y ella una nueva talla de sujetador, además de algún que otro «amigo» a menos de cinco metros.
—Puede ser. El caso es que, poco a poco la herida fue cicatrizando. Alguna vez incluso coincidimos asomándonos a la ventana, nos saludamos tímidamente y cruzamos algunas palabras sobre las clases. Transcurrió el primer curso de bachillerato y mis padres se mudaron de barrio. Yo cambié de instituto y la historia de la chica del balcón se quedó en un hermoso recuerdo de la infancia.
—Pues… siento decirte que el final no me sorprende en absoluto.
—Ese no es el final. El destino es caprichoso, y juega con nosotros. El segundo capítulo comienza cuando tuve el accidente. Ya sabes que desperté en la cama de un hospital con la mitad de los huesos rotos. Dicen que no hay mal sin bien y de hecho a ti te conocí a raíz de aquel percance. No tendré vida suficiente para agradecerte todo lo que hiciste por mí, como «fisio», hasta que recuperé la total movilidad de mi cuerpo y como gran amigo, hasta hoy. Muchas cosas te conté durante aquellos meses, pero esta historia aún la desconoces: De los primeros momentos de consciencia en la UCI, totalmente inmovilizado y embotado por los calmantes, lo único que recuerdo es que me quería morir, cuando una enfermera acercó su rostro al mío y me susurró: «pareces un mono enjaulado».
— ¡No me lo puedo creer! Que calladito te lo tenías.
—No nos habíamos vuelto a ver desde el instituto. De no ser por esa frase no la hubiera reconocido. Me contó que se había sacado la diplomatura, que se había casado y que tenía hijos. Toda una vida, vamos. También hablamos del pasado. Tuvimos mucho tiempo hasta que me dieron el alta y comencé la rehabilitación en tu clínica.
— ¿Has vuelto a hablar con ella desde entonces?
—Todos los días. El fondo estaba ahí. Sólo hubo que bucear un poco para encontrar aquello que hacía años nos había unido, que la adolescencia había reprimido y que la madurez había rescatado. Cuando salí del hospital seguimos en contacto por whatsapp, por correo electrónico, por Skype y por todos los medios a nuestro alcance, dada su situación. Lo mantuvimos en secreto, por supuesto, y lo disfrazamos de amistad cuando los dos sabíamos que iba más allá. Hace poco quedamos en una cafetería del centro. Tampoco era la primera vez que quedábamos, pero esa tarde fue especial, porque sinceramos nuestros sentimientos. Ella lloró y me abrazó, y entonces yo la besé. Aquel instante fue como si un huracán nos arrancase del océano e hiciese la nave ingobernable. Fuimos a mi casa y casi nos desnudamos en el ascensor. Cuando llegamos al dormitorio nos lanzamos sobre la cama como dos posesos. Sin embargo, no pasó nada. En el último momento nos quedamos quietos, el uno sobre el otro, piel con piel, y notamos el frío de la culpa. Nos vestimos en silencio, el uno de espaldas al otro.
—¿Y qué has hecho desde entonces?
—Nada. Pero ocurrirá. Sé que ocurrirá.
—Pues tienes que ir a por todas, amigo. Si la quieres, tendrás que luchar por ella. Por cierto que, la historia es conmovedora pero… ¿Dónde está el final sorpresa?
—Supongo que vendrá ahora, cuando te diga que… la enfermera de «trauma», la chica del balcón… es Lola.
—¿Lola? ¿Qué Lola?
—Tu Lola
—¿Mi Lola?
—Bueno…, nuestra Lola.
Una bonita historia que cuándo le he ido leyendo me acordaba de la mía, Me casé con mi vecino. El final si que has sido la sorpresa , si . Una brazo
ResponderEliminarMuchas gracias Mamen por tus palabras. Creo que es fácil sentirse identificados con estas historias de vecindario, ¿verdad? Quién no ha tenido un amigo/a al oro lado de la puerta o, como en tu caso, que incluso te has casado con él. De ahí surgen las primeras historias de amor... y muchas veces grandes historias de amor. La de aquí, con tener ese final tan... relevante, no deja de ser una de ellas
EliminarUn abrazo.
PD Tengo pendiente leerme muchos de tus relatos, no creas que lo olvido. Últimamente a duras penas consigo mantener actualizado el blog, uffff
Guau.... me he enamorado de Lola con esta historia. Te lo juro, que grandísima historia. Te digo lo mismo que otras veces: no habiéndo vivido algo parecido, consigues sin embargo que quiera encajar esta historia en mis recuerdos de esa época. En mi caso se llamaba Sharay, que desde entonces me parece un nombre cojonudo, y no nos hablábamos mucho en persona pero nos escribíamos cartas cada semana. Tengo cientas de ellas guardadas por casa aún, 15 años después. A veces hecho de menos la intensidad de las emociones y las sensaciones de entonces, ¿sabes? Las cosas ya no pueden volver a ser como antes. Aunque al menos, leer tu historia me ha hecho revivir por unos minutos todo lo mejor de aquellos días.
ResponderEliminarNo es nada extraño lo que te pasa. Precisamente ese es el mecanismo que utilizo para enganchar a estos relatos: yo te meto en la historia para que la sientas como tuya. Bromas aparte, esta historia es algo tan de casa, tan cotidiano, ¿verdad? como cuando cambiábamos cromos en el descansillo. Llámale Lola o llámale Sharay, creo que todos tenemos una. Por supuesto, el nombre me lo he inventado, pero me he inspirado en un personaje del historietista Iñigo, aquél que dibujaba las tiras de "Lolita", primero en el diario Pueblo hasta 1984 y luego en ABC... Aquella Lola que encandiló a tantos lectores de varias generaciones, je, je ¿te suena?
EliminarPor cierto, yo también tengo un buen montón de cartas guardadas... Eso que se pierden las nuevas generaciones del correo electrónico y las redes sociales, que ya no pueden abrir los sobres de nuevo y aspirar su aroma para sentirse de nuevo en aquellos tiempos
Y tanto que si se lo pierden... no conocen el valor de ciertas cosas, y es una penita. Además, no puedes mandar caramelos por email, pfffff pardillos.
EliminarClaro que sé de que Lola hablas, nunca lo habría dicho :D Y sí, es tan íntimo, tan cotidiano, tan de todos que es imposible que alguien no se vea reflejado de un modo u otro.
Me ha encantado esta historia, llena de romanticismo. Pero el final me ha dejado a cuadros.
ResponderEliminarPobres tres, víctimas del corazón.
Precioso.
Un abrazo.
Bueno, el final sigue siendo romántico... quizás han decidido compartir su amor, je, je. Si te fijas, al final, él dice "nuestra Lola", y es que, claro, a fin de cuentas, él la conoció primero.
EliminarMuchas gracias por pasarte María, siempre es un placer
Besos
Haces con nosotros lo que quieres... y eso que estábamos avisados, nos lo estabas diciendo en el título; "Un final sorpresa", pero nada... Ahí íbamos nosotros, pobres lectores inocentes que no se dan por aludidos en el aviso, dejándonos llevar por la historia de un amor preadolescente, enredando tus letras con nuestros propios recuerdos al respecto, (ya te lo dice Holden, tienes el poder de hacernos evocar mucho más allá de lo que nos cuentas), disfrutando de tu narrativa suelta y ágil...
ResponderEliminarY vamos pasando los párrafos y la cosa pasa de la dulce etapa infantil a la tormentosa adolescencia y a la madurez después. Y nosotros nos seguimos deslizando en tus palabras que tejen la sencilla pero estupenda historia en nuestra imaginación...
Y cuando ya hemos olvidado del todo quienes somos, cuando vivimos en el recuerdo de un tendal que cruzaba los cinco metros que nos separaban a todos de un amor inconcluso, cuando el título del cuento es tan solo una sombra en una esquina del inicio que hace muchas líneas hemos olvidado... ¡Nos das!, nos dejas caer la sorpresa como una bomba que, definitivamente, va a dinamitarlo todo.
Como decía al principio; estábamos avisados. Es solo que tú tienes la capacidad de hacernos olvidarlo todo por un momento. Y lo haces sin esfuerzo aparente, como el devenir de una historia cualquiera en un espacio de cinco metros y un tiempo que acaba de comenzar.
A que la construcción de los personajes sea sencillamente perfecta es algo a lo que me estoy acostumbrando en todos tus cuentos. A que en cada lectura me atrapes y me sorprendas espero no habituarme nunca, así seguiré disfrutándote siempre con esta misma magnífica sensación.
Un abrazo muy grande.
Guau, por comentarios como éste, ¡yo matooo! No sabes cuanto me alegra que digas eso, porque al escribir este relato, temía precisamente que el final, al final (valga la redundancia), no fuese tan sorpresa. Era un juego arriesgado, porque si ya avisas desde el principio, el lector hace todas las cábalas posibles. Sólo me quedaba la opción de crear una historia capaz de hacerte olvidar precisamente eso, el título. Se me ocurrió plantear un diálogo, donde la sorpresa no fuese algo intrínseco al relato, sino, de alguna manera, algo externo a él, como una confesión (la sorpresa no era ya la confesión en sí, sino a quién se hacía la confidencia) Y bueno, tú ya me has quitado un poco ese miedo.
EliminarEl mío si que es un verdadero placer al tenerte como lectora.
Y gracias por brindarme un sinónimo de tendedero (tendal) que no conocía.
Lo dicho, un placer y un lujo. Espero volver a sorprenderte pronto.
Un abrazo enorme
Gracias por regalarnos esta preciosa historia, compañero Isidoro; escribes como pocos los pequeños dramas de la vida cotidiana. Dramas enormes para el reducido grupo de afectados.
ResponderEliminarNos llevas de la mano por la infancia, pubertad y madurez de nuestros dos protagonistas, haciéndonos partícipes de un amor que, oculto como el octavo pasajero de la Nostromo, tarde o temprano saldrá a la luz. Llamémoslo Destino, si quieres, y si este dios todopoderoso decide que nuestros protagonistas han de amarse en esta vida, contra él no es imposible luchar, y así será. Ya escribí en su momento sobre el destino en "En manos del destino", aunque este relato, viniendo de dónde viene, tiene un final acorde con mis divagaciones mentales.
Un saludo y nos vemos en el siguiente; tengo a punto una clase práctica que contar.
P.D.: Como soy una mosca cojonera, pégale un capón al corrector, pues te ha sustituído "concedía" por "condecía" en la frase "espacio de seguridad que nuestro patio nos condecía". Un saludo.
Sí, si. Yo, o me quedo en los pequeños dramas cotidianos o me voy a los grandes acontecimientos interestelares, no tengo término medio. La verdad es que me gustan más los del tipo "Un final sorpresa", he de reconocerlo. Ahora estoy trabajando en algunos relatos de ciencia ficción más cotidianos que, como éste, tienen como base la situación que viven tan sólo un par de personajes.
EliminarY por cierto que ya me he leído tu "En manos del destino" Ahora te lo comento.
Gracias por avisarme (y eso que repaso siempre los textos en blogger antes de publicar...)Te lo agradezco, porque la verdad, casi nadie, aunque se den cuenta de esos detalles, suele decirlo, quizás para no quedar como un "puntilloso", pero yo, la verdad es que sí lo soy, y por eso valoro y agradezco el detalle de avisarme
Un abrazo
Me he enamorado de la chica de la foto, ¡y eso que se ve borrosa! deben ser los rombos, ya se sabe que lo prohibido atrae más ;). Gran relato como nos tienes acostumbrados, retuerces una historia entre dos adolescentes para hacerlos coincidir de nuevo en el futuro e implicar a un tercer protagonista que cobra un papel inesperado con ese final con tirabuzón incluído. Sin embargo el gran mérito del relato es, a mi juicio, que es un diálogo contínuo, sin que introduzcas ninguna acotación del narrador... ¡y sin embargo en ningún momento se pierde el hilo de la historia ni de quien está hablando! algo realmente difícil de conseguir y que no está al alcance de escritores sin oficio. Créeme, he visto relatos semejantes donde faltan las acotaciones y en la mayoría de los casos llega un momento en que no sabes quién dice qué, y sin embargo tú lo resuelves con maestría. Y ahora la parte negativa... una vez me dijiste en un relato mío que te gustaba todo menos el título... aprovecho para devolverte el "cumplido" y debo decir que lo menos bueno del relato es el título jejeje (lo siento, no he podido resistirme). Por lo demás gran trabajo. Un abrazo paisano.
ResponderEliminarTe agradezco enormemente los comentarios, Jorge, tanto los buenos como los menos buenos aunque creo que, sin dejar de ser sincero, eres bastante generoso conmigo. Al principio pense este texto como una narracion continua en primera persona, donde solo al final se mostraba que se estaba dirigiendo a otra persona y entonces venia la sorpresa. Luego pense en intrroducir al interlocutor desde el principio para hacerlo mas ameno. No soy de muchas acotaciones porque creo q restan fluidez aunque muchas veces son necesarias o procedentes. En este caso lo tenia facil pues son dos personajes q hablan de forma alterna. Ahora estoy con uno donde las acotaciones son parte de su gracia. En cuanto al titulo, acepto tu critica, porque lo cierto es lo primero q se vino a la cabeza fue ese titulo tan simple, luego pari la historia con ese titulo y me quede tan ancho. Un abrazo amigo. Perdon por la falta de acentuacion pero con el movil no se ponerlos
EliminarMe ha encantado y el final sorprendente.
ResponderEliminarMuy tierna historia, de esos juegos de adolescentes descubriendo y descubriéndose y que cuando se encuentran cara a cara no se atreven ni a hablarse, me ha parecido entrañable y triste que se separaran, pero la vida es lo que tiene y entonces ese reencuentro afortunado, a pesar de que el pobre protagonista está hecho un asco en el hospital y esos sentimientos que aprecían olvidados, quizá un juego de niños y que por fin se descubren con toda la intensidad adulta, y el final, espectacular.
Felicidades, me ha encantado como lo has contado.
Un saludo
Me alegro mucho que te haya gustado Conxita. Últimamente no tengo todo el tiempo que quisiera para dedicarle al blog, a escribir, a leer… y la verdad, vuestros comentarios me animan mucho a sacar algunos ratillos de donde sea para no quedarme parado. Os lo agradezco a todos en el alma, por esos comentarios tan atentos y por vuestra fidelidad a mis publicaciones. Lo cierto es que esta historia surgió casi de una forma improvisada, se fue tejiendo sola a partir del título (que curiosamente es o que menos ha gustado, je, je). Es por eso que muchas veces llegamos a la conclusión de que nuestros propios personajes tienen vida propia. Yo creo que es así. En este caso, me alegro por Lola y su amigo, aunque lo siento por “el otro”, que ahora tiene que compartir.
EliminarUn fuerte abrazo
Creo que a todos nos ha gustado tanto tu relato porque en el fondo guardamos una historia parecida en el recuerdo. El primer amor es el más puro porque es el más generoso, el que saca lo mejor de nosotros mismos y el que idealizamos en mayor medida, como hacen tus personajes. Además el final nos descoloca porque hemos acabado identificados con el interlocutor, sus preguntas son las que haríamos nosotros y, de pronto, nos sales con que ella es "nuestra Lola". Así lo he vivido yo, disfrutándolo. Genial. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Ana. Creo que todos tenemos una Lola en nuestra vida, je, je. Y el que no la tenga, que la ponga. En este género, yo disfruto con las pequeñas historias cotidianas, porque parto de mi propia experiencia y sé que todos hemos tenido experiencias similares. Lo que pasa es que, como le decía a Conxita, los personajes tienen vida propia, hablan por sí mismos, y esta es la magia. La Lola de mi relato, al margen de la “Lola real”, desarrolla su propia vida, su propia historia… A veces me sorprenden a mí mismo los derroteros que toma la trama. Por eso, al colocarnos de interlocutores, interactuamos con ella, y sentimos que al final, nos están hablando de “nuestra Lola”… Bueno, o Carlos claro, porque en mi caso el personaje es femenino porque me sale más fácil ponerme en situación desde mi punto de vista heterosexual (vaya, ya lo he dicho)… aunque lo cierto es que otras veces intento cambiar de registro, no me gusta encasillarme, je, je.
EliminarBesos
Un final tan sorprendente como inesperado, seguro que el amigo no tarda en arrepentirse de alentarlo a luchar por el amor de su Lola, ¿quién iba a imaginarse que sería la misma suya? A menos, claro, que le vaya bien compartir. ¡Me encantó! Sobre todo esa comunicación on line face to face, sin necesidad de internet; y además mucho mejor, porque se mantiene aunque se caiga la conexión, jaja. :D Conexión, huelga decir, que jamás perdieron los personajes. Y sí que es mañoso e irónico el destino que los hizo coincidir a los tres en la misma red.
ResponderEliminarMe gustó muchísimo la cercanía y frescura que transmite la historia a través del diálogo, por demás entrañable y ameno, con la narración tan sutil del desarrollo de un romance desde la infancia hasta la edad adulta. Lo único que le reprocho, también, es el título, solo por necedad y porque me parece injusto que en él, de tan genial texto, solo se resalte cómo acabe, aunque está claro que allí no acaban los personajes. Espléndido relato, Isidoro, ¡como de costumbre! ¡Un abrazote!! ;)
Cuanto me alegro que te haya gustado y sorprendido, Fritzy. Este relato nació sin grandes pretensiones, más bien como un ejercicio para no perder la soltura, je, je… y mira por donde, al final resulta que estas historias son las que más enganchan (he podido comprobarlo en otras ocasiones en las que, narraciones parecidas eran las que más lecturas tenían). Supongo que la frescura y cercanía de lo que se cuenta tiene mucho que ver. En cuanto al destino, más que mañoso, en este caso resulta beneficioso al proyecto narrativo del autor, je, je… porque de no haberse encontrado en el hospital, yo no hubiera tenido historia, amiga. Aunque coincidirá conmigo en que cosas más raras se han visto y la vida… está llena de sorpresas. De nuevo acepto gratamente, como le he dicho a Jorge, la crítica sobre el título. Eso me pasa precisamente por empezar la casa por el tejado. Está claro que, al pensar primero en un título y darle luego forma al relato, éste superó con mucho al primero. Que sepa que si no lo modifico es para que no desaparezcan las palabras que han generado la crítica y porque soy de los que piensan que lo hecho, hecho está, mejor o peor.
EliminarSiempre es un placer leer sus comentarios. Un abrazo enorme
Me has dejado boquiabierta, je,je. Primero me has entusiasmado con una historia tierna y romántica que parece ya prehistórica, por desgracia, sin la tecnología de hoy en día. Después, amigo, me has arrancado una sonrisa con ese final, imaginándome el "careto" de ambos, uno por la confesión y otro por la sorpresa, al compartir algo más que una amistad creada por un tropiezo. Chapó.
ResponderEliminarUn abrazo. =)
Me alegro de leerte compañera y más de tenerte por aquí. Sabes lo que pasa, que por edad, yo estoy a mitad de camino entre esta era de la tecnología globalizada y aquella en la que todavía veíamos la tele en blanco y negro (en algunos sitios vendían unos filtros especiales, que consistían en un film transparente de varios colores para pegar a la pantalla y te decían ¡Vea su televisor a todo color!, jua, juaaaaa. Puedes creértelo, porque es verdad, ¡menudo timo!... Alguno sabrá de lo que hablo) En homenaje precisamente a esa época en la que un móvil no era otra cosa que un juguete que se colgaba de la lámpara para entretener a los bebés cuando el aire lo hacía girar, quise ambientar esta historia en ese momento… Bueno, quizás en mi ensoñación nostálgica he retrocedido demasiado en el tiempo, je, je
EliminarFeliz de haberte arrancado una sonrisa, ahora te mando un fuerte abrazo
Curioso como hablábamos hace poco de que teníamos algún tipo de conexión, y hoy voy y me encuentro con esto. Y es que yo llevo un tiempo trabajando en un texto también muy basado en el diálogo, como el tuyo (aunque no exclusivamente), pues soy un auténtico fanático de poner a los personajes a hablar. Reconozco que es bastante difícil no caer en tópicos y en frases grandilocuentes, pero, como no podía ser de otra forma, tú lo sorteas bastante bien, dejando respirar a la conversación e identificando perfectamente a cada uno de los interlocutores. Luego, de lo que cuentan, me fascina el erotismo y el misterio que transmites en la primera parte del texto. Me resulta curioso que me interese menos la "sorpresa final", porque ya me has cautivado con el juego de seducción desde los balcones. Esa imagen resulta tan genial que casi hasta me da pena que se materialice su relación, pues en esa idealización hay una magia especial, la grandeza de los amores (y por ende los deseos) imposibles.
ResponderEliminarEn definitiva, Isidoro, me has hecho pasar otro gran rato, y me vuelves a confirmar que te mueves fenomenalmente en cualquier género. Además, creo que las emociones juveniles (lo vimos en Melody) se te dan especialmente bien.
De nuevo mis respetos y admiraciones, compañero.
Un abrazo.
Qué sorpresa más agradable verte de nuevo por aquí, Alejandro porque hace poquito estuve leyendo otro comentario tuyo, lo que siempre es un placer. La verdad es que este relato, en un principio no estaba planteado como un diálogo, como dije en otro comentario, pero luego lo adapté. A mi modo de ver, en esa adaptación, el diálogo ha perdido espontaneidad, sobre todo en lo que a la narración del prota se refiere, pero me dio pereza modificarlo totalmente. Me alegra saber que, aún así, ha gustado el resultado. Entiendo lo que dices sobre que te ha gustado más el principio que la sorpresa final. A mí me ha pasado lo mismo. Sucede que, como siempre, comencé por plantear el final (que estaba en ese título que no ha gustado demasiado), pero luego resultó que la historia de los adolescentes cobró vida propia y, claro, engulló a mi planteamiento inicial. Ya sabes de lo que hablo, je, je.
EliminarEn fin, también me ha gustado que digas que se me dan bien las emociones juveniles. Es algo que me enorgullece, porque se me antojan las más complicadas y con tantos matices que resultan tan difíciles de plasmar. Por eso mismo son las más atractivas a la hora de escribir (al menos para mí)
Muy honrado con tus respetos y admiración compañero, y no te quepa duda que son mutuos
Espero a leer ese relato que estás preparando. Tómate el tiempo que necesites, no dejaré de leerlo.
Un fuerte abrazo
Qué grande eres, Isidoro. Preciosa, maravillosa historia. Me has hecho, en pocos minutos, pensar en tantas y tantas cosas, reflexionar, sentir, revisar sentimientos y situaciones. El título creo que no estropea para nada ese final sorpresa, que no anticipé porque tampoco hice cábalas de ningún tipo. Me dio cierta lástima que desnudos en esa cama no hagan nada, es el momento totalmente interruptus de la historia, jajaja...Situación más que comprometida para esos dos amigos, no sé si el amigo fisio le seguiría aconsejando "lucha por ella y ve a por todas". Muy sensual esa figura femenina y todo ese despertar a la pubertad.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras compañero. Me alegro que el relato te haya hecho pensar en todas esas cosas. Esa es, creo, la conexión que todos buscamos al escribir. Si te digo la verdad, a mí, como creador, también me dio un poco de lástima ese momento culminante en la cama. Sin embargo, ahí no acabó la historia y el protagonista, al confesarlo, quiso dejar claro que, para bien o para mal, a su pesar o para su satisfacción, habría una segunda oportunidad. Lo que pasara con la relación de los amigos, es otra historia. Quién sabe, quizás se avinieron a compartirla.
EliminarSaludos
Jo, Isidoro, que grande eres. Supongo que a todos los lectores nos ha retrotraído a nuestra adolescencia, a esos sentimientos tan grandes que, aún hoy, se esconden en nuestra memoria. Ese primer amor inocente con el que nos ruborizábamos y al que teníamos idealizado. Un diálogo-narración genial (he leído que no te acaba de convencer, yo creo que lo has bordado). Y bueno... el final. A pesar de advertirlo en el título, no he anticipado para nada lo que tenías preparado. Es cierto, como han comentado, que nos distraes, nos sumerges tanto en la historia, que te olvidas del título. Me ha gustado mucho, mucho, mucho. Disculpa mis comentarios, soy bastante malo analizando textos, espero que al menos te transmita el mismo buen rollete que tú has sabido transmitirme con esta historia. Un saludo
ResponderEliminarJo, Isidoro, que grande eres. Supongo que a todos los lectores nos ha retrotraído a nuestra adolescencia, a esos sentimientos tan grandes que, aún hoy, se esconden en nuestra memoria. Ese primer amor inocente con el que nos ruborizábamos y al que teníamos idealizado. Un diálogo-narración genial (he leído que no te acaba de convencer, yo creo que lo has bordado). Y bueno... el final. A pesar de advertirlo en el título, no he anticipado para nada lo que tenías preparado. Es cierto, como han comentado, que nos distraes, nos sumerges tanto en la historia, que te olvidas del título. Me ha gustado mucho, mucho, mucho. Disculpa mis comentarios, soy bastante malo analizando textos, espero que al menos te transmita el mismo buen rollete que tú has sabido transmitirme con esta historia. Un saludo
ResponderEliminarNo tengo que disculparte nada Jose R. Todo lo contrario. Tengo que agradecerte tu tiempo y tus palabras, que valoro muchísimo. Más que un profundo análisis o un erudito comentario de texto, es la sinceridad y el hecho que vengan de alguien que comparte mi pasión, lo que más hondo me llega. No te quepa duda.
EliminarMe alegro mucho que te haya gustado y que haya hecho salir esos recuerdos de tu mente. Es lo que buscaba, lo que yo he sentido al escribir. Cierto que no me convencía, pero era la estructura que quería darle al texto con lo que más dudas tenía. La historia, te lo puedes creer, fue saliendo casi sola. Es curioso lo que dices de que llegas a olvidar el título al sumergirte en el relato, porque, aunque el final era lo que tenía en mente al escribirlo, fue al ponerme a relatar la historia-excusa para ese final, cuando realmente sentí que escribía, cuando me metía en una historia que ni yo mismo sabía por dónde me iba a llevar. Creo que me entiendes.
Un abrazo
Me ha gustado mucho tu historia de amor, amistad y sorpresa
ResponderEliminarBienvenida a mi pequeño espacio Edda. Muchísimas gracias por tu lectura y por tus palabras. Me alegro mucho que te haya gustado. Vuelve cuando quieras, será un honor
EliminarUn saludo