Ichiro dejó escapar una lenta bocanada de humo hacia el techo y las volutas reflejaron las multicolores luces de neón que se colaban a través de la ventana. Giró la cabeza sobre la almohada y observó con deleite el rostro que descansaba junto a él. Unos ojos rasgados de un verde imposible le miraban fijamente. En el hombro desnudo de la chica, un extraño tatuaje de líneas verticales y letras parecía haberse borrado en parte, permaneciendo tan sólo las que formaban un nombre: “LILY MOD”.
- Lo he estado pensando Lily… Estoy harto de pagar por cada cita, como si esto no fuese más que una transacción económica. Pero sobre todo estoy harto de tener que compartirte con otros tíos… Tengo un poco de dinero ahorrado y… he tomado una decisión: voy a hacer que seas sólo para mí.
Por toda respuesta, dos brazos femeninos se enlazaron en su cuello y un cuerpo cálido se movió bajo las sábanas para colocarse sobre él. En aquel rostro perfecto se dibujaba una sonrisa sugerente y las luces de neón hacían brillar sus ojos de un rojo imposible. De nuevo, como todas y cada una de las veces que había solicitado el servicio de “Lily Mod”, Ichiro sintió la urgente necesidad de poseerla por completo, de ser el único dueño de aquella infinidad de sensaciones que su cuerpo prometía y que, en sus breves encuentros semanales, tan sólo podía adivinar. Él era consciente de que la decisión que había tomado le arruinaría casi por completo, y que tendría que renunciar para siempre a aspirar a algo mejor que aquel cochambroso apartamento del nivel 5, pero también sabía que ya no era él quien llevaba las riendas de su destino.
Dos semanas más tarde, llegaba al apartamento de Ichiro un enorme cajón con el remite de Robotic Pleasure, S.A. En su interior, entre papel de burbujas y bolitas de poliespan, un sofisticado modelo femenino a escala real, con un juego de ropa interior, traje de noche y complementos. En su hombro, un código de barras y, bajo él, la leyenda, “CALL-GIRL. SYNTHETIC MOD.361”.
Ichiro, con los ojos chispeantes de deseo y una apremiante sensación en la entrepierna, extrajo el “CD” con las instrucciones y se dispuso a programar su nuevo juguete, con todas las opciones incluidas activadas, en una configuración totalmente personalizada e individualizada. Aquellos autómatas, de piel sintética y sistema térmico incorporado, costaban una pequeña fortuna, pero a cambio, ofrecían una vida sexual, e incluso afectiva, plena, con todas las opciones imaginables a disposición del cliente, muy lejos de la versión limitada de alquiler, aun teniendo en cuenta las modificaciones que cada usuario hubiera podido introducir en el software básico con el fin de desbloquear características especiales.
Esa misma mañana, en el departamento comercial de Robotic Pleasure, analizaban los resultados del último ejercicio, bastante sorprendidos con el éxito del modelo 361, ya que, siendo el más antiguo de sus prototipos, la venta de la “versión completa”, había superado de forma espectacular a la versión “trial” comercializada a través de la red prostibularia.
La noche de fin de año, el feminoide conocido entre sus clientes por Lily Mod, acudía a su último servicio, pues con la llegada del Año Nuevo, aquel modelo sería reemplazado por una nueva versión “trial”, con renovadas funciones de empatía y fidelización, que sin duda aumentarían los beneficios de sus promotores. Sin embargo, en la madrugada del día siguiente, su número de bastidor no figuraba en las entradas de la planta de reciclaje, el lugar donde debería haberse presentado al finalizar su turno. Algo que, por otro lado, era bastante habitual, pues muchos autómatas descatalogados eran vendidos por piezas en el mercado negro o reconfigurados por algún usuario de forma fraudulenta para otros usos. Pero el caso de “Lily Mod” era distinto y, de alguna forma, único hasta entonces. Un fallo en el “reseteado” periódico y la manipulación de miles de clientes al introducir sus propios parámetros en los sistemas de memoria y los niveles de respuesta, habían dado al feminoide una personalidad propia.
Dos días después, Lily Mod contemplaba el horizonte desde el muelle, ajena al viento helado que recorría la bahía de Tokio. El vello de sus brazos se erizaba. Probablemente no era más que el efecto de un estímulo térmico en su neurosistema cibernético, pero tal vez,… y sólo tal vez, podría ser la respuesta de su piel a nuevas sensaciones... Sus ojos, de un azul imposible, reflejaban el mar.