lunes, 26 de marzo de 2018

Animación suspendida


No entiendo nada... Esta oscuridad... Este silencio... ¿Cómo es que no puedo abrir los ojos?... ¿Por qué no siento los párpados?... ¿Por qué no siento... absolutamente nada?... Pero... Estoy consciente, puedo pensar... Es como si tan solo tuviese pensamiento... Puede que esto no sea más que un sueño, una pesadilla... ¡Un momento! Tengo recuerdos... ¡Eso es, sí!... Hay imágenes. Mi vida. Un nombre, Aldo... Un imperio que gobernar... «Bienvenidos al mundo donde los robots cotizan a la Seguridad Social»... Ese era mi eslogan... Pero, ¿Por qué no puedo despertar?... ¡Ya sé! Hubo un choque... ¡Dios! Aquel auto salió de la nada. Todo explotó a mi alrededor y... dentro de mí... Pero, entonces... ¿Es esto la muerte?.... No, no puede ser, recuerdo la póliza. El contrato con Lifedreams Industries... También recuerdo su eslogan, «La muerte puede esperar» ... Me costó un riñón, pero valía la pena... «Animación suspendida» sin límite de tiempo hasta la reanimación... Enfermedad irreversible o perdida de hasta el ochenta por ciento de masa corporal... Inmejorable… «Es cuestión de tiempo», me decían… «Tarde o temprano, averiguaremos como curarle»… «El único seguro de vida… que le garantiza la vida» ¡Claro, eso debió de ser!... El accidente... Lifedreams debe haberse hecho cargo y, ahora… ¡Estoy vivo de nuevo!... Probablemente hayan pasado años desde el accidente y… ¿Pero por qué no puedo abrir los ojos?... Bueno,… el proceso de reanimación es lento… Primero viene la consciencia, luego, poco a poco, comenzaré a tener sensibilidad… ¿Pero por qué no les escucho hablarme?... A no ser que… Y si, en realidad, el accidente acaba de ocurrir… Y si lo que está pasando es que he perdido toda sensibilidad y estoy entrando en el proceso de hibernación… Dentro de unos minutos, me habré dormido… ¡Pero, soy consciente!... Dios mío, tengo que decirles que estoy despierto… Dijeron que sustituirían toda mi sangre por una solución líquida y que la temperatura corporal bajaría más de diez grados, que mi corazón se detendría… Pero que las células seguirían vivas… Pero yo no siento frío. No siento nada… Si al menos pudiese…

«The Post, Thursday, January 25, 3018

El director gerente de Lifedreams Inc. y consejero delegado para el proyecto de desarrollo de la PER (Preservación de emergencia y reanimación), así como la mayor parte de su comité ejecutivo, han sido cesados en sus cargos y suspendidas sus funciones al haberse hallado múltiples anomalías derivadas de su actividad económica, tanto personal, como corporativa. La poderosa multinacional ha sido declarada en suspensión de pagos e intervenido su patrimonio y empresas filiales.
 
En cualquier caso, los organismos oficiales han divulgado una nota aclarando que clientes y usuarios deben permanecer tranquilos pues, al tratarse de sociedades médicas, tecnológicas y de cobertura social, afiliadas a la protección estatal, aunque haya cesado toda actividad relacionada con la investigación y desarrollo, sí que permanece en activo su cobertura contractual, establecida en las pólizas de seguro. Tanto más cuanto que esta labor se encuentra totalmente automatizada mediante sus plantas de mantenimiento gestionadas por Inteligencia Artificial»
 
Planta de Lifedreams Inc., Licencia Estatal Número HJK0058477 (Annabella, Utah)
Revisión de mantenimiento protocolizado en estándar UTC 3018
Sujetos en proceso de reanimación: 2534
 
Ficha 2530
Hux, Aldo
ID: W254-180-54-458-0
Age: 52. Weight: 177,60 lb. Height: 68'60''
 
Situación en fecha de entrada. 03/12/2030
Politraumatismo extremo. Deterioro orgánico, muscular y óseo. Pérdida importante de masa corporal. Estado en coma inducido. Pronóstico: deceso en lapso inferior a 24 horas.
Se gestiona ingreso en animación suspendida.
 
Situación en fecha de mantenimiento protocolario. 01/24/3018
Revisión de resultados de investigación y experimentación en sujetos cobaya (Ver anexo ACX58756) Visado por CMA y visto bueno a procedimiento para trasplante encefálico en tronco sintético.
Proceso en curso: Salida de animación suspendida. Reanimación celular. Craneotomía y extracción cerebral para posterior inserción en tronco receptor. Desecho de materiales residuales (aparato muscular, óseo, nervioso periférico y orgánico completo)
 
01/25/3018
ACTIVADO PROTOCOLO DE EXCEPCIÓN.
INTERRUPCIÓN DE SERVICIO POR MEDIDAS CAUTELARES.
CANCELADAS REMESAS DE MATERIAL Y HONORARIOS DE INTERVENCIÓN.
MANTENIMIENTO EXCLUSIVO DE COMPROMISOS CONTRACTUALES Y CLÁUSULA CERO: PRESERVACIÓN DE LA VIDA HUMANA.
 
Situación posterior a fecha protocolo de excepción. 01/26/3018
Sujeto reanimado en espera de matriz receptora (cuerpo sintético sexo masculino) Procedimiento interrumpido por imperativo legal. Recepción de material para trasplante cancelado de forma indefinida. Tampoco es posible formalizar nuevo contrato de animación suspendida. Se procede a la activación de Cláusula Cero.
 
Procedimiento llevado a cabo por Robotic Drive: Traslado de la unidad orgánica al área de mantenimiento a largo plazo. Instalación de contenedor y solución nutritiva. Inmersión del paquete cerebral sujeto en el líquido matriz, conexión a soporte vital y activación celular.
Próxima revisión de mantenimiento: 01/26/3118
 
 
… Si al menos pudiese abrir los ojos… Si al menos pudiese gritar.
 
Safe Creative #1802015658448

lunes, 12 de marzo de 2018

Gatos de hojalata II (Segunda parte de dos)

 
«Caught in the middle of a hundred and five
The night was heavy and the air was alive
But she couldn’t find how to push through»
 
A medida que me acercaba al final de mi viaje, la percepción del entorno cambiaba. Las aguas de La Dordogne, caudalosas y tranquilas, pasaban a mi lado, trayendo fragancias conocidas, que revivían los recuerdos de otro tiempo, devolviendo mi mente a fragmentos del pasado que mi alma conoció y que se resistía a olvidar. Como aquellos, a los que también mis padres quisieron volver. Aunque para ellos no fue nada fácil. Los vínculos estaban rotos.
 
Nada, ni nadie, les esperaba después de treinta años. Sus costumbres habían cambiado, su perspectiva, incluso su acento y su forma de expresarse. Como tantos que les precedieron, como si la condena del emigrante fuese serlo para siempre, tuvieron que seguir la estela y continuar hasta Madrid en busca de trabajo.
 
Pero, con todo, lo que ellos habían perdido, yo nunca lo había tenido. Extranjero allá donde fuere, sin más patria que un viejo Volkswagen aparcado en una era, tuve que ganarme el rincón para comenzar la pelea.
 
Con el tiempo, mi bilingüismo, que al principio fue tan sólo objeto de burla, llegó a abrirme unas cuantas puertas. Una de ellas fue la redacción del diario «Pueblo». Con mi cámara al hombro y ganas de meterme en todos los «fregados», asistí a los primeros pasos de la democracia española.
 
Cuando dejé Francia, la añoranza y la frustración crearon en mí un intenso sentimiento de abandono, de vacío, de renuncia vehemente a cualquier intento de conservar algo de lo perdido.—No quiero tus cartas. Te quiero a ti—, me había dicho Véronique. Pero los dos sabíamos que éramos muy jóvenes para cambiar las cosas.
 
Poco a poco, a la rabia la sustituyó la culpa, y la idea obsesiva de haber perdido la oportunidad se enquistó en mi cerebro. Lo absoluto del «todo o nada» había dejado una «nada» demasiado angustiosa, y la imagen de Véronique, en lugar de difuminarse en el pasado, se hacía dueña de un rincón de mi memoria.
 
Dicen que el tiempo todo lo cura, pero hay recuerdos que maceran en el olvido y, en lugar de diluirse, te hacen suyo lentamente. Durante aquellos años tuve un par de relaciones, pero no cuajó ninguna. En cambio, veía a Véronique en cualquier chica de rizos cobrizos que caminase delante de mí, volvía a escuchar sus reflexiones en cada conversación, todavía podía identificar su perfume. A veces me la imaginaba en París, viviendo sola en un ático de Les Halles, o en algún pueblecito suizo, casada con un famoso arquitecto.
 
Catorce años tuvieron que pasar. Catorce años para dar el paso. Nunca sabes por qué eliges un momento para hacer algo importante, pero cuando llega ese momento, probablemente es el día que menos has pensado en ello. Y yo no soy de los que se lanzan a la aventura sin más. De hecho, los cambios siempre me han gustado poco, quizás debido a mi propia experiencia. Por eso, aunque la decisión se había ido abriendo camino poco a poco, mis primeros trabajos como «freelance» me permitieron ahorrar lo suficiente y, con el bolsillo lleno y el viejo R5 prestado, la cosa ya tenía otra pinta. Cuando el periódico, meses después, redujo su plantilla casi a la mitad, este nuevo factor vino a sumarse a mi motivación.
 
Después de catorce años, Véronique no era sólo el recuerdo de un amor de adolescencia. Era un tiempo, un lugar, una vida. En el momento en que fui consciente de ello nació la necesidad y la decisión de volver.
 
«Carried away by a moonlight shadow
Carried away by a moonlight shadow
Far away on the other side
But she couldn’t find how to push through»
 
Pasado Bergerac, había tomado la ruta que atravesaba Beaumont du-Perigord en dirección a Mompazier. Unos kilómetros antes de llegar a esta localidad, pasé a la altura de la granja de los Bonnaterre. No me atreví a entrar con el coche directamente y, como si tuviese que pensar un poco más lo mil veces pensado, continué por unos metros y estacioné junto a una casa, para luego retroceder andando por la carretera.
 
Mi corazón palpitaba frenético cuando llegué a la línea del seto que limitaba los terrenos de la casa. Las ocas se acercaron en tropel a mi paso graznando ruidosamente, y los perros ladraron al unísono. Aparte de eso, no parecía haber nadie más. Entonces vi el gran castaño y el columpio, y un torbellino de nostalgia comenzó a girar a mi alrededor. De repente, sentí una extraña sensación, como si hubiese sido transportado en el tiempo, como si los catorce años que mediaban entre la última vez que había estado allí y ese momento, no hubiesen existido nunca. Desde que comencé el viaje fui consciente de que no volvía al sitio del que partí, de que encontrar allí a Véronique, e incluso de que me reconociera, era lo más improbable. Sin embargo, en aquél instante, todo parecía posible.
 
Un movimiento cerca del cobertizo llamó mi atención. Intenté tragar saliva y me acerqué. No conocí a quien se asomó por la puerta pero, ante la imposibilidad de rehuir el contacto, me dirigí a él. Según el hombre, la familia estaba en Mompazier y Véronique en la tienda. Durante un momento estudió mi expresión de desconcierto y acto seguido me indicó el lugar donde estaba el comercio. Por un segundo pensé en preguntarle muchas cosas sobre los años de ausencia, pero ni sabía por dónde empezar ni si él era la persona que podría contarlo, así que le di las gracias y me fui hacia el coche para seguir sus indicaciones.
 
Entré por la Rue Transversale hasta la de Saint Joseph, donde aparqué el coche, en la parte de atrás de la iglesia de St. Dominique. El hombre me había dicho que la tienda se encontraba en la calle de Notre Dame, una de las vías principales de la antigua bastida, que llegaba hasta la Place des Cornières, donde se instalaba el mercado tradicional. El día estaba llegando a su fin y las luces ambarinas de las farolas se reflejaban en los adoquines mojados, creando un ambiente cálido en el frío otoñal. Intentando relajar los nervios, di un paseo por aquella plaza, rememorando viejos recuerdos, como el lugar donde ubicaba su puesto de flores y patés la familia de Véronique, las grandes arcadas, la tienda de sombreros, el café del rincón, el banco de piedra, el carrito de arroces de Mme. Blanchard.
 
Innumerables veces había ensayado aquel encuentro, imaginando todas las posibilidades. Sin embargo, me sentía como un estudiante ante un examen decisivo, del que dependiera toda su carrera. Catorce años eran muchos años para presentarse así, sin más, y el «pasaba por aquí» era una excusa demasiado tonta. Consciente de que su reacción podía ir en cualquier sentido, al final decidí, simplemente, dejar que las cosas ocurrieran por sí mismas.
 
La tienda estaba a pocos metros de la plaza, al lado de un estrecho pasadizo, pero como me había entretenido tanto en mis cavilaciones, ya tenía la verja echada. Con una mezcla de alivio y decepción, me fui a buscar un alojamiento para pasar la noche. Por lo menos sabía que había llegado al final de mi camino, pues encima de la puerta, un letrero de madera tenía grabado el nombre comercial: «Le chat en étain»
 
¡Ay de mi gato enamorado!
Una sombra a la luz de la luna,
a su gata le ha robado
aquella noche inoportuna.
 
A la estrella del destino
quiso pedirle un favor:
que le alumbrase el camino
para buscar a su amor.
 
Pero el lucero errante,
taimado y traicionero,
mudó su semblante
y le ocultó el sendero.
 
¡Pobre gato de hojalata!
Encaramado a un viejo coche,
busca el rostro de su gata
en el cielo de la noche.
 
La mujer pelirroja había salido del pasadizo y se dirigía a la puerta del local. Con un estridente chirrido, subió la verja de cierre. Un escaparate poblado de figuras, de todos los tamaños y colores, hizo su aparición: personajes de cuento, animales, campesinos en sus distintas tareas, estructuras decorativas, arquitecturas, y una larga lista.
 
Dejé transcurrir unos minutos, no sé si para que ella completase la apertura del comercio o para que mi pulso frenase un poco su alocada carrera, y me lancé. El chivato que colgaba sobre la puerta, avisó con su tintineo. Era un gato persa plateado en cuyas patas se enredaban, a distintas alturas, cuatro ratoncitos de largos bigotes. No había nadie tras el pequeño mostrador de madera, pero al cabo de unos segundos, la cortinilla de la trastienda se abrió y una mujer esbelta, de esponjoso cabello rojizo, salió con ensayada sonrisa.
 
Las miradas se cruzaron de nuevo después de catorce años. Y se reconocieron. La sonrisa ensayada se congeló, durante un instante que a mí me pareció eterno, para luego brillar con luz propia y hacerse acogedora. Se acercó. Sus ojos brillaban. Acarició la solapa de mi chaqueta levemente. Pasó el tiempo. Sin palabras, como la última vez. Estaba tan cerca que veía sus pupilas claramente. La miel. El sol. La brisa. El romero. Sus brazos se enroscaron en mi cuello y su mejilla se pegó a la mía.
 
—¿Me dibujas otro gato?—, me susurró al oído.
 
Nos sentamos en la única mesa exterior del café «Le coin», bajo una de las arcadas de la plaza. Por un momento tuve la sensación de que nada había cambiado. La yedra seguía colgando a la misma altura por el vano del arco, la mesa de madera tenía las mismas manchas de vino, el farolillo seguía sin tener bombilla, incluso el menú del día era el mismo de hace catorce años.
 
Durante un rato hablamos del pasado. Véronique me contó que hacía cinco años se había casado con un veterinario destinado al departamento y ahora tenía un hijo de dos. Me enseñó las fotos pertinentes. Lo más extraño es que, mientras hablaba, no experimenté decepción, sino tan sólo paz, como si por fin estuviese comprendiendo un antiguo misterio. Luego me hizo preguntas sobre mi vida en España, pero no sobre el motivo de mi presencia en Mompazier. Por último dejamos de hablar durante un momento. Ella miró su café y sujetó la taza con ambas manos. Sin levantar la vista dijo:
 
—Has venido por mí, ¿verdad?
 
No respondí.
 
Es mucho tiempo. Los gatos que tú me dibujaste y que mi padre me hizo en hojalata son los únicos que son tal como eran. Los únicos que guardan la memoria del tiempo. Tú te marchaste, mi padre murió unos años después. Aquellos gatos, curiosamente, formarían parte de mi futuro mucho más de lo que yo pensaba en ese momento. Ya lo has visto. El gato de la vitrina es el último que hizo mi padre. Yo… que distinta era… ¿Te acuerdas?.. Mi sueño era París, Londres… el mundo. Pero mi sueño terminó cuando me diste el primer beso. Creo que, sin saberlo, ese día cambió mi destino. En cambio, en ese mismo momento, para ti comenzó un sueño que ha durado catorce años…
 
«No, no, por favor, no te pongas triste. No te estoy reprochando nada. Sé que tú no podías hacer otra cosa. Durante un tiempo te odié. Muchas veces no somos dueños de nuestra vida, y sé que tú has tenido tu carga. Sólo digo que tanto nuestra vida en aquellos años… como nuestros sentimientos, como nuestros mismos sueños, no son nuestros, son del tiempo. Yo cambié París por un beso. Pero por aquel beso, no por los besos de un futuro.
 
Se rió.
 
—Tú no lo sabes, pero acabas de cambiar Madrid por un café en «Le coin».
 
Vi relucir sus ojos de miel.
 
—No conocía esta faceta filosófica.
 
Hizo caso omiso a mi observación.
 
—Me alegra que hayas venido.
 
Sonreí.
 
Véronique tuvo dos hijos más y abrió otra tienda en Sarlat.
 
Yo vendí mi Nikon, cambié los reportajes fotográficos por los escritos y trabajé para varios medios.
 
No volví a Madrid.
 
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