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Incluso el viento parecía haberse calmado alrededor de la solitaria cantina, como para dar mayor énfasis a las palabras de la anciana. «Eso no era un lobo», había dicho y, al instante, todos habían comprendido el alcance de tal afirmación.
Incluso el viento parecía haberse calmado alrededor de la solitaria cantina, como para dar mayor énfasis a las palabras de la anciana. «Eso no era un lobo», había dicho y, al instante, todos habían comprendido el alcance de tal afirmación.
—O Cosme dixo…—comenzó el trampero, y la vieja, con un movimiento extremadamente ágil para su edad, se plantó ante él, golpeando con ambas manos en la mesa y acercando el rostro a escasos centímetros del suyo...—.
Hasta que un aroma a tomillo y malvavisco vino a relajar la tensión.
—Cosme non che disse máis, ou porque non quere ou porque non che sabe… Tanto ten. Máis eles sabem… Eles coñecem a sua própria condenação—susurró la mujer, arrastrando la última sílaba.
—¡Obdulia, carallo!—intervino Antón—. Ou falas galego, ou castelán, que xa temos bastante co castrapo do Mauro, pra cantia de máis, comprender a tua lenguaxe, metade galego, metade portugués, que ninguén sabe onde o aprendiches.
Obdulia, “la portuguesa”, miró a todos, como si tratase de decidir quién de los allí presentes tendría el privilegio de comprender aquello que tenía que decir, e hizo un esfuerzo por abandonar su peculiar modo de hablar, siempre en un tono sibilante, con escasa entonación y un vocabulario lleno de expresiones particulares y foráneas.
—No sé más que lo que a xente cuenta…
—Nadie sabe mucho de ese pazo—interrumpió ahora el labriego que, detrás del mostrador, llenaba su cuenco de barro con el vino que salía de una espita—. Detrás de esos muros de orgullo habrán pasado miles de cosas, pero ya se guardan muy mucho todos ellos de que los aldeanos no sepamos nada. Ni los que trabajan sus tierras… No somos más que bosta de vaca para ellos.
—¡Cuidadiño, Xoán!—advirtió el cantinero—... Ese Ribeiro es de lo mejor que tengo. No lo malgastes… Y ahora deja tú que la vieja se explique. Es una manciñeira. Tan pronto te cuece unas hierbas para el dolor de barriga, como te arregla un roto descosido por alguna verga impetuosa… Y todos le pagan: o le tiran algunos pesos, o le dan conto… Y eso, a ella, le gusta… Porque, vivirá en el bosque, donde nadie sabe, pero siempre está en las mallas, en las romerías..., en la cantina…
La anciana se había desplazado hacia la chimenea y calentaba las manos frente a las brasas. La luz ambarina del hogar perfilaba su negra silueta al resto de los clientes y proyectaba una sombra en la pared contraria, desfigurada por los anaqueles cargados de latas, botellas, e infinidad de productos ultramarinos.
—Quizás no debería decir…—comenzó de nuevo—. En la ignorancia se vive mejor…
—¡Ahora fala, carallo!—prorrumpió el lobero, arrastrando la silla al erguirse y girarse hacia la «manciñeira»—. ¡Se non foi o lobo, teño que saber que foi aquelo que me marcou de por vida!
La anciana permaneció impasible, frotando las manos y extrayendo recuerdos.
—Os Uxía siempre fueron xente de diñeiro. Don Ramón tenía las tierras del pazo y negocios en Cuba… y nadie sabe qué más. Pero había algo que no le era concedido: un hijo varón… Xa sabedes…, solo el primogénito varón tiene la legítima, el mayorazgo, el apellido.
«Don Ramón era hombre violento, de carácter agrio, cerrado en sí mismo y… en su bodega. De extraños anacos de furia. En cambio a mulher era un alma pusilánime, sin espíritu… Doña Emilia era feitiña, boa persona, pero incapaz de contrariar la voluntad de su esposo.
Antón se acercó a la barrica de vino joven de la que se había servido Xoán y llenó otro cuenco para acompañarle. Mauro hizo un gesto con la mano y, el cantinero comprendió que debía llenar una jarra grande. La joven, que se protegía bajo el mandil, parecía prestar la misma atención a las palabras de la anciana que el resto de los presentes, pero sus ojos seguían los movimientos de los tres hombres.
—Y cuentan…—continuó Obdulia—, que ella fue embarazada hasta siete veces. Pero… todos morreron antes de nacer, salvo dos. Una hembra y un varón. Gemelosss… Por fin, el heredero que tanto deseaba don Ramón… Sin embargo, lo que él no tenía en cuenta era que, aquella criatura en la que había puesto todas sus esperanzasss…nacía con una maldición.
La vieja «manciñeira» avanzó una de sus manos hacia el fuego, con la palma abierta hacia las llamas y, elevando el tono, pronunció:
—¡Y pasados catorce años de melancolía, el séptimo hijo varón, en noche de luna llena, cabalgará hasta lo profundo del bosque y, embadurnado con los excrementos de la bestia, sufrirá su primera transformación! Desde entonces, por la maldición, en cada luna deberá correr a cuatro patas, saciar su hambre de carne viva y su sed de sangre caliente…
—¡Contos de bruxa!—exclamó el labriego—. Yo anduve por los montes de estas tierras durante muchos años, y nunca me topé con ningún lobishome, ni nada parecido. Y aquel sacaúntos de Allariz no era más que un loco asesino que se libro del garrote porque otro loco creyó en sus delirios… Ya tenemos bastante con los lobos, para encima sacarnos de la manga a un hombre lobo.
—Los Uxía son gente muy reservada—intervino Antón, pensativo—. Nunca hubiesen pagado a un lobero para que les ayudase a cazar a la bestia, a no ser que estuviesen muy desesperados o… que su intención fuese otra.
El trampero permaneció en silencio, acariciando la cicatriz estrellada de su pecho con el dedo corazón. Una ráfaga de viento silbó a través de una rendija, por la que entraron algunos copos de nieve. El silencio inundó de nuevo la penumbra de la cantina. Los hombres bebieron, la joven se arrebujó en el mandil y la vieja «manciñeira» de piel rugosa, como de árbol milenario, dejó que el fuego iluminase en su semblante una enigmática sonrisa.
—Nadie sabe nada—prosiguió—. Ni siquiera yo, una pobre vieja que solo conoce unas pocas hierbas con las que curar vuestros males… Pero no solo hablan os homesss… También hablan as pedras das casas, os árbores do bosque, a lua e o sol, as estrelas… O silencio… Tan solo hay que saber escuchar.
«Solo alguien de fuera puede matar a la criatura. Solo quien nunca haya visto el rostro del hombre, puede matar al lobo. Ellos lo sabían, pero tardaron en comprenderlo. Tuvo que ocurrir una desgracia, para que permitiesen a alguien penetrar en su secreto. Dos hijos y una maldición. Quizás uno de ellos tenía que morir… O los dos.
―Eu non puiden matar á besta—objetó el lobero, mientras apuraba su vino y se dirigía al lugar donde había dejado el petate—… Xa o dixen.
Obdulia, por primera vez desde que había comenzado el relato, se giró hacia él y le miró directamente a los ojos.
―Lo sé.
Mauro pareció dudar un instante, como si fuese a decir algo más, pero al cabo, se cargó a la espalda el fardo de pieles y se fue hacia el portón.
—O amencer chega, e baixa a tormenta…Teño que marchar. Aínda teño traballo. Aí enrriba, hai una cría de lobo que ya debería morrer. Non quero perdela.
La puerta de la cantina se abrió con estrepito y una bocanada de nieve y viento rompió el calor interior. El cielo comenzaba a cambiar del negro al añil y, una fina línea anaranjada tostaba el horizonte níveo. El lobero, sin otra despedida, salió al exterior.
Todos observaron cómo se marchaba el trampero. El hogar se agitó por el aire de fuera y las llamas crepitaron con fuego azulado. La silueta de Mauro se perdió en la nieve. Obdulia, «la portuguesa», se echó el viejo mandil sobre la cabeza.
—¿Canto che debo, Antón?
—¡Sácate! Xa me pagarás con un dos teus remedios.
La vieja «manciñeira» esbozó una sonrisa y cruzó el umbral. Desde fuera, tornó el rostro y la joven silenciosa, impelida por una orden no verbalizada, se irguió como un resorte y marchó tras su mentora.
—¿Quién es esa muchacha?—quiso saber Xoán, el labriego.
—No sé muy bien—respondió Antón, el cantinero—. Es la sordomuda. La vieja la tiene con ella desde hace unos años y le enseña todas sus artes. No sé dónde la encontró, pero ya conoces su afán por «recoller todos os paxariños que caen do niño»
Final en el próximo capítulo
Final en el próximo capítulo