jueves, 5 de julio de 2012

Confidencias


Hubiera adivinado el tacto de tu piel pálida- aun sin sentirlo- de tanto soñarlo, igual que hubiera podido conocer la tersura de tu carne prieta o el cálido palpitar de tu vitalidad. Hubiera sabido cómo eras incluso sin haber estado nunca cerca de ti, de tantas veces como te di forma en la eternidad de mis noches.

Desde mi escondrijo en las escarpadas rocas podía verte cuando te asomabas al balcón de la torre más alta, cuando caminabas por los jardines de tu hermoso castillo o cuando paseabas a caballo por la vereda del bosque.

Para mi desdicha, no podía sino conformarme con tan efímero placer, pues tú perteneces a otro mundo, de seres altivos y orgullosos aunque también soberbios y petulantes, que desprecian y persiguen a los que son como yo.

Recuerdo muy bien el día que naciste: el festejo fue por todo lo alto y el castillo se llenó de gente que venía de todos los reinos vecinos, e incluso de allende los mares ( vi sus barcos anclados en la costa), donde también yo habité antaño, cuando los tiempos eran distintos.

Te vi crecer todo este tiempo, feliz como lo era yo, hasta que llegó el ansiado día de tu madurez; que además coincidió con los preparativos de tus esponsales, lo que me facilitó enormemente las cosas, pues para atraerte hasta mí, tan sólo tuve que llevarme conmigo a quien, en breve, sería tu futura pareja.

Después de eso, sólo tenía que dejar intencionadamente mis huellas cerca del castillo para que todos supiesen que el autor de tamaña fechoría no era otro que el temible dragón de la Montaña Negra, y las huestes de tu padre acudirían en tropel dispuestos a darme caza, hasta mi propia guarida, donde estaría esperándoles.

Sabía de antemano que de esa forma también me aseguraba tu presencia al frente del ejército, embutido en tu brillante armadura, dispuesto a dar tu vida por salvar a tu amada del monstruo que la había raptado. Por fin, después de tan paciente espera, estás en mis dominios, y eres totalmente mío.

Sé que no puedes entender lo que te digo, ni saber que yo soy el último de los dragones de leyenda, igual que tú el último de los caballeros; pero ahora tan sólo tienes que hacer aquello para lo que has sido creado. Durante cientos de años vagué en la soledad de un mundo real buscando mi propio destino. ¿ Qué sentido tiene la existencia de un dragón si ya no existen los caballeros? ; así que, al final, decidí crear mi propio reino, y con él mi propio caballero. Yo mismo te di vida, y luego no tuve más que aparecer de vez en cuando en vuestras fútiles existencias para crear una leyenda que tú te encargarías de perpetuar dando muerte al último dragón. Tú fuiste mi juguete. Ahora serás el héroe inmortal del cuento que me dará vida.

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