domingo, 10 de noviembre de 2013

Luna de junio


El cielo, limpio de nubes, pasaba del añil al negro, y el disco reluciente de la luna se erguía sobre el horizonte, reflejándose, casi como en un espejo, en las increíblemente quietas aguas del mediterráneo. Padre e hija contemplaban la escena desde la torre del faro.
- Papá, ¿ dónde está la luna? ¿En el cielo, o en el mar?
Su padre la miró con ternura. Inconscientemente recordó el momento, seis años atrás, en que su hija nacía, y su mujer, como si de un diabólico intercambio de vidas se tratara, dejaba de existir. Ella conocía el riesgo, pero lo aceptó. Él no. No recordaba sus palabras cuando hablaron de ello, pero sí sus ojos. Sin embargo, él no podía querer a quién le había quitado lo que más quería. Desde ese mismo faro, un par de días después, ayudado por el cálido viento de poniente, esparcía sus cenizas en el mar. Ahora todo había cambiado, y comprendía muchas cosas. Gracias al tesón de los abuelos, aquel bebé sin nombre se convirtió en Alicia. Y Alicia dio sentido a su vida. Y no había vuelto al faro desde entonces, pero ahora estaba allí, mirando el mismo mar y el mismo cielo. Y su hija quería saber dónde estaba la luna. Y él recordaba el mismo día seis años atrás. Y las cenizas al viento, entre el cielo y el mar. Y ¿ dónde estaba ella?, se preguntaba él. Y la respuesta era la misma.
- La luna no está, ni en el cielo, ni en el mar, hija mía... Está en tus ojos.

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