viernes, 31 de octubre de 2014

La teoría del azar


Aquél era un día especial. No sólo para los habitantes de la nueva colonia de Encélado, sino para la humanidad en general. Era un día grande, inscrito entre los más importantes hitos de una historia con más de cinco mil años en su última era.

Si bien era cierto que ya se contaban por decenas los nuevos asentamientos en planetas exteriores, como Europa o Marte, era ésta la primera que había nacido bajo unas condiciones que, a priori, resultaban incompatibles con la vida. Había costado doscientos años, pero por fin se habían superado las plataformas creadas bajo atmósferas artificiales. Ahora era posible modificar las condiciones medioambientales originales. Parecía increíble, dada la capacidad cerebral de esta raza, pero el ser humano había logrado crear vida. Es cierto que al principio no eran más que meros microorganismos quimiolitótrofos, mutados y adaptables a cualquier entorno, por muy hostil que fuera, pero con el tiempo, en las apropiadas condiciones, e insertos en un macrosistema sostenible, eran capaces de crear un espacio autogestionado y compatible con la vida humana. Tal como en su planeta originario, los primeros organismos vivos habían ido transformando el medio, creando su propio hábitat para evolucionar hacia formas más complejas.

Aquel día, Encélado, el más grande e inhóspito satélite de Saturno, con su nueva biosfera, estaba preparado para albergar al hombre. Un hombre que se había transformado en dios. Un dios solitario, por otra parte. En todos sus milenios de historia, a lo largo de sus innumerables viajes interestelares, con sus cientos de sondas intergalácticas surcando el cosmos, no había encontrado ni el más mínimo rastro de otro ser con el que compartir su don. El hombre se sentía solo en su grandeza. Y como tal, el único dueño y señor de un universo, que dejaba de ser infinito a los ojos de quién creía tener todo a su alcance.

En aquel preciso instante, el Consejero Supremo de Corporaciones Unidas y presidente en funciones de la Asamblea de los Cien, pronunciaba, ante los medios de comunicación, el discurso más grandilocuente que la exaltada imaginación de sus asesores fue capaz de parir. Justo entonces, una extraña sensación recorrió al unísono a los miles de millones de personas que le escuchaban, desde todos los rincones habitados del sistema solar. Pero la causa no eran las palabras del orador, sino algo externo al planeta, incluso al universo conocido por el hombre, y que todos percibieron como una amenaza.

Fue la última percepción del ser humano. No fue necesario más que un zeptosegundo para poner fin a "la grandiosa epopeya del Hombre"

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Ixtical, el ente encargado del control exterior en el pequeño universo que nosotros bautizamos con el nombre de "Creación", permanecía siempre en las zonas estelares de menor densidad, a miles de pársecs de distancia de las grandes nebulosas centrales, donde la energía del espectro gamma, aunque escasa, era suficiente para colmar su apetito, pero donde las posibilidades de que la emisión letal de sus excreciones pudiese dañar a un sistema planetario, se minimizaban.

Es por ello que a nadie le preocupaban demasiado sus movimientos. Ixtical vigilaba "los bordes", y la desaparición continua de una ínfima parte de la masa cósmica, debida a su misma existencia, era algo totalmente aceptado como contrapartida al servicio que prestaba.

En aquella ocasión, sin embargo, algún microcomponente errático en su nivel de comportamiento, hizo que, de alguna forma, trasladase su entidad a coordenadas espaciotemporales interiores. Más concretamente, a las proximidades del Brazo de Orión.

Nadie en el Consejo podía haber imaginado nunca que aquello hubiese sido posible, pero el caso es que, la expulsión de la materia residual de su metabolismo, que en el espacio-tiempo habitual no hubiese pasado de ser una efímera nebulosa de gases, se convirtió, debido a la enorme cantidad de radiación gamma que Ixtical había absorbido, en una macroimplosión de alto nivel, cuyo resultado fue la desintegración instantánea de un cuadrante completo de la Galaxia Espiral.

Entre los sistemas estelares desaparecidos, estaba aquél cuyos habitantes llamaban "Sistema Solar"

No era la primera vez que alguna de las incontables razas que poblaban el multiverso, perdía efectivos de forma masiva como resultado de los procesos naturales, o incluso se extinguía totalmente debido a algún tipo de desajuste cósmico. Sin embargo, nunca hasta ese momento, había desaparecido un biosistema planetario completo, por insignificante que éste fuera, por muy aislado que estuviera en el extremo de una galaxia menor, por mucho que no fuera más que el primer brote biológico de un joven universo entre millones de ellos poblados por infinito número de especies desde muchos eones antes. 

Era algo sin precedentes y, por mucho que, según nuestra propia teoría, sea imposible igualar a cero la probabilidad de que algo ocurra en alguno de los universos, el Consejo no pudo hacer otra cosa que tomar medidas. Desde entonces, la especie a la que pertenecía Ixtical, aquellos seres compuestos de energía y usados para controlar los extremos de los universos, de forma que no se solaparan y dejaran un portal abierto a las transferencias entre ellos, fue "retirada" y abandonada en los Confines Oscuros, allá de donde vino.

Por lo que a nosotros concierne, el experimento fue todo un éxito. No sólo fuimos capaces de crear un universo a partir de la explosión de una única partícula, sino que éste llegó a albergar, gracias al aumento exponencial de su materia estelar y siguiendo nuestra hipótesis preliminar, un cuerpo sólido con entidades biológicas evolutivas. Ahora, gracias a la ayuda de una insignificante "raza de laboratorio", y a nuestra "Creación", estábamos en condiciones de demostrar empíricamente, la "teoría del azar"


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