jueves, 16 de julio de 2015

Mala fama


Todos me llaman Felicia y soy puta desde que recuerdo. Eso sí, una puta «licenciada» a decir de Nelson, el del bar Quito. A Nelson también le conozco desde que tengo memoria. Un ecuatoriano del interior que quería ser marinero y acabó en Madrid, poniendo un bar de cañas y mejillones al vapor con la mejor salsa picante de todo Malasaña. Nelson sabía del empeño de mi madre en darme educación y de las palizas que se llevó por sisar pasta para mis libros. Pero también supo que todo terminó el día en que ella murió y mi tío tuvo que enfrentarse a la posibilidad de tener que trabajar para hacerse cargo de mí. El tío Fran era hermano de puta e hijo de puta, pues mi abuela ya era del gremio, y se convirtió en chulo de mi madre cuando la suya faltó. Nací gracias a la voluntad de mi abuela y contra la de mi tío, por eso, cuando quedé huérfana, él no vio en mí más que una carga y una sola forma de sobrellevarla. Yo tenía quince años. Había perdido la vergüenza por mí misma y la virginidad se la vendió mi tío al mejor postor, así que ya estaba en condiciones de aprender las técnicas del oficio, que él se encargó de enseñarme personalmente. A los dieciocho era la reina de la calle Desengaño y tenía muy claro en qué carrera me había licenciado.

Fueron tiempos difíciles los de Madrid, pero ahora me invade una extraña nostalgia, como si allí quedase una parte de mí. Me gustaba caminar por las calles al amanecer, bajar por Gran Vía hasta la plaza España y sentarme en el césped, junto a las fuentes, hasta que salía el sol. No me arrepiento de mis actos, pero siento que me hayan empujado a dejar aquella ciudad. Lo cierto es que todo ocurrió muy deprisa el último año, y cerró una etapa de mi vida. Ahora que me he decidido a escribir sobre ella, ese episodio es tan bueno como cualquier otro para empezar.

El tío Fran se hacía viejo, y sus negocios con la farlopa acabarían pasándole factura. Un día, los estupas le pillaron metido en algo gordo, y él no pudo escurrir el bulto. Acabó en el trullo, con varios años por delante y algún camello cabreado por detrás. Yo me quedé sin chulo pero me eché un amigo madero que, además de estar empeñado en respetarme, espantaba a las mil maravillas a los moscones que tuvieran la pretensión de sustituir a mi tío. Fueron días tranquilos. Incluso me permitía elegir a mis clientes.

El gachó de turno fue mi primer paganini de categoría. Intentaba disimularlo bajo una gorra de los Yankees y unas gafas con cordón, pero el peluco y los zapatos sin embargo, no mentían. Ya por entonces estaba obsesionada con los zapatos y soñaba con tener un vestidor repleto, con decenas de pares ordenados por altura y color. El caso es que el tipo empezó a frecuentarme. No era de los charlatanes y siempre lo hacía con los calcetines puestos y la gorra de los Yankees. Eso sí, decía que se había enamorado de mis ojos verdes, aun cuando nunca los hubiera visto a la luz del día, salvo el último que nos vimos. Habíamos quedado en El Retiro y vino acompañado de otro estirado. Me lo presentó y nos dejó solos, con la llave de una habitación y un pago por adelantado.

El tío iba cargado, demasiado para mantener alto el pabellón, por lo que el gatillazo era previsible. Se hizo lo que se pudo. Al día siguiente comprendí todo el asunto, cuando en la prensa aparecieron ciertas fotos tomadas por un paparazzi. No eran muy nítidas, pero pude distinguirme sentada con él en un banco del parque, caminando hacia el hotel y en algunas otras tomadas desde una ventana, en la habitación y a horcajadas sobre el sujeto. La mía no tanto, tapada por el pelo, pero su jeta se veía perfectamente.

A partir de entonces se sucedieron varias semanas sin que yo pudiese asimilar o siquiera entender mucho de lo que estaba pasando. El hombre de las fotos resultó ser un joven político con un prometedor futuro, que de repente se hundió en el fango. La prensa se cebó con él. Cada vez que le preguntaban, él se defendía aludiendo que no recordaba nada de aquella tarde. Los medios lo consideraron una excusa muy poco elaborada y lo satirizaban más si cabe. La consecuencia de todo aquel escándalo fue que su vida personal se fue al garete y su futuro prometedor pasó a la historia. A la historia del fracaso. Yo no conocía nada de aquél mundillo pero, entre los personajes que más se ensañaron con aquel tipo y su «más que reprobable conducta» estaba uno de sus rivales políticos, ahora enfundado en un traje de Armani y que yo conocí bajo una gorra de los Yankees.

Por lo que a mí respecta, fue salir las imágenes y, en un par de días, los de la tele me habían localizado. Aunque me negué a hablar de aquel asunto, tampoco pareció importarles demasiado. Las fotos estaban ahí, yo era una puta y el resto era alimentar el morbo. Me llamaron de un programa de cotilleo y, después de aquella primera entrevista, debieron ver algo en mí que yo desconocía, porque no sería la última. Ya no importaba el tema que me había llevado a los platós y me pedían que hablase de mi vida, o que simplemente hablase, de lo que fuera, pidiéndome opinión sobre cualquier otra cosa. Me llovieron ofertas de agentes, intervine en coloquios de todo tipo, en programas concurso, e incluso en un «reality show» en el que simplemente tenías que ser tú misma y pasearte en bragas por una lujosa mansión.

Lo cierto es que me sentía extraña en aquel nuevo mundo, pero a fin y al cabo, tampoco era tan diferente a lo que ya conocía. En este caso, además, había pasta gansa de por medio.

Pero dicen que la fama es efímera, y todo aquello, como vino se fue. Entonces, como las palomas a las migajas, apareció un antiguo conocido. Habló de una tajada por haberme puesto todo aquel dinero en bandeja, y habló del precio de un silencio para no verme envuelta en algún turbio asunto de mentiras y traiciones. Le dije que todo podría hablarse más cómodamente en algún lugar con más intimidad y… no hizo falta más. Bueno sí, una llamadita a Nelson una hora después.

Quizás fui demasiado imprudente, pero una tiene sus principios,… y sus finales.

El de esta historia es una foto, y un titular en el diario de la mañana:

«
Algunos políticos nos sugieren como luchar contra la ola de calor.
«Esta madrugada, en un banco de la Plaza de España, funcionarios del ayuntamiento han encontrado dormido y de esta guisa a uno de los líderes políticos que optan a la alcaldía tras la caída en desgracia del partido mayoritario. La foto de portada ha sido facilitada por una fuente anónima directamente a esta redacción. Más información en el interior
»

En la foto, se veía a un hombre sentado en un banco, con la cabeza ladeada, espatarrado y totalmente desnudo, salvo por unos calcetines y una gorra de los Yankees.

Ahora tengo cuarenta y nueve años, una vida por delante y muchas historias por detrás. Sentada frente a un café y de espaldas al mar, observo a Nelson dirigiendo su restaurante, el Fresh Quito, y recuerdo cada una de las veces que él me animó a escribir. Por cierto, sus pescados recién traídos de la lonja tienen merecida fama, pero sus mejillones con salsa picante siguen siendo espectaculares, y es que hay cosas que nunca deberían cambiar.

 
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