Todos me llaman Felicia y soy puta desde que recuerdo. Eso sí, una puta «licenciada» a decir de Nelson, el del bar Quito. A Nelson también le conozco desde que tengo memoria. Un ecuatoriano del interior que quería ser marinero y acabó en Madrid, poniendo un bar de cañas y mejillones al vapor con la mejor salsa picante de todo Malasaña. Nelson sabía del empeño de mi madre en darme educación y de las palizas que se llevó por sisar pasta para mis libros. Pero también supo que todo terminó el día en que ella murió y mi tío tuvo que enfrentarse a la posibilidad de tener que trabajar para hacerse cargo de mí. El tío Fran era hermano de puta e hijo de puta, pues mi abuela ya era del gremio, y se convirtió en chulo de mi madre cuando la suya faltó. Nací gracias a la voluntad de mi abuela y contra la de mi tío, por eso, cuando quedé huérfana, él no vio en mí más que una carga y una sola forma de sobrellevarla. Yo tenía quince años. Había perdido la vergüenza por mí misma y la virginidad se la vendió mi tío al mejor postor, así que ya estaba en condiciones de aprender las técnicas del oficio, que él se encargó de enseñarme personalmente. A los dieciocho era la reina de la calle Desengaño y tenía muy claro en qué carrera me había licenciado.
Fueron tiempos difíciles los de Madrid, pero ahora me invade una extraña nostalgia, como si allí quedase una parte de mí. Me gustaba caminar por las calles al amanecer, bajar por Gran Vía hasta la plaza España y sentarme en el césped, junto a las fuentes, hasta que salía el sol. No me arrepiento de mis actos, pero siento que me hayan empujado a dejar aquella ciudad. Lo cierto es que todo ocurrió muy deprisa el último año, y cerró una etapa de mi vida. Ahora que me he decidido a escribir sobre ella, ese episodio es tan bueno como cualquier otro para empezar.
El tío Fran se hacía viejo, y sus negocios con la farlopa acabarían pasándole factura. Un día, los estupas le pillaron metido en algo gordo, y él no pudo escurrir el bulto. Acabó en el trullo, con varios años por delante y algún camello cabreado por detrás. Yo me quedé sin chulo pero me eché un amigo madero que, además de estar empeñado en respetarme, espantaba a las mil maravillas a los moscones que tuvieran la pretensión de sustituir a mi tío. Fueron días tranquilos. Incluso me permitía elegir a mis clientes.
El gachó de turno fue mi primer paganini de categoría. Intentaba disimularlo bajo una gorra de los Yankees y unas gafas con cordón, pero el peluco y los zapatos sin embargo, no mentían. Ya por entonces estaba obsesionada con los zapatos y soñaba con tener un vestidor repleto, con decenas de pares ordenados por altura y color. El caso es que el tipo empezó a frecuentarme. No era de los charlatanes y siempre lo hacía con los calcetines puestos y la gorra de los Yankees. Eso sí, decía que se había enamorado de mis ojos verdes, aun cuando nunca los hubiera visto a la luz del día, salvo el último que nos vimos. Habíamos quedado en El Retiro y vino acompañado de otro estirado. Me lo presentó y nos dejó solos, con la llave de una habitación y un pago por adelantado.
El tío iba cargado, demasiado para mantener alto el pabellón, por lo que el gatillazo era previsible. Se hizo lo que se pudo. Al día siguiente comprendí todo el asunto, cuando en la prensa aparecieron ciertas fotos tomadas por un paparazzi. No eran muy nítidas, pero pude distinguirme sentada con él en un banco del parque, caminando hacia el hotel y en algunas otras tomadas desde una ventana, en la habitación y a horcajadas sobre el sujeto. La mía no tanto, tapada por el pelo, pero su jeta se veía perfectamente.
A partir de entonces se sucedieron varias semanas sin que yo pudiese asimilar o siquiera entender mucho de lo que estaba pasando. El hombre de las fotos resultó ser un joven político con un prometedor futuro, que de repente se hundió en el fango. La prensa se cebó con él. Cada vez que le preguntaban, él se defendía aludiendo que no recordaba nada de aquella tarde. Los medios lo consideraron una excusa muy poco elaborada y lo satirizaban más si cabe. La consecuencia de todo aquel escándalo fue que su vida personal se fue al garete y su futuro prometedor pasó a la historia. A la historia del fracaso. Yo no conocía nada de aquél mundillo pero, entre los personajes que más se ensañaron con aquel tipo y su «más que reprobable conducta» estaba uno de sus rivales políticos, ahora enfundado en un traje de Armani y que yo conocí bajo una gorra de los Yankees.
Por lo que a mí respecta, fue salir las imágenes y, en un par de días, los de la tele me habían localizado. Aunque me negué a hablar de aquel asunto, tampoco pareció importarles demasiado. Las fotos estaban ahí, yo era una puta y el resto era alimentar el morbo. Me llamaron de un programa de cotilleo y, después de aquella primera entrevista, debieron ver algo en mí que yo desconocía, porque no sería la última. Ya no importaba el tema que me había llevado a los platós y me pedían que hablase de mi vida, o que simplemente hablase, de lo que fuera, pidiéndome opinión sobre cualquier otra cosa. Me llovieron ofertas de agentes, intervine en coloquios de todo tipo, en programas concurso, e incluso en un «reality show» en el que simplemente tenías que ser tú misma y pasearte en bragas por una lujosa mansión.
Lo cierto es que me sentía extraña en aquel nuevo mundo, pero a fin y al cabo, tampoco era tan diferente a lo que ya conocía. En este caso, además, había pasta gansa de por medio.
Pero dicen que la fama es efímera, y todo aquello, como vino se fue. Entonces, como las palomas a las migajas, apareció un antiguo conocido. Habló de una tajada por haberme puesto todo aquel dinero en bandeja, y habló del precio de un silencio para no verme envuelta en algún turbio asunto de mentiras y traiciones. Le dije que todo podría hablarse más cómodamente en algún lugar con más intimidad y… no hizo falta más. Bueno sí, una llamadita a Nelson una hora después.
Quizás fui demasiado imprudente, pero una tiene sus principios,… y sus finales.
El de esta historia es una foto, y un titular en el diario de la mañana:
«Algunos políticos nos sugieren como luchar contra la ola de calor.
«Esta madrugada, en un banco de la Plaza de España, funcionarios del ayuntamiento han encontrado dormido y de esta guisa a uno de los líderes políticos que optan a la alcaldía tras la caída en desgracia del partido mayoritario. La foto de portada ha sido facilitada por una fuente anónima directamente a esta redacción. Más información en el interior»
En la foto, se veía a un hombre sentado en un banco, con la cabeza ladeada, espatarrado y totalmente desnudo, salvo por unos calcetines y una gorra de los Yankees.
Ahora tengo cuarenta y nueve años, una vida por delante y muchas historias por detrás. Sentada frente a un café y de espaldas al mar, observo a Nelson dirigiendo su restaurante, el Fresh Quito, y recuerdo cada una de las veces que él me animó a escribir. Por cierto, sus pescados recién traídos de la lonja tienen merecida fama, pero sus mejillones con salsa picante siguen siendo espectaculares, y es que hay cosas que nunca deberían cambiar.
Fueron tiempos difíciles los de Madrid, pero ahora me invade una extraña nostalgia, como si allí quedase una parte de mí. Me gustaba caminar por las calles al amanecer, bajar por Gran Vía hasta la plaza España y sentarme en el césped, junto a las fuentes, hasta que salía el sol. No me arrepiento de mis actos, pero siento que me hayan empujado a dejar aquella ciudad. Lo cierto es que todo ocurrió muy deprisa el último año, y cerró una etapa de mi vida. Ahora que me he decidido a escribir sobre ella, ese episodio es tan bueno como cualquier otro para empezar.
El tío Fran se hacía viejo, y sus negocios con la farlopa acabarían pasándole factura. Un día, los estupas le pillaron metido en algo gordo, y él no pudo escurrir el bulto. Acabó en el trullo, con varios años por delante y algún camello cabreado por detrás. Yo me quedé sin chulo pero me eché un amigo madero que, además de estar empeñado en respetarme, espantaba a las mil maravillas a los moscones que tuvieran la pretensión de sustituir a mi tío. Fueron días tranquilos. Incluso me permitía elegir a mis clientes.
El gachó de turno fue mi primer paganini de categoría. Intentaba disimularlo bajo una gorra de los Yankees y unas gafas con cordón, pero el peluco y los zapatos sin embargo, no mentían. Ya por entonces estaba obsesionada con los zapatos y soñaba con tener un vestidor repleto, con decenas de pares ordenados por altura y color. El caso es que el tipo empezó a frecuentarme. No era de los charlatanes y siempre lo hacía con los calcetines puestos y la gorra de los Yankees. Eso sí, decía que se había enamorado de mis ojos verdes, aun cuando nunca los hubiera visto a la luz del día, salvo el último que nos vimos. Habíamos quedado en El Retiro y vino acompañado de otro estirado. Me lo presentó y nos dejó solos, con la llave de una habitación y un pago por adelantado.
El tío iba cargado, demasiado para mantener alto el pabellón, por lo que el gatillazo era previsible. Se hizo lo que se pudo. Al día siguiente comprendí todo el asunto, cuando en la prensa aparecieron ciertas fotos tomadas por un paparazzi. No eran muy nítidas, pero pude distinguirme sentada con él en un banco del parque, caminando hacia el hotel y en algunas otras tomadas desde una ventana, en la habitación y a horcajadas sobre el sujeto. La mía no tanto, tapada por el pelo, pero su jeta se veía perfectamente.
A partir de entonces se sucedieron varias semanas sin que yo pudiese asimilar o siquiera entender mucho de lo que estaba pasando. El hombre de las fotos resultó ser un joven político con un prometedor futuro, que de repente se hundió en el fango. La prensa se cebó con él. Cada vez que le preguntaban, él se defendía aludiendo que no recordaba nada de aquella tarde. Los medios lo consideraron una excusa muy poco elaborada y lo satirizaban más si cabe. La consecuencia de todo aquel escándalo fue que su vida personal se fue al garete y su futuro prometedor pasó a la historia. A la historia del fracaso. Yo no conocía nada de aquél mundillo pero, entre los personajes que más se ensañaron con aquel tipo y su «más que reprobable conducta» estaba uno de sus rivales políticos, ahora enfundado en un traje de Armani y que yo conocí bajo una gorra de los Yankees.
Por lo que a mí respecta, fue salir las imágenes y, en un par de días, los de la tele me habían localizado. Aunque me negué a hablar de aquel asunto, tampoco pareció importarles demasiado. Las fotos estaban ahí, yo era una puta y el resto era alimentar el morbo. Me llamaron de un programa de cotilleo y, después de aquella primera entrevista, debieron ver algo en mí que yo desconocía, porque no sería la última. Ya no importaba el tema que me había llevado a los platós y me pedían que hablase de mi vida, o que simplemente hablase, de lo que fuera, pidiéndome opinión sobre cualquier otra cosa. Me llovieron ofertas de agentes, intervine en coloquios de todo tipo, en programas concurso, e incluso en un «reality show» en el que simplemente tenías que ser tú misma y pasearte en bragas por una lujosa mansión.
Lo cierto es que me sentía extraña en aquel nuevo mundo, pero a fin y al cabo, tampoco era tan diferente a lo que ya conocía. En este caso, además, había pasta gansa de por medio.
Pero dicen que la fama es efímera, y todo aquello, como vino se fue. Entonces, como las palomas a las migajas, apareció un antiguo conocido. Habló de una tajada por haberme puesto todo aquel dinero en bandeja, y habló del precio de un silencio para no verme envuelta en algún turbio asunto de mentiras y traiciones. Le dije que todo podría hablarse más cómodamente en algún lugar con más intimidad y… no hizo falta más. Bueno sí, una llamadita a Nelson una hora después.
Quizás fui demasiado imprudente, pero una tiene sus principios,… y sus finales.
El de esta historia es una foto, y un titular en el diario de la mañana:
«Algunos políticos nos sugieren como luchar contra la ola de calor.
«Esta madrugada, en un banco de la Plaza de España, funcionarios del ayuntamiento han encontrado dormido y de esta guisa a uno de los líderes políticos que optan a la alcaldía tras la caída en desgracia del partido mayoritario. La foto de portada ha sido facilitada por una fuente anónima directamente a esta redacción. Más información en el interior»
En la foto, se veía a un hombre sentado en un banco, con la cabeza ladeada, espatarrado y totalmente desnudo, salvo por unos calcetines y una gorra de los Yankees.
Ahora tengo cuarenta y nueve años, una vida por delante y muchas historias por detrás. Sentada frente a un café y de espaldas al mar, observo a Nelson dirigiendo su restaurante, el Fresh Quito, y recuerdo cada una de las veces que él me animó a escribir. Por cierto, sus pescados recién traídos de la lonja tienen merecida fama, pero sus mejillones con salsa picante siguen siendo espectaculares, y es que hay cosas que nunca deberían cambiar.
Una historia triste y emotiva en la que muchos se verán, desgraciadamente, reflejados; este mundo hecho de mentiras, envidias y traiciones es fecundo en ellas.
ResponderEliminarMe ha encantado como siempre tu relato, amigo Isidoro, y espero que nuestra blogera Felicia nos deleite con más historias, animada por el bueno de Nelson y sus mejillones en salsa picante. Un saludo.
Ahi le has dado amigo. Por eso, muchas veces, quien mas mala fama tiene es quien menos la merece, o segun el refranero, "unos crian la fama y otros cardan la lana"...
ResponderEliminarSeguro que Felicia tiene algo mas que decir ahora que se ha lanzado
Gracias amigo por tu tiempo. Feliz verano
Me gusta tu historia tiene de verdad la vida
ResponderEliminarlo que ella vivió y decidió con su cuerpo
nadie debe de juzgarla
ya que fue su creación infinita
Y no sólo eso, sino que decidió ser consecuente con su propia moral y reírse del mundo antes de que el mundo se riera de ella.
ResponderEliminarMe alegro mucho que te haya gustado. Que disfrutes del verano amiga
Ser uno
ResponderEliminarreirse del mundo
y disfrutar lo bueno o malo
No guardar rencores de una vida de prostitucion
Cada uno hace de su peliculo el dialogo
Cuántas historias como la de tu protagonista hay ocultas por este mundo tantas veces hipócrita. Me gusta cómo has reflejado la intervención de los medios de comunicación, que parecen que más que contar una historia, lo que buscan es alimentar los apetitos más morbosos. Te felicito, Isidoro
ResponderEliminarMe alegro que hayas apreciado y te haya gustado mi pequeña ironía sobre los medios de comunicación, pues era, entre otros, uno de los aspectos sobre los que quería incidir en la crítica que el relato esconde.
EliminarMuchas gracias. Un abrazo
Siguiendo tu sugerencia me he pasado por tu relato, y la verdad es que la protagonista tiene bastante en común con mi Laura Valdivia, aunque a la tuya el amante le salió rana. La prostitución siempre es un tema que da mucho juego. Una historia original y con varios giros, como siempre muy bien escrita y en la que consigues que la protagonista nos caiga bien. Además aciertas al involucrar a los políticos en el mundillo jeje, al menos por vía materna muchos están emparentados :P. A ver si un día quedamos para tomarnos unas cañas en el Fresh Quito, tengo ganas de probar los mejillones con salsa picante. Abrazos Isidoro.
ResponderEliminarGracias por leerlo Jorge, es que venía a cuento (nunca mejor dicho), je, je.
EliminarCon respecto a tu respuesta a mi comentario en tu blog: Seguiré tu consejo en cuanto a las exageraciones, a ver que tal. Otra cosa: ya sabes que las historias (y más si son buenas)se dan a varias lecturas. A mí también me pasa. Y otra: Leyendo lo que me explicas, creo que tienes razón en cuanto a la extensión de tu relato. Y la última: Pues el Fresh Quito debe de andar por "a terriña", así que no será difícil que podamos tomarnos esos mejillones. Me lo apunto. Un abrazo
Supongo que debería decir primero cosas como que me gustaría conocer a Felicia, que qué gran historia y qué manera de vender caro el pellejo. Que da gusto ver que de vez en cuando esos cabrones de traje y corbata no se salen con la suya y que incluso una triste buscavidas puede hacerles una jugarreta de las buenas.
ResponderEliminarPero el caso es que lo que más me apetece decírte es que me has dado unas ganas locas, loquísimas, de localizar el bar de Nelson y apretarme sta misma tarde una de mejis en salsa y unas cañejas para que pasen bien. No veas lo bien que encajan esos mejillones en esta historia de prostitución XD
Fuera bromas, un relato genial. Espero ver pronto el que se está cocinando en esos ortros fogones, no dónde Nelson cuece bivalvos, si no dónde un tal Isidoro cocina entradas para su blog :D
Muchas gracias Holden, me alegro que te haya gustado y me quitas un peso de encima. Siento decirte que el bar de Nelson es ficticio, así como su restaurante en la ría. Ya sabes que muchos datos de los cuentos no son simples invenciones, que vienen por algo. En este caso, ese bar es una especie de pequeño homenaje a otro real que yo frecuentaba, que existía en un pueblo de León (por desgracia, quién lo regentaba murió hace unos años) donde, para mí, se cocinaban los mejores mejillones con salsa picante del mundo (de hecho, era lo que la gente siempre pedía)
EliminarEn breve tendremos otro poco de lo que Felicia nos quiera contar
Un abrazo, compañero
Aprovechando que tu texto más reciente es una segunda parte de éste, o al menos una continuación en el mensaje a contar, he optado por no leer nada sobre el reciente para centrarme en éste. La amiga Felicia supo manejarse en aguas llenas de tiburones hambrientos, guardándose para la parte final el mordisco más doloroso.
ResponderEliminarY hablando de carnaza, ya sabemos que los medios informativos, sobretodo cierta prensa cuya existencia siempre me parece innecesaria por ser un insulto continuo al oficio, disfruta desempolvando este tipo de cosas y aireándolas a los cuatro vientos. Qué gracia esa costumbre del político de hacerlo con la gorrita y los calcetines, me lo he imaginado así y me ha dado una risa tremenda jaja.
Por lo demás, cada uno aquí recibe su medicina, el tío camello/chulo (vaya doblete de virtudes), el político ávido de sangre y ascensos, el colocado y hundido antes de tener cierta trascendencia...y Nelson, que no pierde a Felicia como clienta incondicional. ¡Un saludo compañero!
Me gustó el personaje de la prostituta que va por el mundo dando lecciones de humanidad, viniendo de una mala vida como la de cualquier hijo de vecino, es capaz de reírse del mundo y de sí misma. Me gusta, cierto es, y me gustaría contar más historias sobre ella. Veremos lo que da de sí.
EliminarY me alegra que menciones la parte crítica hacia ese tipo de prensa. Es algo importante en la lectura que le das, como lo es en lo que quería transmitir. En cuanto al político, se trataba de reflejar ese esperpento público en el muchas veces se convierten. En fin, ¡larga vida a Felicia!
Encantado de verte por aquí, compañero
Un abrazo
Isidoro, llego tarde, pero ya me conoces, me gusta perderme y volver después. Me he leído de corrido este Mala fama y su segunda parte. Para que te hagas una idea, entre lo perezoso que soy, el trabajo y el cansancio que suelo tener en las tardes, es raro que me lea dos relatos completamente seguidos. Eso te da una pista de lo que me ha enganchado esta saga. Todos te alaban el personaje de Cruz Silveira, que es genial, pero yo veo en esta Felicia un material acojonante para una novela, por encima incluso del mafioso. Y es que gracias a esta chica, despierta y con gran capacidad narrativa, veo que puedes contar las miserias y desgracias de todo un mundo, hacer un pequeño cuadro costumbrista de cada lugar, de cada persona. Es el tono tragicómico el que le va como anillo al dedo (y que muy bien escoges) y consigue dejarnos con media sonrisa mientras va contando los diferentes episodios. Saca quizá un poco lo pícaro de nosotros, pero que no nos atrevemos como Felicia a sacarlo.
ResponderEliminarDestacar como la has dibujado a ella, sin pelos en la lengua pero tampoco siendo una ordinaria, ni una choni. La cercanía que le das, nos hace que nos embarquemos con ella y compartamos su punto de vista. Si la hubieras hecho más bruta hubiera caído facilmente en la parodia, pero lo esquivas a la perfección. Aunque el segundo capítulo es aún mejor, aquí ya nos presentas una antología que estaré encantado de seguir.
Isidoro, como siempre, mi mayor enhorabuena. Con este relato he tenido mucha envidia, ya que tienes material para rato. Y del bueno.
Tú nunca llegas tarde Alejandro, porque siempre eres bien recibido. Precisamente por lo que comentas sobre el tiempo y el cansancio (sé de lo que hablas, te lo aseguro), tengo en mucha estima estas visitas tuyas. Tus comentarios tienen la magia de subirme el ánimo hasta lo más alto. no sé, será por la labia que tienes o por las lecturas que haces de mis historias. El caso es que infunden un buen rollo que ya me está empujando a escribir otra historia de Felicia. Y es que tienes razón en todo, es como si me hubieses leído el pensamiento mientras lo escribía. Cuando terminé el relato y leí los primeros comentarios, ya sabía que Felicia iba a dar guerra. Precisamente por ese carácter tragicómico de sus relatos, por esa narración en primera persona que tan cerca resulta, pero ese reírse de todo pero sin perder la compostura, aún siendo puta, como ella dice. Me divierte escribir estos cuentos y mientras pueda, desde luego que no lo dejaré
EliminarUn fuerte abrazo compañero y, ya sabes que aquí estamos
Me ha encantado la historia de Felicia, y sí que me gustaría seguir leyendo más sobre ella.
ResponderEliminarLa verdad es que resulta duro este relato, imagino habrá historias parecidas en la vida real, qué triste que su tío haya vendido su virginidad al mejor postor, de esa manera.
La verdad es que me ha gustado mucho como lo has desenvuelto este relato, incluso, con expresiones como cuando dices el nombre de la calle Desengaño y lo de la carrera que se había licenciado, lo has llevado de una manera magistral la narración, Isidoro.
Es siempre un placer leerte, y me alegra me hayas hecho venir hasta aquí a leer este relato, y después, el otro.
Un beso enorme.
Cierto que este primer relato resulta un poco duro cuando Felicia cuenta su pasado, pero en el segundo que escribí sobre ella suavicé el tono, es mucho más divertido. Si clikas en el título Mala fama, en la lista de relatos que sale a la derecha del blog, podrás leerlo. Se llama First time
EliminarMe alegra mucho que te haya gustado y muchísimas gracias, no sólo por leerme sino por estos comentarios y los que me haces en tu propio blog. Teniendo en cuenta el trabajo que te tiene que llevar atendernos a todos los lectores, es, no sólo un placer, sino todo un privilegio. No tengo palabras para agradecértelo.
Un beso enorme también para ti
Ah, sí, el Photoscape es también un editor de imágenes a un nivel más sencillo, podríamos decir, pero para lo que necesitamos, una buena herramienta. Tu le sacas un muy buen partido, ja, ja. Te felicito. Te veo en el próximo relato, amiga
EliminarOtro beso
Jajjjjaaaa …la pobre Felicia, puta porque el mundo la hizo así…claro que venía de tradición familiar.
ResponderEliminarEl medio argot lo bordas… ahora lo que es imperdonable es el novio madero de la Felicia que la respetaba y encima le espantaba a la clientela ¡Anda queee….!
Y mira que no es tan descabellado que contraten a la fulana para salir en un reality chou desos, para pasearse en bragas por la mansión. Y porque Felizia no conoció al emérito Bobón… que si no…
Vas de una escena a la otra con una rapidez tremenda, y salimos una de una risa, por la escena esperpéntica, para meternos en otra. Algunas Las escenas me recuerdan a los comics unerground de Víbora, Nazario…(mariconil donde las haya) y una que se editaba en Barcelona sobre putas y macarras del barrio gótico, no recuerdo el nombre ahora.
Jjjaja una vida por delante y mucha historia por detrás.
Bueno, pues me parece un capítulo igual de Fresh Quito que la fulana, y mira por donde que no me cae mal la mujer, es una superviviente nata o neta…a gusto del cliente, que quien paga manda.
Nos vemos en el 2, le he echado un ojo ya (los dos) y de los tres es el que más me ha gustado, seguramente por las referencias del cine.
Un beso Isidoro.
Me encanta leer tus comentarios, Isabel. Sí, a mí también, je, je. ¿Tú también eres aficionada al cómic? Yo soy un engullidor de todo lo que sale por ahí (bueno, ahora ya no tanto, selecciono mucho más, pues el espacio y la cartera mandan, ja, ja) Y claro, creo que eso se nota en todos mis relatos. Incluso cuando se comenta sobre lo visual de las descripciones, con cierto aire cinematográfico, yo no sé si es más influencia del cine o del cómic, o de ambos, por todo me apasiona.
EliminarY por cierto que, ese mundo de putas y macarras de los bajos fondos, está bastante retratado en el mundillo, ja, ja. Yo, por ejemplo, siempre he sido un fan de Jordi Bernet (¿lo conoces?)y sus respectivos colaboradores guionizando, y se nota: sus personajes, Torpedo y Clara de Noche, han sido evidente inspiración para mi Cruz Silveira o esta Felicia de armas tomar.
Y bueno, ya te he contado algo más del "interior de la cocina". Te espero cuando quieras, es un verdadero placer conversar contigo. Un beso gordo Isabel
Al leer este primer capítulo me has hecho recordar a una puta que era prima de mi suegra y vivía en Allariz y ejercía en Ourense. Una historia que me contaba mi marido y que sólo se que era una mujer muy guapa y de grandes pectorales. Cuanto me gustaria a mi saber de su vida, desconozco si ya ha pasado a mejor vida. Aunque quisiera saber anécdotas ya no hay familia para contarme. Quizá fue una de esas jovencitas que un tío la vendió al mejor postor como tu protagonista. Como siempre me encantan tus historias. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Mamen. Me alegro mucho que disfrutes con mis desvaríos. En cuanto a lo que cuentas, ya sabes que muchas veces, la realidad supera a la ficción, así que, a saber todo lo que contaría esa mujer. A mí también me gustaría saber algo de gente que hace muchos años que no veo, a ver si ahora, con eso del Facebook, je, je
EliminarUn beso grande