—No les debes nada, Ebisu. Creen controlar la situación, pero sus propias obsesiones se volverán contra ellos… Solo hay que esperar. Confía en mí.
La brisa marina refrescaba la noche sofocante de Odaiba y Ebisu agradecía estar allí, en el pequeño malecón de la cantina. Una mirada de soslayo al interior le confirmó que sus nuevos «socios» no les prestaban la menor atención, enfrascados en su propia diatriba contra el mundo.
—No lo entiendes… Esas dos ratas son lo que menos me importa… Necesitamos ese suero, Lily. Y necesitamos los drivers de tu sistema operativo. Mucho me temo que son exclusivos. Sin eso, nunca alcanzarás la libertad definitiva… Puede que el tuneado que te han hecho te permita salir a la calle sin que la RP sepa de tu existencia… pero, sin el suero, tu parte orgánica acabará muriendo y… no sabemos cuánto tiempo te queda de…
—¿De vida?... Pues entonces ya soy libre, Ebisu… Porque soy como tú. Ambos desconocemos el tiempo que nos queda de… vida.
Mientras hablaba, inquieto, Ebisu no podía evitar las miradas furtivas hacia los dos tipos que discutían en el salón de la Chalmu's Cantina. Era la tercera vez que se encontraban allí. En la primera ocasión había quedado, de facto, decidida su extraña asociación y, en la segunda reunión, había tratado de explicarles lo complicado de la empresa encomendada: tuvo que ir con pies de plomo mientras llevaba a cabo sus pesquisas. El sistema de seguridad de la multinacional era prácticamente invulnerable pero, por suerte, un programador, aun siendo de tercer nivel, tenía la ventaja de estar dentro y conocer los canales menos protegidos. A lo largo de esas semanas de trabajo, introduciendo un troyano en el sistema de facturación, había conseguido desencriptar algunas claves de usuario de nivel superior, obteniendo acceso a la información que buscaba: la mención a un proyecto de alta seguridad, clasificado con el nombre en clave «Geminoid», que se llevaba a cabo, en total secreto, en el CID, el Centro de Investigación y Desarrollo. Todos los datos de programación, configuración y síntesis del suero, estaban allí.
—¡Imposible!—había sentenciado ante sus «socios»— Necesitamos credenciales, claves de acceso, patrones biométricos para entrar y, por si fuera poco, absolutamente ningún dato puede salir del CID, ya sea en unidades USB, discos compactos, correos electrónicos o lo que se os ocurra.
—Y en micropelo—había sugerido Yusuri.
—Negativo. Cada vez que entras, se registra una lectura de masa de todo lo que atraviesa la célula en ese instante, y tiene que coincidir al yoctogramo con lo que sale. Por lo demás, el sistema informático carece de comunicación con el exterior, no hay forma de enviar información alguna. La única y absurda manera sería acceder a ella y memorizarla.
—Memorizarla dices… Entonces no hay problema—había intervenido Hisoka, sonriendo enigmáticamente.
Un segundo, había tardado Ebisu en procesar la información.
—No…, ni hablar. Ni se te pase por la cabeza… No puedo meter ahí a Lily.
—Estás pensando en ella como lo que era…, no como lo que es. De las credenciales y los patrones me encargo yo. En cuanto a la vigilancia, creo que Yusuri podrá hacer algo. Será una empleada más. Solo falta que tú hables con ella, la metas dentro y… la conectes al sistema.
Ebisu había pasado varios días sin dormir desde entonces. Todo lo sucedido en las últimas semanas, daba vueltas en su cerebro, en alocado torbellino de ideas encontradas. En aquellos momentos hubiese dado lo que fuera por volver a su mundo de soledad. Ahora…
Desde el malecón se podía ver la inmensa silueta del viejo Gundam recortándose contra el cielo grisáceo, guardián silencioso de la era tecnológica, cuando Odaiba se ponía a la cabeza del mundo. O el sibilante sonido del mono-raíl penetrando en el Rainbow Bridge para atravesar la bahía. Cien años atrás, desde aquel mismo lugar, todavía podía contemplarse la puesta de sol tras el monte Fuji. Ahora, colosos de metal unían sus brazos entre islas artificiales y ascendían en infinita sucesión de reflejos hasta donde alcanzaba la vista.
Ebisu se volvió hacia la Call-Girl. Quiso acariciar su rostro, pero no lo hizo.
—Lily… Esos pensamientos impuros… Esas ideas salidas de la nada de las que me hablaste… ¡Escapaste a su control! ¿No lo entiendes?... ¡Eso es lo que ha fallado! Su objetivo no era crear un super-robot, sino crear un super-humano. Un cerebro embrionario, programado desde su nacimiento y en un cuerpo inmortal. Imagínate las posibilidades… No es de extrañar que a esos dos les estén haciendo los ojos chiribitas. Pero por alguna razón desconocida, ese cerebro «fabricado» pudo, aún limitado, tomar conciencia y… rebelarse. ¡No fuiste la primera, Lily! Lo debieron de ver jodido para tomar la decisión de abortar el proyecto y eliminar todas las unidades… Sólo faltas tú… O eso que nosotros sepamos… Si tenemos que conocer esos datos no es para saciar el ansia depredadora de esos cretinos, sino porque puede que esto sea el principio del fin de la RP.
—Entonces… más que de libertad, estamos hablando de control.
—Las dos caras de la misma moneda.
—Más bien la misma cara de todas las monedas, porque se trata, no de eliminar ese control, sino de sustituir a quien lo ostenta.
—Aprendes rápido… Está claro que la RP comprendió al instante la amenaza que representabais.
Lily sonrió con ternura y después, bajó la mirada. Una pequeña arruga se formó entre sus cejas.
—No puedo volver allí, Ebisu… Es como si una fuerza extraña me advirtiese del peligro…
—¡Vaya!, alguien diría que eso es intuición femenina… Pero, Lily…, yo estaré contigo ahí dentro…—Por alguna razón que ni él mismo comprendía, Ebisu reprimía el deseo de tocarla, de abrazarla—. Y nuestros amigos nos sacarán.
La Call-Girl levantó el rostro, y fijó sus ojos, de un azul de ciencia-ficción, en los ojos de su amigo. Ebisu leyó en su alma artificial.
—Nos sacarán, Lily… Tú eres su recompensa.
—Tengo la… sensación de que, si hay algún problema, será malo pero, si no lo hay… será peor.
—Eso tiene un nombre… Se llama miedo.
Esta vez, al girarse, Ebisu captó la mirada de Hisoka desde el interior, medio oculta por el humo de los kiseru. Una mirada cargada de intención, entre interrogante e intimidatoria. Ebisu tenía la certeza de que, ocurriese lo que ocurriese en las próximas horas, ya no había marcha atrás.
…
No dejaba de ser curioso que, en una de las primeras megalópolis del planeta, junto a los biplaza aéreos skydrive y los trenes de levitación magnética, todavía compartiesen la red de transporte muchas de esas antiguas vías férreas que unían la capital con las aisladas prefecturas del norte. Y no era extraño encontrarse a un aerotaxi de sofisticado diseño, recogiendo a los pasajeros de un obsoleto convoy herrumbroso repintado de graffitys.
La luz del amanecer comenzaba a pintar de ámbar las copas de los árboles cuando, de uno de aquellos trenes, en el solitario andén de Ashio Dozan, se apeó un pintoresco cuarteto. Dos de los individuos vestían uniformes de operario. Uno de ellos, de aspecto huraño, nariz prominente y ojos minúsculos, portaba un maletín de trabajo. El otro, de pelo alborotado y gafas protectoras en la frente, cargaba sobre el hombro una bolsa de viaje de mayores dimensiones. Junto a ellos, otro tipo bajito y rechoncho con un portafolio y una joven pelirroja cuyo atractivo natural no lograban ocultar ni los kanzashi que recogían su pelo ni el sencillo traje masculino de chaqueta que vestía.
El peculiar grupo descendió la escalerilla y permaneció en el andén del apeadero, en silencio, como esperando una señal que decidiese su próxima acción. Cuando el convoy partió, dejó de ocultar la oscura silueta de un edificio de grandes proporciones. Una masa grisácea que destacaba contra el verde intenso de las colinas, otrora contaminadas por el ácido sulfuroso de las plantas de fundición, pero que se mimetizaba perfectamente entre las torres abandonadas de aquella ciudad fantasma, antiguo enclave minero agotado hacía siglos.
Nada hacía suponer que el lóbrego corredor subterráneo que partía de la pequeña estación ferroviaria, era en realidad el acceso al más moderno centro tecnológico de la Robotic Pleasure.