I
Los helicópteros, como zopilotes en busca de carroña, sobrevolaban las azoteas de São Paulo. El tráfico en sus calles podía convertirse en un verdadero infierno durante las horas de mayor intensidad. Por eso, muchos empresarios y altos ejecutivos, aprovechando el gran número de rascacielos con helipuerto en la ciudad más activa de Sudamérica, terminaban optando por este medio para desplazarse. En algunos momentos del crepúsculo, el cielo urbano parecía un enjambre de rotores, uniéndose a los aparatos privados las luces vibrantes de la Policía Federal o los servicios de emergencia.
El pequeño Hughes 500, recortando su silueta contra el cielo rojo, aterrizó sobre el Atenas Building, y Cruz Silveira, escoltado por dos hombres, descendió del mismo, sujetando su sombrero fedora mientras pasaba bajo las hélices. Ya en el ascensor, encendió un Vila Rica y expulsó una densa bocanada de humo.
—Aquí você não pode fumar, senhor— dijo uno de los hombres, torciendo el gesto.
Para Cruz, un descenso de treinta pisos junto a dos matones de medio pelo, era un momento tan bueno como cualquier otro para fumarse un cigarro, y así se lo hizo entender al que parecía el jefe mediante un leve movimiento de ceja. A su vez, el tipo hizo un gesto de reprobación al que había hablado y volvió a mirar fijamente la botonera del elevador.
El despacho de Enrico Figlione, dueño del edificio y de una de las más importantes constructoras de São Paulo, se hallaba en la sexta planta. Todos pensaban que se había instalado a aquella altura debido a su acrofobia, pero según sus propias palabras, lo hacía para no estar demasiado cerca de las llamas del infierno ni tal alto como para temer la ira del cielo. Cruz Silveira entró junto a su escolta y se mantuvo en pie frente al gigantesco escritorio de caoba, dejando que el Vila Rica colgase de sus labios y extendiese un hongo de humo bajo el ala de su sombrero.
Don Enrico «Il figlio» era de origen siciliano. Había pertenecido a la «Cupola» de Palermo pero, después de ciertas desavenencias familiares, trasladó sus negocios a Brasil en el momento en que las mafias se hacían con Cidade de Deus, controlando hasta la respiración de todos sus habitantes. Por supuesto, se trajo sus contactos en el peligroso mundo del tráfico de armas internacional. En São Paulo construyó su imperio en tiempo récord, bajo la tapadera de una «solvente» constructora. Eso sí, en directa competencia con el cartel de Paulo Cortés «O dandy», dueño de una empresa de saneamientos que saneaba eficazmente sus negras finanzas, producto del negocio de la muerte masiva en los países africanos.
Semanas atrás, los dos mafiosos habían aparcado sus rencillas para unirse contra el hijo del poderoso narco Diego Sousa, ya que, al morir éste, el engreído niñato, poco dispuesto a respetar los acuerdos de su padre, quiso meter las narices, congestionadas de coca, en los negocios armamentísticos. Cruz Silveira, por su vinculación al viejo traficante y las cuentas pendientes que mantenía con su heredero, fue elegido para darle el pasaporte.
Ahora, cumplido el encargo, el sicario estaba delante de la mesa de caoba, observando a través del humo de su Vila Rica las litografías que el empresario tenía a su espalda, en las que se representaba el proyecto de un innovador viaducto en forma de equis que cruzaba el Pinheiros. Figlione, un tipo corpulento y sudoroso, no dejaba de gesticular con las manos mientras le hablaba de la buena acogida que tendría en «la familia» un profesional de su talla y Cruz, que sonreía para sí mismo pensando en la diferencia de «talla» que había entre los dos, pensaba en las intenciones que podrían ocultarse tras aquellas palabras.
Él había tenido sus propias razones para aceptar el trabajo y, en todo caso, una vez muerto el primogénito de Sousa y habida cuenta de los años que pasó trabajando para el clan, tenía claro que no volvería a formar parte de ningún «club de matones» dedicados a jugar a la ruleta rusa con el arma de un mafioso y la bala de su desconfianza. Por eso, cuando ahora, mientras le pagaba sus servicios, Figlione le proponía unirse a «la familia» y rematar el trabajo ocupándose de Cortés, su más directo competidor, Cruz sabía que eso sería vender su independencia y formar parte de la bandada de buitres que se destrozaban por la carroña. Por toda respuesta, el pistolero pellizcó el ala de su sombrero a modo de despedida.
Mientras salía del despacho, tuvo tiempo de escuchar a don Enrico, dirigiéndose a su lugarteniente:
—Luca, sai cosa devi fare
El pequeño Hughes 500, recortando su silueta contra el cielo rojo, aterrizó sobre el Atenas Building, y Cruz Silveira, escoltado por dos hombres, descendió del mismo, sujetando su sombrero fedora mientras pasaba bajo las hélices. Ya en el ascensor, encendió un Vila Rica y expulsó una densa bocanada de humo.
—Aquí você não pode fumar, senhor— dijo uno de los hombres, torciendo el gesto.
Para Cruz, un descenso de treinta pisos junto a dos matones de medio pelo, era un momento tan bueno como cualquier otro para fumarse un cigarro, y así se lo hizo entender al que parecía el jefe mediante un leve movimiento de ceja. A su vez, el tipo hizo un gesto de reprobación al que había hablado y volvió a mirar fijamente la botonera del elevador.
El despacho de Enrico Figlione, dueño del edificio y de una de las más importantes constructoras de São Paulo, se hallaba en la sexta planta. Todos pensaban que se había instalado a aquella altura debido a su acrofobia, pero según sus propias palabras, lo hacía para no estar demasiado cerca de las llamas del infierno ni tal alto como para temer la ira del cielo. Cruz Silveira entró junto a su escolta y se mantuvo en pie frente al gigantesco escritorio de caoba, dejando que el Vila Rica colgase de sus labios y extendiese un hongo de humo bajo el ala de su sombrero.
Don Enrico «Il figlio» era de origen siciliano. Había pertenecido a la «Cupola» de Palermo pero, después de ciertas desavenencias familiares, trasladó sus negocios a Brasil en el momento en que las mafias se hacían con Cidade de Deus, controlando hasta la respiración de todos sus habitantes. Por supuesto, se trajo sus contactos en el peligroso mundo del tráfico de armas internacional. En São Paulo construyó su imperio en tiempo récord, bajo la tapadera de una «solvente» constructora. Eso sí, en directa competencia con el cartel de Paulo Cortés «O dandy», dueño de una empresa de saneamientos que saneaba eficazmente sus negras finanzas, producto del negocio de la muerte masiva en los países africanos.
Semanas atrás, los dos mafiosos habían aparcado sus rencillas para unirse contra el hijo del poderoso narco Diego Sousa, ya que, al morir éste, el engreído niñato, poco dispuesto a respetar los acuerdos de su padre, quiso meter las narices, congestionadas de coca, en los negocios armamentísticos. Cruz Silveira, por su vinculación al viejo traficante y las cuentas pendientes que mantenía con su heredero, fue elegido para darle el pasaporte.
Ahora, cumplido el encargo, el sicario estaba delante de la mesa de caoba, observando a través del humo de su Vila Rica las litografías que el empresario tenía a su espalda, en las que se representaba el proyecto de un innovador viaducto en forma de equis que cruzaba el Pinheiros. Figlione, un tipo corpulento y sudoroso, no dejaba de gesticular con las manos mientras le hablaba de la buena acogida que tendría en «la familia» un profesional de su talla y Cruz, que sonreía para sí mismo pensando en la diferencia de «talla» que había entre los dos, pensaba en las intenciones que podrían ocultarse tras aquellas palabras.
Él había tenido sus propias razones para aceptar el trabajo y, en todo caso, una vez muerto el primogénito de Sousa y habida cuenta de los años que pasó trabajando para el clan, tenía claro que no volvería a formar parte de ningún «club de matones» dedicados a jugar a la ruleta rusa con el arma de un mafioso y la bala de su desconfianza. Por eso, cuando ahora, mientras le pagaba sus servicios, Figlione le proponía unirse a «la familia» y rematar el trabajo ocupándose de Cortés, su más directo competidor, Cruz sabía que eso sería vender su independencia y formar parte de la bandada de buitres que se destrozaban por la carroña. Por toda respuesta, el pistolero pellizcó el ala de su sombrero a modo de despedida.
Mientras salía del despacho, tuvo tiempo de escuchar a don Enrico, dirigiéndose a su lugarteniente:
—Luca, sai cosa devi fare
Don Enrico era un hombre ambicioso e impulsivo, quizás demasiado inclinado a resolver sus asuntos de la manera más expeditiva, sin dar tiempo a su madurez en los mecanismos del intelecto. Ahora que ya no tenía que preocuparse por la intromisión de Sousa en sus negocios y mientras todo el mundo estaba ocupado en picotear los despojos de su imperio, creyó ver el momento oportuno para matar dos pájaros de un tiro. El hecho de requerir los servicios de Cruz para este nuevo trabajo no era tanto por falta de recursos propios, como por poner en nómina al sicario independiente, en su afán por controlar todos los factores que pudiesen resultar un riesgo para sus ambiciones. Ahora sabía que aquel hueso iba a ser duro de roer, pero todo era cuestión de encontrar el punto dónde hincarle el diente. Si había alguno, Figlione lo encontraría.
Tardó un par de semanas en encontrarlo.
II
Acudir a una nueva cita en los viejos almacenes del Pinheiros no era en absoluto buena idea pero, a pesar de que «El Argentino» se ofreció a cubrirle la retaguardia, Cruz insistió en ir solo, tal como le pidieron, por más que supiera que Figlione le tendría algo preparado. El gordo no era de los tipos que aceptan una negativa y sus últimas palabras no dejaban lugar a dudas. Cuando llegó a la nave del mafioso, uno de sus hombres le esperaba en la entrada. El mismo novato del ascensor, que tampoco esta vez le requisó las armas. Cruz estaba de suerte. En la penumbra del interior, una lámpara formaba un oscilante cono de luz cuyo vértice colgaba a varios metros de altura. En su base, una mujer amarrada a una silla, amordazada y con los ojos vendados. A su lado, el otro tipo, el silencioso, le apuntaba a la sien con un arma de excesivo calibre.
—O chefe quer que reconsidere sua oferta, Silveira. Você vê, nós temos outros argumentos.
Tardó un par de semanas en encontrarlo.
II
Acudir a una nueva cita en los viejos almacenes del Pinheiros no era en absoluto buena idea pero, a pesar de que «El Argentino» se ofreció a cubrirle la retaguardia, Cruz insistió en ir solo, tal como le pidieron, por más que supiera que Figlione le tendría algo preparado. El gordo no era de los tipos que aceptan una negativa y sus últimas palabras no dejaban lugar a dudas. Cuando llegó a la nave del mafioso, uno de sus hombres le esperaba en la entrada. El mismo novato del ascensor, que tampoco esta vez le requisó las armas. Cruz estaba de suerte. En la penumbra del interior, una lámpara formaba un oscilante cono de luz cuyo vértice colgaba a varios metros de altura. En su base, una mujer amarrada a una silla, amordazada y con los ojos vendados. A su lado, el otro tipo, el silencioso, le apuntaba a la sien con un arma de excesivo calibre.
—O chefe quer que reconsidere sua oferta, Silveira. Você vê, nós temos outros argumentos.
La supervivencia en el mundo del hampa se basaba en un complejo y sutil sistema de equilibrios. Un juego arriesgado y, la mayor parte de las veces, mortal de necesidad. Aparte de la protección que podían proporcionar las pistolas, la información y la negociación eran las mejores armas. Cruz conocía todos los tipos de «argumentos» y el vínculo afectivo era el más fácil de usar. La torpeza fue suya, por dejar un cabo suelto.
Hacía años que la sombra de Roxanne le perseguía, creando imágenes perturbadoras en sus noches de insomnio. Como aquella en la que él, medio ebrio, la besaba apasionadamente ante todo el mundo, durante el banquete de boda. Demasiada gente había presenciado aquel instante que él, a toda costa, habría querido borrar de su memoria.
Los matones la habían desnudado y las cuerdas se incrustaban en sus piernas y en su pecho, que convulsionaba debido al llanto reprimido y a la asfixia que le provocaba la mordaza. Efluvios de perfume y sudor atravesaban el polvo suspendido bajo el cono de luz y proyectaban en la mente de Cruz secuencias de otra realidad. Aquella en la que se veía a sí mismo cortejando a la mujer destinada a otro hombre, obsesionado por un deseo lastrado, desde el momento mismo de nacer, con el peso de una lealtad a quién debía la vida, a quién había decidido la unión de su sobrina Roxanne con su propio hijo, Salvador Sousa.
Cinco años habían pasado desde que abandonara São Paulo y ni un solo día sin algún recuerdo de ella. Cuando volvió, fue para matar de nuevo. Ahora estaba allí para enfrentarse a las consecuencias de lo que había hecho y de lo que no había tenido el valor de hacer. Estaba claro que, a pesar de sí mismo, el destino le obligaba a tomar una decisión.
En cuanto a Figlione, no le quedaba otra opción que echar mano de su «póliza de seguro»
Cruz se plantó delante de los hombres del mafioso y abrió las manos en un gesto conciliador.
Los dos matones sonrieron, más relajados, y Cruz Silveira echo hacia atrás su fedora para hacer visible su rostro, extrajo su pitillera del bolsillo interior de la americana, encendió un Vila Rica, dio una profunda bocanada y se frotó la ceja derecha con el pulgar. Sin embargo, cuando los tipos esperaban que comenzase hablar, se dio media vuelta y, ante su desconcierto, comenzó a caminar hacia la puerta. De repente, en un rápido movimiento, giró de nuevo su cuerpo con los brazos extendidos. En sus manos enguantadas, como por arte de magia, habían aparecido dos Star de nueve milímetros, que escupieron alternativamente sendos proyectiles en décimas de segundo. El primero de ellos se incrustó entre las cejas del hombre que apuntaba a Roxanne, el segundo destrozó la rodilla del otro mandado y el tercero impactó en el pecho de la joven.
El que estaba herido había soltado su arma y, cuando intentó recuperarla, Cruz le apuntaba a la cabeza. Junto a él, su compañero yacía con los ojos muy abiertos. Un reguero de sangre escurría entre los pechos de Roxanne, sorteaba las cuerdas que la mantenían en la silla, se precipitaba por su vientre y se sumía en la profundidad de su regazo.
—Diga ao seu chefe que já não tem argumentos.
Hacía años que la sombra de Roxanne le perseguía, creando imágenes perturbadoras en sus noches de insomnio. Como aquella en la que él, medio ebrio, la besaba apasionadamente ante todo el mundo, durante el banquete de boda. Demasiada gente había presenciado aquel instante que él, a toda costa, habría querido borrar de su memoria.
Los matones la habían desnudado y las cuerdas se incrustaban en sus piernas y en su pecho, que convulsionaba debido al llanto reprimido y a la asfixia que le provocaba la mordaza. Efluvios de perfume y sudor atravesaban el polvo suspendido bajo el cono de luz y proyectaban en la mente de Cruz secuencias de otra realidad. Aquella en la que se veía a sí mismo cortejando a la mujer destinada a otro hombre, obsesionado por un deseo lastrado, desde el momento mismo de nacer, con el peso de una lealtad a quién debía la vida, a quién había decidido la unión de su sobrina Roxanne con su propio hijo, Salvador Sousa.
Cinco años habían pasado desde que abandonara São Paulo y ni un solo día sin algún recuerdo de ella. Cuando volvió, fue para matar de nuevo. Ahora estaba allí para enfrentarse a las consecuencias de lo que había hecho y de lo que no había tenido el valor de hacer. Estaba claro que, a pesar de sí mismo, el destino le obligaba a tomar una decisión.
En cuanto a Figlione, no le quedaba otra opción que echar mano de su «póliza de seguro»
Cruz se plantó delante de los hombres del mafioso y abrió las manos en un gesto conciliador.
Los dos matones sonrieron, más relajados, y Cruz Silveira echo hacia atrás su fedora para hacer visible su rostro, extrajo su pitillera del bolsillo interior de la americana, encendió un Vila Rica, dio una profunda bocanada y se frotó la ceja derecha con el pulgar. Sin embargo, cuando los tipos esperaban que comenzase hablar, se dio media vuelta y, ante su desconcierto, comenzó a caminar hacia la puerta. De repente, en un rápido movimiento, giró de nuevo su cuerpo con los brazos extendidos. En sus manos enguantadas, como por arte de magia, habían aparecido dos Star de nueve milímetros, que escupieron alternativamente sendos proyectiles en décimas de segundo. El primero de ellos se incrustó entre las cejas del hombre que apuntaba a Roxanne, el segundo destrozó la rodilla del otro mandado y el tercero impactó en el pecho de la joven.
El que estaba herido había soltado su arma y, cuando intentó recuperarla, Cruz le apuntaba a la cabeza. Junto a él, su compañero yacía con los ojos muy abiertos. Un reguero de sangre escurría entre los pechos de Roxanne, sorteaba las cuerdas que la mantenían en la silla, se precipitaba por su vientre y se sumía en la profundidad de su regazo.
—Diga ao seu chefe que já não tem argumentos.
III
El Agente de la Federal, Mauro Vargas, accedía por el paso de urgencias al Hospital São Camilo antes de iniciar su jornada. Estaba exultante y tenía prisa por hablar con la mujer que había ingresado un par de días antes con una bala en el pecho. Cuando llegó estaba más muerta que viva. Según el informe del cirujano, la muerte no fue instantánea porque el proyectil atravesó el pulmón entre las costillas tercera y cuarta, sin dañar el corazón ni las arterias principales. Aquella mujer había vuelto a nacer, no cabía duda alguna. Pero lo mejor de todo vendría después. Entre su ropa, desparramada por el lugar donde había sido hallada, se encontró la llave de una caja de seguridad y, en ésta, lo que en la mafia se conocía como una «póliza de seguro», es decir, documentos y datos que vinculaban a un importante empresario paulista con multitud de actividades ilícitas, incluida la del tráfico de armas. El inspector Vargas, que investigaba esta red desde hace años, fue puesto al corriente.
Mauro estaba ahora junto a la cama de Roxanne, que todavía era sedada para pasar la noche. Contemplaba absorto su serena belleza y esos bucles de cabello azabache que se extendían sobre la almohada como un radiante sol negro, mientras esperaba para comunicarle las últimas noticias. Más allá de los cristales, la incipiente claridad del alba silueteaba los rascacielos y los primeros helicópteros, como zopilotes excitados por el olor de la muerte, rompían el silencio con sus rotores.
La investigación sobre Enrico Figlione “Il figlio” y sus presuntas actividades ilegales había vuelto a abrirse, después de varios años cerrada por falta de pruebas y de testimonios fiables. Ahora en cambio, éste iba a ser decisivo en el proceso pues, aunque ella negaba toda relación con aquella caja de seguridad y con la propiedad de la llave, al largo expediente delictivo podían sumarse cargos por incitación al secuestro, extorsión e intento de asesinato. El proyectil que la había herido pertenecía a un arma hallada en el lugar de los hechos, junto al cadáver de un hombre, muerto a su vez de un disparo efectuado por un arma diferente. El «fiambre» era uno de los segundos de Figlione. Por mucho que las circunstancias no estuvieran claras, ya que Roxanne se hallaba drogada y con los ojos vendados, había motivos suficientes para que la Federal iniciase una investigación y, la reyerta que allí había tenido lugar, llevase directamente a la organización del mafioso.
A partir de aquél instante, la viuda de Salvador Sousa pasaría a ser un testigo protegido y el programa le asignaría una nueva identidad y residencia, desconocidas para el resto del mundo. Mauro estaba allí para comunicarle su muerte y ascensión a una nueva vida.
IV
Apoyados en la baranda de un viejo puente de hierro, dos hombres contemplaban las oscuras aguas del Pinheiros. En la margen derecha, los imponentes rascacielos del distrito financiero se sumergían en la bruma del amanecer. En la izquierda, almacenes y dársenas abrían sus cierres para comenzar la actividad diaria. Los dos hombres vestían de forma impecable, con abrigos de paño italiano y sombreros de Borsalino. El de más edad ladeaba el suyo a la izquierda y lucía un recortado bigote blanco. El otro, unos treinta años más joven, era alto, de tez morena, facciones angulosas e intrigantes ojos azules.
—¡Carajo de tipo, ese tano!— comenzó diciendo el mayor de ellos, el que llamaban «El Argentino»— «Il figlio»… ¡«Il figlio de puta»!... Sos un tipo con pulso, eso es lo que tenés, pero…, ¿y si el tiro se mueve dos dedos acá?… la Star no es tan fiable. ¿Y si el servicio de emergencia se hubiera retrasado, o pasado de cuadra? ¿Vos lo pensaste de veras?... Hubiera sido…
El Agente de la Federal, Mauro Vargas, accedía por el paso de urgencias al Hospital São Camilo antes de iniciar su jornada. Estaba exultante y tenía prisa por hablar con la mujer que había ingresado un par de días antes con una bala en el pecho. Cuando llegó estaba más muerta que viva. Según el informe del cirujano, la muerte no fue instantánea porque el proyectil atravesó el pulmón entre las costillas tercera y cuarta, sin dañar el corazón ni las arterias principales. Aquella mujer había vuelto a nacer, no cabía duda alguna. Pero lo mejor de todo vendría después. Entre su ropa, desparramada por el lugar donde había sido hallada, se encontró la llave de una caja de seguridad y, en ésta, lo que en la mafia se conocía como una «póliza de seguro», es decir, documentos y datos que vinculaban a un importante empresario paulista con multitud de actividades ilícitas, incluida la del tráfico de armas. El inspector Vargas, que investigaba esta red desde hace años, fue puesto al corriente.
Mauro estaba ahora junto a la cama de Roxanne, que todavía era sedada para pasar la noche. Contemplaba absorto su serena belleza y esos bucles de cabello azabache que se extendían sobre la almohada como un radiante sol negro, mientras esperaba para comunicarle las últimas noticias. Más allá de los cristales, la incipiente claridad del alba silueteaba los rascacielos y los primeros helicópteros, como zopilotes excitados por el olor de la muerte, rompían el silencio con sus rotores.
La investigación sobre Enrico Figlione “Il figlio” y sus presuntas actividades ilegales había vuelto a abrirse, después de varios años cerrada por falta de pruebas y de testimonios fiables. Ahora en cambio, éste iba a ser decisivo en el proceso pues, aunque ella negaba toda relación con aquella caja de seguridad y con la propiedad de la llave, al largo expediente delictivo podían sumarse cargos por incitación al secuestro, extorsión e intento de asesinato. El proyectil que la había herido pertenecía a un arma hallada en el lugar de los hechos, junto al cadáver de un hombre, muerto a su vez de un disparo efectuado por un arma diferente. El «fiambre» era uno de los segundos de Figlione. Por mucho que las circunstancias no estuvieran claras, ya que Roxanne se hallaba drogada y con los ojos vendados, había motivos suficientes para que la Federal iniciase una investigación y, la reyerta que allí había tenido lugar, llevase directamente a la organización del mafioso.
A partir de aquél instante, la viuda de Salvador Sousa pasaría a ser un testigo protegido y el programa le asignaría una nueva identidad y residencia, desconocidas para el resto del mundo. Mauro estaba allí para comunicarle su muerte y ascensión a una nueva vida.
IV
Apoyados en la baranda de un viejo puente de hierro, dos hombres contemplaban las oscuras aguas del Pinheiros. En la margen derecha, los imponentes rascacielos del distrito financiero se sumergían en la bruma del amanecer. En la izquierda, almacenes y dársenas abrían sus cierres para comenzar la actividad diaria. Los dos hombres vestían de forma impecable, con abrigos de paño italiano y sombreros de Borsalino. El de más edad ladeaba el suyo a la izquierda y lucía un recortado bigote blanco. El otro, unos treinta años más joven, era alto, de tez morena, facciones angulosas e intrigantes ojos azules.
—¡Carajo de tipo, ese tano!— comenzó diciendo el mayor de ellos, el que llamaban «El Argentino»— «Il figlio»… ¡«Il figlio de puta»!... Sos un tipo con pulso, eso es lo que tenés, pero…, ¿y si el tiro se mueve dos dedos acá?… la Star no es tan fiable. ¿Y si el servicio de emergencia se hubiera retrasado, o pasado de cuadra? ¿Vos lo pensaste de veras?... Hubiera sido…
—… Mala suerte, viejo.
Cruz Silveira expulsó el humo del cigarro y, sujetando la colilla entre los dedos índice y pulgar, la catapultó hacia las inquietas aguas del río. Su mirada se tornó oscura, como si reflejase el azul profundo que corría bajo sus pies.
Amigo Isidoro, le estoy cogiendo un gran cariño al bueno de Silveira, esperando con impaciencia el nuevo relato que ilustre sus apasionante vida; pocos se jugarían a cara o cruz la vida de la mujer a la que ama. Has escrito: "Hubiera sido..." "...Mala suerte, viejo". Seguro que estás orgulloso de esa conversación.
ResponderEliminarY los detalles con los que acompañas sus aventuras son de lo mejor, dándole al texto una profundidad que ya quisieran muchos de los que se llaman escritores profesionales.
Imagino una conversación entre Cruz Silveira y Diego Leal, y estoy seguro que estaría a la altura de la mantenida entre Al Pacino y Robert De Niro en la magnífica Heat.
Mi enhorabuena por tu nuevo relato y un saludo hasta el próximo.
P.D.: Corrige la frase "meterlas narices"; me da mucha rabia que un fallo del predicativo estropee tan buen relato. Un saludo.
Amigo Bruno, me alegra mucho que le vayas cogiendo cariño. Como tú mismo dijiste en una ocasión acerca de nuestro admirado Diego Leal, "no es que no tenga moral, es que tiene su propia moral", y poco a poco la vamos descubriendo. En cuanto a esa conversación, te contaré una cosa: tienes toda la razón del mundo, me siento orgulloso, no se puede decir más en menos palabras, je, je. Los portugueses, a la suerte le llaman "sorte" y a la mala suerte "azar". Pensé que si Cruz decía simplemente "azar", no transmitiría exactamente lo que quería decir, por eso opté por dejar su frase en castellano, ¿qué te parece?
EliminarComo siempre, un orgullo recibir tus comentarios compañero, y muchas gracias por la corrección... no sé por qué, una vez que paso el texto al editor de blogger, me junta algunas palabras, y eso que le quito el formato.
Un abrazo amigo
¡Qué buen relato, Isidoro! narrado con pulso firme, como ha comentado Bruno lleno de detalles que refuerzan al personaje, al ambiente que lo rodea y por ende al escritor que se toma la molestia de documentarse hasta ese extremo. Y que buena la historia, resuelves con originalidad y de forma imprevisible las situaciones a las que sometes al amigo Silveira y te mueves excepcionalmente en ese mundo sórdido del narcotráfico que tan bien recreas. Y que decir de los diálogos, algo a lo que ya nos tienes acostumbrados, con la dificultad añadida de echar mano del brasileiro y la jerga Argentina. Y las descripciones, llenas de fuerza y plasticidad visual. Parece que te estoy haciendo la pelota de forma exagerada, pero sinceramente creo que el relato es bueno de verdad. Da gusto sumergirse en un relato cuando el autor se lo toma en serio y se esfuerza en darle vida como tú lo haces. Un placer leerte como siempre.
ResponderEliminarY luego soy yo el exagerado, je, je... Bromas aparte, te agradezco mucho tus palabras Jorge, porque sé que son sinceras. Efectivamente, me tomo muy en serio cada relato, y repaso y repaso hasta que estoy satisfecho (algunas veces no ocurre ni cuando lo publico)Valoro mucho que digas esto, sobre todo porque sé que tú eres cuando menos igual de concienzudo y que conoces a la perfección esa sensación obsesiva cuando algo no te suena como debería de sonarte. En este caso mismo he de confesar que no estaba del todo satisfecho con el resultado, pues me daba la sensación de que se vinculaba mucho la trama al resto de relatos de Cruz. Algo que me sorprende mucho es lo que me decís de los diálogos... en un relato con seis frases, je, je. Me sorprende y me alaga la verdad. Entre los tres relatos de Cruz, el pobre sólo suma dos frases, y una de ellas fue para presentarse, je, je (bueno, la verdad es que yo me planteé ya los cuentos prácticamente sin diálogo, no me preguntes por qué... pero está claro que a veces, pocas palabras bastan.
EliminarEl placer, por supuesto, es recibir tus valiosos comentarios Jorge
Un fuerte abrazo
Tremendo relato nos regalas, Isidoro... Nos estás malacostumbrando.
ResponderEliminarNo se ni por donde empezar...
La ambientación; perfecta. Una vez más haces esa magia tuya que consigue que imaginemos al detalle sin necesidad de que tu descripción sea pormenorizada. Menos es más, en tus relatos nos lo dejas palpable una y otra vez. Menos no, lo justo, y es difícil tener ese pulso para encontrar ese "justo". A ti te sobra.
Tu utilización de la lengua por parte de los personajes, (el portugués, la jerga argentina...), logradísima. Y estoy con Bruno y Jorge, los diálogos son sinceramente impresionantes. Algo en lo que es fácil fallar a ti parece que se te escurrieran entre los dedos sin esfuerzo.
Toda la recreación es extraordinaria, nos traslada desde la primera línea.
En cuanto al vuelco que le das a la historia... otro diez, francamente, y eso que estamos "acostumbrados" a que nos sorprendas, pero sabes hacernos caer una y otra vez en tu red y llevarnos hasta el mar que a ti te de la gana. Y siempre es uno bueno.
Me sumo también a lo que dice Jorge Valín, que parece que te estemos haciendo la pelota pero lo cierto es que hay relatos buenos y hay relatos excepcionales. Este es las dos cosas.
Como ya te he comentado en otra ocasión, me sorprende muchísimo la versatilidad de tu narrativa, las muy distintas voces bajo las que escribes. Lo tuyo es talento y oficio en impecable amalgama.
Voy a leerlo una vez más, quiero volver a disfrutar este thriller.
Un abrazo muy grande.
PS. Me queda una pequeña duda... recreas el ambiente mafioso muy bien... sospechosamente bien... ¿no trabajarás en algo turbio?... ¿algo que contar al respecto? ;)
Te lo digo de verdad: ya no puedo distinguir que es lo que me resulta más placentero, si escribir mis historias o leer comentarios como el tuyo. Creo sinceramente (y no lo digo por devolverte la pelota) que es una verdadera suerte encontrar a gente como tú en la red. No porque sea bonito recibir elogios como éste (que lo es)si no porque, recibir elogios de alguien que es capaz de escribir los elogios como tú lo haces, es un honor que me cuesta pensar que merezco. Pero si es así, soy muy afortunado.
EliminarY... podéis hacerme la pelota todo lo que queráis, creo que puedo acostumbrarme, je, je, pero lo que más más me gusta, es que digas que vas a volver a leerte el relato.
Por cierto, me gusta particularmente que menciones lo logrado de las frases en portugués, porque creo que tú debes de saber un poco de ello, ¿no?
Respecto a tu duda, sólo admitiré una cualidad que tú misma me has adjudicado: soy observador. Por lo demás, hablaré únicamente en presencia de mi abogado.
Nos vemos, y bien prontito, que tengo pendiente una lectura
Un fuerte abrazo
¡Más que excelente!! Con este también hube de ponerme al día porque no me pareció justo perderme alguna de sus precuelas. Me encanta cómo en cada parte del relato se construye y ambienta una escena al estilo de una obra cinematográfica, el mundo en que se mueven los personajes y la elegancia desprendida por Silveira en sus actos y de la que no se deshace ni para matar, con esa frialdad y precisión que parecen enviar el mensaje de que en sí hay que temerle más al hombre que al arma que empuñe. ¡Magnífico relato, Isidoro, igual que los que lo preceden!! ¡Un abrazote!! ;)
ResponderEliminarMuchísimas gracias Fritzy, por tomarte el tiempo de leerte todos los relatos. He intentado narrar un poco de la vida del sicario en cada uno, como capítulos independientes pero con un hilo conductor. No es necesario leer los anteriores para comprender, pero te da una visión más completa. Me siento muy orgulloso de contar con tus comentarios amiga
EliminarUn abrazo
Después de los comentarios anteriores, poco me queda por decir. Yo también me he quedado sin palabras con los diálogos que, si ya son difíciles en castellano, tú nos sorprendes con el portugués y la jerga argentina. Me parecía estar leyendo un capítulo de "El Padrino", pues dominas el ambiente y los entramados mafiosos que parece contado por un experto. Una vez más me dejas sin palabras. Un abrazo y mis felicitaciones
ResponderEliminarJa, ja, la verdad es que, como ya he dicho, me sorprende bastante, a la vez que me llena de satisfacción, que destaquéis los diálogos en un relato donde no hay más que seis frases. Bien es cierto que me lo he currado con los idiomas, je, je, pero no sé... el utilizar la jerga o el idioma original me parece que le da un toque de ambiente muy bueno que se perdería totalmente si uso un lenguaje literario neutro. En cuanto al ambiente mafioso, me encanta que digas eso. La verdad es que, de chaval me tragaba montones de novelas de los clásicos del género, y eso tenía que servir para algo, je, je.
EliminarTengo algo tuyo que leerme y ya me estoy buscando un hueco tranquilo para disfrutarlo. Hasta entonces
Un abrazo grande
Me gusta como te comentan
ResponderEliminarInusual en los blogs donde la gente pone dos palabras y un beso de despedida
Te felicito por lo que haces y por la gente que te sigue que es magnífica
Un abrazo
Muchas gracias por lo que me toca amiga. Estoy contigo, son (sois) todos magníficos y me siento muy orgulloso, sinceramente, de recibir vuestros comentarios. Lo cierto es que ya he podido comprobar que escribir la entrada no es más que el primer paso de todo lo que viene después, je, je. De hecho, hay blogs que, como el tuyo, prendiendo la llama tus letras y tu voz, se extienden hasta límites insospechados con las aportaciones de cada uno de tus seguidores y las tuyas propias
EliminarUn abrazo enorme
Wow... menuda pasada Isidoro. Los relatos de este tipo me encantan, y las novelas... ¿Has leído 'La reina del sur?' Seguro que sí. Pues este relato me ha parecido como si lo hubieran extraído de allí -se que no lo has copiado, ojo, lo digo por la calidad- y la verdad es que pegaría totalmente.
ResponderEliminarY bueno, no es que las Star no sean tan fiables... es que no son nada precisas. Menudas castañas pilongas has ido a elegir para armar al pronta de tu relato, ¿es que no le quieres mucho o qué?
¡Gracias por esta pasada con la que el tiempo ha volado mientras disfrutaba de su lectura!
Me alegro que hayas disfrutado Holden.
EliminarHe leído unos cuantos libros de Pérez-Reverte, incluida la saga de Alatriste, sin embargo, fíjate que nunca me llamó especialmente la atención La reina de sur. Después de lo que me has dicho, un dudes que me lo voy a leer.
En cuanto a las armas, he de reconocer, compañero, que no soy un experto, y me dejé guiar más por la estética y otros criterios, que por la eficacia y verosimilitud. ¡Touché! Te agradezco el apunte, y se aceptan consejos para próximos capítulos, je, je
Gracias a ti por estos estupendos comentarios
Ya ves tú, ni que te comentase para quedar bien xD Yo es que de hecho he disparado con una Star y bueno... qué te voy a contar. Dar en la diana (no ya en el centro), ya era todo un logro. Claro que me dijo el dueño que en general las pistolas son así.
EliminarNo dudes en decirme que te parece si te lees ese libro, yo creo que es mi prefe del señor Arturo.
Menos mal que esto es ficción. Al final tendría que ir aquello de "No hagan esto en sus casas, niños", je, je. Tendré que investigar más
EliminarMe sumergí en tu ambientación, muy buena.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado Boris. Intento cuidar la ambientación todo lo posible dentro de mis limitaciones.
EliminarUn saludo
Un placer reencontrarse con Cruz. Tu relato tiene el sabor de las películas clásicas y el tono pausado que pide el personaje. La descripción del cielo de Sao Paulo es brillante, con esos helicópteros que parecen halcones amenazadores. Me gusta que bases tu relato en la fuerza que desprende la ambientación y el personaje, en vez de en finales sorpresa o algo similar. Confías en que tu historia es suficiente para atrapar y yo te felicito por ello. Te destaco también el final. Sin aspavientos ni florituras, es un cierre buenísimo. Vamos, que es un gran relato de genero negro. Mi sincera enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias Alejandro. Es un honor tenerte por aquí.
EliminarTenía mis dudas con esta historia, pues pretendía que fuera una continuación cronológica del episodio anterior pero que a la vez pudiese leerse de forma independiente sin tener que repetir demasiadas cosas para entrar en situación, y por eso le di muchas vueltas a algunos párrafos. Muchas gracias por tu valoración y un fuerte abrazo
Interrumpiendo un poco la dinámica que llevaba de leer textos tuyos menos actuales...hoy le tocó el turno a una nueva parte de la historia de Cruz. Sobra decir que está perfectamente lograda la ambientación, pues la sensación que deja el texto es la de estar en Brasil como asistente directo de los hechos.
ResponderEliminarPor otra parte, se compacta bien la relación de Cruz con ese mafioso, y la de éste con sus rivales, uno de los cuales ha dado un paso al otro barrio por obra de Cruz. Sin embargo, el mafioso querrá ponerle el collar a un perro que no es precisamente de ese tipo, y la negativa del sicario conlleva la irrupción de la chica...qué buena e inesperada escena la de los disparos.
Así que en resumen, es un capítulo bien hilvanado con el anterior, y que ahonda un poco más en Cruz y sus relaciones con distintos mafiosos. Del mismo modo, y de forma directa, corta otro hilo que le vinculaba a su pasado. Buen trabajo Isidoro. ¡Un saludo!
Muchas gracias por un análisis tan estupendo Jóse. Efectivamente, has visto muy bien la relación de Cruz con el resto de personajes y el hilo argumental que pretendo seguir. En un principio no estaba previsto más que una historia para Cruz. Luego pensé en relatos independientes y, como siempre, la cosa se me fue de las manos, je, je, pues ya tengo más o menos esbozada la continuación, de forma que se convierta en un ciclo cerrado de varios capítulos. Espero no tardar mucho en escribir el próximo.
EliminarComo siempre, un placer recibir tus palabras compañero
Un ritmo trepidante que le va muy bien a este tipo de texto. Hay lectores que le encantan los finales sorpresivos, el final efectista está genial para los micros o cortos pero para un relato largo o novela corta no es tan relevante, como no captes la atención desde el inicio lo tienes crudo, y tú eres bueno para enganchar los ojos desde los primeros párrafos (ya te dije esto en Cuervos – II) Has conseguido además velocidad de vértigo con las azoteas de Sao paulo a vista de pájaro y utilizo la palabra vértigo con todas sus consecuencias=aire, altura, intensidad, rascacielos, helipuertos, rotores y hasta un ascensor.
ResponderEliminarNo necesito consultar que es un HUGHES 500, ni que existe un edificio llamado Atenas Building, ni un Vila Rica,etc…a estas altura confío en tu criterio y estoy convencida de que cuidas los detalles de este tipo…sin embargo, a título de curiosidad quiero saber que es un sombrero “fedora” y un “borsalinos” …y consultados, diferenciados, visualizados y demás “ados” …. ya se me hace más fácil ver a Cruz Silveira con él puesto y el hongo de humo envolviéndolo.
Otro detalle que me parece importante y que flota en el ambiente es la desconfianza de los unos por los otros, y en especial el del protagonista
También me gusta que no hayas traducido las frases en italiano, dada la similitud con el castellano y que no las has puesto demasiado difíciles se traducen con facilidad (soy de la opinión no hay que masticar demasiado los textos porque pierden parte de su encanto...hay que confiar un poco en el lector, al menos en el buen lector) Sigo…
Continúo…en la parte II, en la penumbra del interior, cuando una lámpara formaba un oscilante cono de luz…es tan visual como frotarse la ceja con el pulgar, el reguero de sangre entre los pechos de Roxanne hasta su vientre, la colilla catapultada, el hongo de humo bajo el sombrero (nuestro compañero Alejandro Gallardo, al que por cierto lo echo mucho de menos, diría que es cinematográfico…y tendría razón). No hay cosa que me guste más que el escritor nos “enseñe” la escena, hay diferencia entre decir y mostrar. Claro que hay un dibujante en tu interior que se entremezcla con el escritor, y hay escenas en la que escribes “viñetas”…dibujas con las palabras, un ejemplo de ello son las escenas que te he reseñado.
EliminarQuizás, y por ponerte otro pero (no te tomes muy en serio mis quisquillosos peros…), pues me parece que en algunos renglones el narrador se entromete demasiado dando explicaciones que ya se presuponen, te digo donde: “La supervivencia en el mundo del hampa se basaba en un complejo…y termina la explicación en …mortal de necesidad”, para mi modo de verlo (que no tiene por qué ser válido), sobra esa estrofa…interrumpe la trama y ya nos figuramos lo que nos cuentas sin necesidad de que nos lo mastiques.
¿Ves como era importante el beso de la boda con Roxane? Al parecer tuviste ciertas dudas con esto, a mi no me parece metido con calzador, es el contrapunto emocional del mafioso…además lo utilizas como hilo conductor, el beso al final es una herramienta para contar el antes, el durante y el después.
El aspecto detectivesco bien hilvanado, todo casa.
Buen trabajo Isidoro. Un fuerte abrazo de los grandes. Nos vemos en “Ratas”
No sé que decirte que no te haya dicho ya, pero desde luego, tus comentarios son impagables. no sabes cuanto te lo agradezco. Ya has podido observar que soy detallista, efectivamente, pero la escrupulosidad roza lo obsesivo algunas veces porque paso más tiempo buscando el nombre que no recuerdo de un elemento en concreto que escribiendo el cuento entero, je, je. El hecho que el Atenas Building exista o no en realidad, puede que a los lectores les resulte indiferente. Pero a mí no. ¿Me comprendes, verdad? Otra cosa que muy bien has apreciado es que me gusta hacer mis textos lo más visuales posible. No quiero describir en exceso, pero sí me gusta trasladar al lector a la escena misma, a través de la imagen, del olor, del color, del oído. Es algo que, supongo, viene de mi afición al cine y al cómic.
EliminarNo he querido traducir las frases porque creo que pierden impacto, gracia, veracidad (igual que no me gustan las películas dobladas aunque no me quede más remedio que verlas, je, je) Eso, sí, he procurado incluír frases cómodas y fáciles de entender (aparte, no es un idioma que conozca suficiente)
Sobre el párrafo sobreexplicado... He de confesarte que, en origen era todavía más largo, je, je... Ahí me costó bastante dar con lo que quería contar y, al final, me pasé un poco, como muy bien has sabido ver. Y tienes razón, interrumpe la trama. Lo veo ahora con tus ojos y me doy cuenta.
Bueno, Isabel, es un placer enorme tenerte por aquí, igual que el que me proporciona leer tu novela. ¡Doble placer! Genial. Muchas, muchísimas gracias y fuerte abrazo