20:00:00 En el visor panorámico del casco se ilumina un testigo de color verde. En el cerebro de Norman, ese indicador únicamente señala el momento en el que tiene que detener la perforadora láser y desconectarse de la “biotest”, la máquina que regula todas sus funciones vitales durante su turno de trabajo. Sin embargo, también marca el instante en que, de forma automática y a través de las vías que le conectan con esa misma máquina, su flujo sanguíneo recibe una dosis de Stimulatex, un potente fármaco que, combinando la proporción de diversos agentes químicos, logra la estimulación o inhibición de multitud de funciones psico-emocionales.
20:05:00 Todos los operarios salientes del sector de perforación, desnudos, son dirigidos por los pasillos mecánicos, bajo los surtidores de limpieza, hasta los vestuarios. Ya en el exterior de los mismos, son separados en grupos, según edad y sexo, e introducidos en los ascensores que les llevarán hasta sus correspondientes zonas de ocio y habitación.
20:10:00 El elevador es para Norman un momento confuso. Por un lado, una enorme pantalla en la parte superior bombardea con imágenes muy rápidas y continuas durante los ocho minutos que dura el trayecto, alternando secuencias, de forma aparentemente azarosa, de impresionantes paisajes, felinos salvajes, arquitecturas fantásticas y breves cuñas publicitarias sobre productos de las empresas del grupo, beneficios sociales para los empleados o promociones de muy diverso tipo. Por otro, la sucesión vertiginosa de estructuras metálicas a través de las que ascienden, provoca en su mente un extraño efecto hipnótico, como de “túnel del tiempo”, en el que recuerdos que ni siquiera puede identificar como suyos, se mezclan con sensaciones olvidadas.
Se ve a sí mismo abrazando a una mujer de edad avanzada, en lo que parece la terminal de un astropuerto; ve masas humanas de rostros grises como el suyo subiendo a los inmensos transbordadores; escucha voces entrecortadas de programas televisivos hablando del exceso de población, de la gran crisis económica, de la incontrolada tasa migratoria; ve las enormes colas en las oficinas de empleo de las grandes corporaciones mineras; ve la inhóspita superficie de Tanos acercándose inexorablemente; ve los centenares de torres de ventilación penetrando en el suelo árido… Pero cuando el ascensor llega a su destino, todo ha terminado.
20:18:00 La vorágine de la Galería Central engulle a los recién incorporados del “primer turno” de Perforación. Sus organismos han absorbido completamente el Stimulatex, y una euforia colectiva, amnésica, se adueña del grupo. A doscientos metros bajo el suelo del planeta, a salvo de las letales temperaturas diurnas, miles de personas deambulan por la gran avenida interior, entre gigantescas pantallas publicitarias que se reflejan unas a otras, sugerentes hologramas que invitan a entrar en los mundos del placer, sofisticados difusores que propagan aromas de las excelencias culinarias, envolventes melodías de sirena que embriagan los sentidos…
20:33:00 El Antro’s pub, prácticamente al límite de su aforo, es el local elegido para esta noche. El grupo de Norman logra llegar, a duras penas, hasta su lugar de costumbre, bajo el “plasma” que retransmite el último encuentro de la Tanos League. Piden varios combos del menú habitual y un surtidor libre de lupo fermentado, dispuestos a amortizar con creces la alta cuota mensual por derecho a bebidas con etanol y visualización de eventos deportivos.
21:30:00 La excitación y la exaltación aumentan por momentos, proporcionalmente a la ingesta de alcohol y a la pérdida de control de las emociones. En la cancha, los ánimos se caldean en exceso y las agresiones verbales de algunos jugadores dan lugar a una respuesta violenta por parte de sus oponentes. En el bar, los surtidores de bebida no dejan de funcionar y las chicas del local, buscando ganarse algún extra, hacen su trabajo con pericia, exacerbando los sentidos hasta el punto de ruptura. Los enormes monitores multiplican los rostros de los contendientes, que han convertido el terreno de juego en un campo de batalla. La ira traspasa las pantallas, contagia a cada uno de los espectadores. El volumen se hace ensordecedor, gritos e insultos acompañan a los puños y todo el local se convierte en un maremágnum de cuerpos que luchan, que se enredan unos con otros en busca de aire, en busca de sangre.
21:50:00 Destrozadas las puertas del Antros’s pub, la pelea se traslada a las calle y se propaga como un reguero de pólvora. En el estadio, jugadores y espectadores luchan en guerra abierta y las imágenes se retransmiten en directo a través de las pantallas gigantes, sustituyendo a la publicidad. Las fuerzas de la autoridad no dan abasto. La ola sangrienta ocupa casi todos los sectores céntricos y los grupos deambulan por las galerías ebrios de violencia, golpeando, acuchillando a todo aquél que, simplemente, intenta ponerles freno. Nadie sabe por qué combate, nadie sabe a quién golpea. Tan sólo trata de golpear primero. Norman se encuentra fuera de sí y arremete, él solo, contra un grupo. Se ve envuelto en el tumulto, cae, pierde el conocimiento.
24:00:00 Los monitores de televisión emiten las últimas noticias. El balance de la noche son doce muertos, sesenta heridos graves e innumerables heridos leves, amén de los destrozos en locales, mobiliario urbano y vehículos de transporte.
06:42:00 Norman desciende en el ascensor para el primer turno de Perforación. Como en el resto de sus compañeros, son visibles las secuelas de las últimas horas. Está magullado, le falta un diente y tiene dos costillas rotas. Sin embargo, por algún extraño motivo, se encuentra eufórico, como si su corazón se hubiese hecho un hueco más grande en el pecho. De alguna manera, noches cómo aquella, daban vida a su monótona existencia. De qué sirve una ideología, un color, un credo, si no hay momentos para defenderlo. Su cuerpo está dolorido, pero su mente está limpia, relajada, y ya no la desasosiegan imágenes extrañas.
07:00:00 En la sala de control, dos técnicos examinan las mediciones de la “biotest”.
- Tenemos un problema. Estoy viendo resultados del Stimulatex que habíamos pasado por alto. Hay algo que hemos de pulir.
- Sí. Esta noche se nos ha ido un poco de las manos…
- ¿Qué quieres decir?... ¡Ah, no!... Ese no es el problema. En los primeros minutos después de su administración, surge un efecto secundario inesperado: se activan registros de memoria anteriores a la primera “limpieza”. Los sujetos recuerdan cosas de su vida antes de llegar aquí… Habrá que solucionar ese tema.
Una distopía en la que una sociedad es controlada mediante una medicina que les borra la memoria y les mantiene bajo el control de los gobernantes. Una sociedad basada en la monotonía del trabajo, encerrada en un extraño planeta, causa de la superpoblación y la crisis económica. Un relato que al final, nos muestran hasta que punto podría llegar a convertirse el control sobre el ser humano, un control descarnado que se preocupa más por su bien estar que por las propias personas, borrandoles la memoria y dejando que se maten. Escenas que ponen la piel de gallina, como la del ascensor, mientras se nos describen todas esas imágenes, y el protagonista recuerda partes de su pasado, un pasado eliminado.
ResponderEliminarLa forma en la que está contado, con esas horas marcadas al principio, le dan una sensación de desasosiego, a pesar de ser algo medido, y le otorgan al relato una atmósfera siniestra y la monotonía buscada.
Da que pensar, y a la vez remueve algo en nuestro interior.
Saludos, Isidoro.
Muchas gracias por tu elaborado comentario Ricardo y por el tiempo que te tomas en leer mis relatos. Es para mí un privilegio si pienso en todo el tiempo que necesitas para leer y escribir al ritmo que lo haces. Además, también es un aliciente para seguir en la brecha. En cuanto al relato, ¿a que da que pensar, je, je...?
EliminarUn saludo compañero