Aquel año tuve la suerte de firmar un contrato de verano como cartero y, para colmo de fortuna, en uno de los barrios más cómodos, con calles cortas y casas de pocos vecinos. El único exceso de trabajo llegaba con los giros de las pensiones, una modalidad de pago en metálico que la Seguridad Social ponía a disposición de aquellos que no tenían cuenta bancaria. Allí había muchos abuelos que esperaban como agua de mayo los cuatro duros mensuales. Algunos ni siquiera los esperaban: venían ellos mismos hasta la cartería, no fuese que ese mes, algún ratero se hubiese apoderado de la minuta antes del reparto.
De todos los que nos ahorraban el viaje, la más conocida era Filomena, una anciana minúscula, enlutada hasta las orejas y vivaracha, como una pulga saltarina.
Una de las características más peculiares de Filomena era su pegajosa cordialidad. Todo el barrio era capaz de reconocer a la legua su estridente vocecilla, machacona, persistente; lo cual permitía, por otra parte, evitarla con relativa facilidad. A ese hecho también contribuía el desagradable tufo que la acompañaba, fruto de un continuo esfuerzo por resistirse a la higiénica tentación del baño.
Cierto día en que me hallaba clasificando los giros para el reparto, se acercó un solícito compañero y me dijo en tono jocoso:
—¡Ten cuidado con la Filomena chaval, que está en tu sección!
—¡Ya sé! Procuraré mantener las distancias —le respondí en el mismo tono.
—Te lo digo porque, cuando le das la pasta, la vieja suele darte de propina un besazo en todos los morros y, de paso, un restregón.
—¡Venga ya! Tampoco te pases, tío —exclamé, molesto porque me considerase tan ingenuo.
—¿Qué no? Tú espera y verás… Y si no, pregúntale a cualquiera —dijo extendiendo los brazos, como si quisiera abrazar a toda la plantilla.
No tuve que esperar mucho la prueba de tal afirmación, pues la Filomena llegó temprano. El primero en notar su presencia fue el «rutero», que arrastraba en ese momento una de las sacas al exterior. En cuanto entró, una docena de irónicas miradas se concentró en mi humilde persona.
—¡A ver! ¿Dónde está mi cartero favorito? —gritó la anciana sin la más mínima discreción.
A las miradas de todos los presentes siguieron sonrisas de compasión.
Me fui rápidamente hacia ella y, ante su gesto de sorpresa, le expliqué que yo era el sustituto del infortunado y que le entregaría su giro con sumo gusto.
Filomena firmó el impreso, cogió el dinero con avidez y se puso de puntillas para decirme a media voz:
—¡Uuy, qué joven más apuesto! ¡Muchas gracias!... Anda, agáchate un momento, que yo no soy tan alta como tú…
Aunque sabía que nadie podía haber oído sus palabras, noté en la nuca todas aquellas miradas llenas de sarcasmo y aquellas risitas contenidas que llenaban el aire haciéndolo sofocante, opresivo.
Me ruboricé tanto, que parecía un semáforo en rojo. Ella era la luz verde.
—No se preocupe señora…, no hace falta que me lo agradezca —objeté con el mayor aplomo y convicción de que fui capaz.
—¡Qué sí, hombre! Agáchate, que te voy a decir una cosita —insistió ella subiendo el volumen.
Las sonrisas, que aún mantenían los labios prietos, se rompieron en hirientes carcajadas que inflamaron el ambiente.
—¡Qué no hace falta, señora ! ¡De verdad que no!
Aquello se estaba poniendo feo. Ahora, más que luz roja, parecía un «guiri» en una sauna.
—¡Venga, no seas tonto, muchacho! Si te va a gustar… ¡Acerca la oreja un momento, carajo!...
La vieja, encima, con camelos. ¡Y que no me quitaba las garras de la solapa!
Detrás, todo el mundo; hasta el jefe; descojonándose de risa, por hablar con propiedad.
En mi desesperación y viendo la nula ayuda que podía esperar de mis colegas, opté por seguirle la corriente y agachar el melón como si fuese a escucharla, con la esperanza de evitar el chupetón en el momento justo en que delatase sus insanas intenciones.
Recibí en el rostro la bofetada de su aliento, que huía entre los huecos de unos dientes mugrientos. Con sus dedos engarfiados en mi pabellón auricular, y su mano izquierda penetrando en el bolsillo de mi pantalón, tuve la visión de una lengua escamosa y chorreante que se desenrollaba con un latigazo para cazar al vuelo una mosca.
Cuando mi metamorfosis en díptero era casi completa, percibí, en un postrero atisbo de consciencia, que la sinhueso de la anciana estaba más cerca de mi oreja que de mis encías apretadas y entonces, Filomena, en un susurro de complicidad que más parecía silbido sibilino, me dijo:
Cuando mi metamorfosis en díptero era casi completa, percibí, en un postrero atisbo de consciencia, que la sinhueso de la anciana estaba más cerca de mi oreja que de mis encías apretadas y entonces, Filomena, en un susurro de complicidad que más parecía silbido sibilino, me dijo:
—Toma la propina hijo…, pero no digas nada, que no se enteren tus compañeros, que la envidia es mala consejera.
En mi bolsillo noté el peso de las monedas y en mi orgullo, el de la traición.
Mientras, la cartería al completo se meaba de la risa.
Una historia tan sencilla como increíblemente bien escrita, tan repleta de humor fino, que me ha sido imposible no disfrutarla de principio a fin. Cada una de las estrofas está elaborada con sumo cuidado, en la narración y en las dósis de sarcasmo.
ResponderEliminarLa descripción del esperado chupetón, iniciado con la bofetada de su aliento, me ha parecido sublime.
Un humor prolijo, en mi opinión; excelente, Isidoro.
¡Abrazo, Compañero de Letras!
Me regalas los oídos (bueno, mejor los ojos), Edgar. Muchas gracias. Además, tu comentario me ha sido muy útil. Según te leo, creo que en el relato se da a entender que la anciana, al final, le da el esperado morreo al cartero... Pero no es así. Ella simplemente se acerca para decirle su última frase y darle la propinilla. He modificado un poco el texto para que esto quede más claro, espero que esté mejor así. Muchísimas gracias por tu lectura y tu comentario, compañero de letras.
EliminarUn fuerte abrazo
Me ha encantado el relato, haces que vea a la viejilla en la escena ,hasta oler su aliento mugroso. EStupendo como todo lo que tu escribes. Un abrazo
ResponderEliminar¡Cuánto me alegro que te haya gustado, Mamen! Espero no haberme pasado con la descripción de la pobre ancianita, je, je... A fin de cuentas, ella sólo quería darle las gracias a nuestro cartero.
EliminarUn beso enorme
Jjajajaaj pero qué buen relato Isidoro, me has sacado sonrisas con éste texto, me han encantado los diálogos, las descripciones, he visto a la anciana Filomena, la he imaginado tal como has ido describiendo la situación, y también al cartero jajajaaj, la verdad es que me ha encantado, aunque no tanto imaginar su aliento jajajaaj.
ResponderEliminarMaravilloso texto, amigo Isidoro, te felicito por cómo has sabido llevar la situación, y yo como si estuviera en un cine, en primera plana, visualizando las escenas.
Por cierto, acabo de ver que se me ha pasado la anterior entrada, y no me la puedo perder, pero la dejo para otro día.
Un beso enorme.
Jajajajjja!!!!!!!!! Anda que….! ¡Pobre cartero!
EliminarMe ha dado la risa y también el ”ajco”, y sobre todo me ha parecido ser una compañera de “curre” observando la escena y matándome de la risa de ver el apuro del compañero.
Una vez más Isidoro demuestra que el humor y la narrativa no solo pueden ser compatibles sino que, en ocasiones, forman un buen maridaje.
Muchas gracias María. Veo que ha gustado la caracterización de los personajes, la anciana y el cartero. Pues te voy a decir que se trata de una anécdota real, je, je. Y es que hay veces que, en la realidad, tenemos muchas historias para contar. Bueno, yo le he dado el toque para adaptarla, claro está.
EliminarMuchísimas gracias por tu fidelidad amiga, y por seguirme con ese entusiasmo. Así da gusto escribir en el blog, te lo aseguro. Y sobre todo, leer a gente como tú. Un beso muy grande
Hola Isabel
EliminarSiento que tengas problemas al hacer los comentarios en el blog, no sé por qué puede pasar eso, pero te agradezco doblemente que, siendo así, me leas y me escribas.
Como le decía a María, este relato está "basado en hechos reales", je, je. Así que, nada de lo que cuento está muy lejos de lo que pasó. Puede ser que por eso te sea más fácil verte en loa escena y sentirte parte de los compañeros de nuestro cartero.
En este tipo de relatos, el miedo que me da es resultar un tanto zafio (ya se sabe que el humor tiene unas fronteras muy finas) o que alguien vea alguna falta de respeto. Por eso me alegra mucho que me digas eso, Isabel. Es todo un premio. De nuevo muchísimas gracias por leerme, por comentar y, en fin, por compartir tu tiempo conmigo. Un beso muy fuerte
Estupendo relato, perfecto en su sencillez y con un argumento que me enganchó hasta el final.
ResponderEliminarSaludos.
Muchísimas gracias Francisco. Me alegro que te haya gustado. No es que tenga un argumento muy complejo, ja, ja, pero si te he enganchado hasta el último momento, me doy por totalmente satisfecho.
EliminarUn placer tenerte por aquí. Saludos
Veo que tu vena humorística tiene carrete para rato, amigo Isidoro.
ResponderEliminarMe encantan estas historias tuyas tan sencillas y a la vez complejas de hilvanar, que tan bien podrían ser el guión de una de esas películas que solemos clasificar como "españoladas". ¡Si hasta veo a Parada y a su inseparable pianista dándole la entradilla en Cine de Barrio!
Bueno, compañero, me he divertido de lo lindo con la buena de la Filomena y la poca vergüenza de los compañeros de nuestro esforzado cartero. Voy a compartirla ahora mismo.
Un abrazo enorme.
Carrete tiene. Otra cosa es que sea capaz de plasmar en un buen relato las ideas que se me ocurren, precisamente por lo que comentas: no es fácil construir un relato hilvanado y atractivo con una historia de lo más simple, je, je. Tienes razón en eso de las pelis de los ochenta. Tanto en este tipo de cuentos como en otros, me inspiro muchas veces en ese tipo de humor "españolito"
EliminarMuchísimoas gracias por tu fidelidad, por compatir y por tu tiempo, compañero de fatigas
Un fuerte abrazo
Jajajaja pedazo de historia tío, me he reído mucho. Y además, es que la estaba viviendo mientras la leía, te lo prometo, porque todos conocemos a alguna ancianita así. Pero en fin, la csosa le salió bien al cartero pese a la novatada, ¿no? xD
ResponderEliminarMi cartera es mucho más odiosa: le gusta dejar los paquetes que no entran en el buzón colgando de mala manera. Como me fastidia eso.
Me alegro un montón que te haya gustado Holden. Cierto, creo que todos conocemos a alguna ancianita así. Yo mismo me inspiré en una que conocí para el personaje, no creas. ¿Qué será lo que pasa con los carteros, que todos tenemos nuestras cuitas con ellos, je, je?
EliminarUn abrazo, compañero
Muy bien descrita Isidoro, he estado viendo los avances de la viejilla y las risas de los compañeros, y felicitarte por el uso que haces de los los diálogos que me han parecido muy buenos.
ResponderEliminarTodo el relato tienen un tinte de fino y satírico humor que engancha.
Un saludo
Muchas gracias por tu visita y tus palabras Conxita. Me alegro que te haya gustado. Siempre viene bien de vez en cuando echar unas risas y no tanto dramón, ¿verdad?
EliminarBesos
Muy bueno Isidoro. Este relato lo tiene todo para conseguir su propósito, que es sacar una sonrisa al lector. Se lee rápido, en poco espacio consigues despertar nuestra curiosidad por el discurrir de los hechos, consigues con esa explícita descripción de la anciana ponernos en la piel del pobre cartero y sufrir como él la llegada inevitable de ese desagradable momento, y finalmente nos despistas con un giro simpático e inesperado. Me alegra verte con tan buen sentido del humor, me has hecho pasar un rato agradable. Un abrazo, paisano.
ResponderEliminarSí que tengo problemas para responderte en tu blog, ahora utiizo el espacio del compañero Jorge que un día de estos me va a mandar a hacer gárgaras :)
EliminarIsidoro, sobre el humor, tranquilo, no resultas nada zafio, y en todo caso serían tus personajes los sujetos responsables de la historia, siempre podemos echarle la culpa a ellos.
Me resultó simpático y gracioso. Tranqui colega. :)
Y yo que me alegro de que hayas disfrutado con esta pequeña humorada, compañero. Tienes toda la razón, ese es su único y nada desdeñable propósito, porque tal como andan los tiempo, no es nada fácil hacer humor, je, je. Y bueno, yo he de reconocer que en mi blog, hay mucho más drama, cosa que espero me ayuden a cambiar personajes como Felicia o los amigables vecinos de este barrio... tan verde. Por cierto que, el mundo de los carteros da mucho de sí, je, je
EliminarUn fuerte abrazo paisano. La próxima en uno más de tus relatos breves, que voy un poco rezagado. Y en espera de ese relato por entregas, claro
Isabel, no te apures por la forma de colgar los comentarios. Me gustaría ayudarte, pero no sé cómo. En fin, mientras yo te lea y tu me leas... y los demás no tengan inconveniente... Un fuerte abrazo
EliminarUna historia maravillosamente narrada. Consigues que el lector se pegue a la pantalla a la espera de ese beso. Por no hablar de cómo se llega con agilidad y arte a esa escena. Sencillamente, perfecto. Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchísimas gracias por esas palabras tan amables, David. Me alegro que te haya gustado. Lo cierto es que no estaba yo muy orgulloso de este relato, fíjate, me parecía con poca chispa. Por eso, tu comentario, como los del resto de compañeros, me dan mucho ánimo y gusto. Muchas gracias de nuevo. Un placer y un privilegio tenerte por aquí
EliminarUn abrazo
Ay, que yo creo que esta Filomena es muy lista y se quiere reír un poco del pobre cartero, que está encantada de ser el centro de atención. Qué bueno eres, Isidoro. Cada vez admiro más tu talento para moverte en cualquier género y crear personajes maravillosos en unas pocas líneas. Un abrazo y mis felicitaciones
ResponderEliminarPues sí, una apreciación muy acertada sobre nuestra ancianita, la tuya. Efectivamente, ella encantada con todo el embrollo que monta, je, je. Porque, no nos engañemos, aunque su intención es principalmente darle la propinilla y un buen consejo, no está de más coquetear un poquito con esos carteros tan majos y... tan ingenuos, je, jee.
EliminarMuchas gracias por esas palabras Ana, no sabes el valor que tienen para mí. Yo, como creo que tú también, pienso que son los personajes, más que las situaciones, los que crean la historia.
Un fuerte abrazo, compañera de letras
¡Al fin he conseguido un hueco de tiempo para pasarme por aquí! Era una tarea que tenía pendiente desde hace mucho tiempo. Me ha gustado mucho tu relato. Es muy divertido y simpático. ¡Qué mala consejera es la envidia y qué malas son también las novatadas! Ja, ja, ja. Espero seguir leyendo relatos tan amenos como este.
ResponderEliminarPor cierto, le he dado al botón azul de seguidores (ya sé que te sigo en Google +, pero por ahí no me muevo mucho) y me daba error. No sé por qué. Volveré a intentarlo más adelante.
¡Un abrazote!
Olvida lo del botón de seguidores, ya lo he conseguido.
EliminarMuchísimas gracias, Noemí, por pasarte a leerme, por seguirme, por comentar... En fin, por estar ahí. Yo también espero publicar más relatos llenos de humor, lo que pasa es que a veces me sale la vena dramática. Ya sabes, viendo como está el mundo, es difícil evitarlo. Y claro, luego me salen los Cruz Silveira, mi personaje más negro hasta el momento. Pero bueno, intentaremos ir compaginando y metiendo siempre una de risas.
EliminarDe nuevo muchas gracias. Un beso enorme
Jajaj, empiezo a notar que lo verde del barrio tiene distintas acepciones. ¡Buenísimo! Me encanta cómo está narrado en su divertida ironía el texto y cómo va retratando entre la jocosidad y la repulsa la escena hasta el punto de hacerle difícil decidir al lector entre reír sin más o sentir pena del muchacho expuesto a los dones de Filomena. Francamente, nunca se ve tanta camaradería y compañerismo en un equipo de trabajo como cuando se recibe a un novato. Pobre, la próxima que esté mosca (si es que no quiere convertirse en una, jaja... puede que le termine gustando que le den propina); aunque, claro, antes tiene que reevaluar en quién confía.
ResponderEliminarEstá excelente el relato y la mar de entretenido.
¡Un abrazote, Isidoro!! ;)
Eso es Fritzy, difícil mixtura entre lo jocoso y lo repulsivo. Y no creas, lo siento por la dulce ancianita, pero es que puedo decir que el relato está basado en hechos reales, ja, ja. Lo de los novatos, es de libro, sí. La verdad, un tema facilón para un relato humorístico, menos mal que mis amables seguidores no son demasiado exigentes conmigo, je. Demasiado gentiles, diría yo. Pero bueno, la verdad es que da gusto recibir estos comentarios. Muchísimas gracias por escribirme, amiga. Un abrazote
Eliminar¡Qué bueno! me he reído con ganas, pobre chico, todo el enfoque entre la vieja pícara y el pobre cartero. Y me has hecho recordar que en mi barrio había un anciano ciego que siempre se ponía al borde de la acera esperando que el semáforo se pusiera verde, jaja, si, era ciego, pero qué casualidad que siempre se ponía al lado de una chica, la más joven que "veía" para agarrarse a ella y pedirle que le ayudara a pasar, y cuando llegaban a la otra acera siempre intentaba darle algún beso en la mejillas o donde pudiera...jajaja, no sé que habrá sido de ese viejo ciego...jaja
ResponderEliminarUn beso grande, Isidoro.
Ja, ja. Muchas gracias Marián. Por escribirme y por ese regalo de anécdota. Tu viejillo no tiene nada que envidiar a Filomena, ja, ja. Yo que tú me pensaría el plasmar esa historia en un relato, porque sería muy bueno. Mucho mejor que el mío, ja, ja. En serio que sí. Como he dicho en otro comentario, la Filomena (con otro nombre, por supuesto) no es un personaje de ficción. Si es que, la mayoría de las veces, la realidad supera....
EliminarUn beso enorme, compañera
Parece que tengo suerte de recordar más los pellizcos en las mejillas de alguna mujer de cierta edad, que otro tipo de gestos y tocamientos jaja. La verdad es que la descripción de la mujer era tan poco alentadora para el novato que no me extraña que intentara evitar el momento, aunque al menos se ha llevado una propinilla. Eso no le hará desaparecer el aroma de la mujer pero al menos lo hará más llevadero jaja.
ResponderEliminarUn placer, como es ya habitual, leer tus historias compañero, un abrazo.
Afortunado tú, ja, ja... Bueno, en serio, la verdad es que, lo que dices suele ser lo habitual. Bueno, lo cierto es que Filomena no quería otra cosa que darle su propinilla al entregado cartero, je, jeeee
EliminarEl placer es mío compañero. Un abrazo y, nos vemos en las letras