El rojo brillante del convoy irrumpe en al andén con chirrido metálico, recibiendo una andanada de cigarrillos a medio consumir. Se abren las puertas y la secuencia se repite en el infinito, entre roces lascivos, empujones descuidados, calor sofocante, miradas desdeñosas. En medio del tumulto, una mano fresca se apoya en mi antebrazo y me rescata del infierno hacia un rinconcito de paz aún no requisado.
—¡Hola majete! ¿Te acuerdas de mí?
Una deslumbrante sonrisa devuelve a mi mente todos los recuerdos, como si fuesen el mensaje de un náufrago que la resaca del mar empuja de nuevo a la misma playa después de muchos años...
—¡Hay va, Dios! ¿Tú?
A lo largo del vagón se apiñan ejecutivos con trajes arrugados y maletines de cuero, obreros sin calcetines manchados de yeso, oficinistas con escotes provocadores, tenderos barrigones con inmensos periódicos, chavales con mochila y auriculares de diseño.
—¡Sí, yo! ¿Que pasa nene? ¡Hace la ostia!, ¿eh? No veas si me alegro de verte... Hace que no me llamas... ¡Dame un beso, capullo!
...Un mensaje sólo para ella. Un mensaje que habla de los días de clase, de la hierba fresca del parque, de sus hábiles dedos en las cuerdas de la guitarra, de canciones repetidas en ratos perdidos, de litros de cerveza, de miradas disimuladas, de noches de insomnio...
—¡Joder Cris!, aún me sé tu teléfono de memoria y seguro que tú no puedes decir lo mismo...
Un hombre con acento portugués se abre paso con dificultad tocando el acordeón. Lleva un bote con alguna moneda. La gente se aparta o se mira los zapatos. Alguno mete la mano en el bolsillo, pero no encuentra motivos para sacarla.
—¡Vaaale, Rober!, tienes razón. Sabes que el teléfono nunca me gustó... Me había acostumbrado a que me llamaras y pensé que te habías aburrido.
...De muchas dosis de ternura en las largas tardes de estudio, del aroma de su pelo, de su casa de Arturo Soria, de la lámpara de Minnie, de los colores del jardín, del olor a menta, a madreselva, de las camisetas de la facultad, de los muñecos de peluche, del zumo de naranja, de la sonrisa de su madre, del último metro...
—No me aburría, bonita. No, lo que pasa es que por aquel entonces Nacho ya se había ido a vivir contigo, y no me parecía buena idea llamarte tan a menudo...
En el andén de Goya se ven mujeres con zapatos de tacón, medias de seda, bolsas llenas de moda, caprichos caros, Chanel Nº 5, vestidos livianos que flotan sobre las rejillas de ventilación.
—La verdad es que, antes de que Nacho se viniese, yo estaba volcada en el proyecto... Creo que se sintió un poco celoso y quiso estar más cerca de mí.
... De las barbacoas en la sierra, entre los pinos, de la manta de cuadros rojos, de las botellas de calimocho, de risas, de briznas de hierba seca, de cuerpos empapados bajo la lluvia, del calor del fuego, de la oscuridad de la noche...
—¿Qué ha sido de vosotros desde entonces? ¿Qué es de vuestra vida?
Entra un grupo de militares de rostros colorados y petates abultados y todos miran a la rubia con tanga negro y pantalón blanco que se apoya en el rincón.
—Nos mudamos a un ático de Clara del Rey... Ahora estamos bien, aunque con su nuevo curro casi no nos vemos... Por cierto, ¿estarás cuidando bien a mi Maika, no?
... De las compras de Navidad, de los regalos para Nacho, para Maika, de los coqueteos ante el espejo, del rojo íntimo de los escaparates, de miles de luces de colores en las calles, de los millones de personas, del carmín en los labios, del perfume de jazmín, de maniquíes sin rostro, de los secretos del probador...
—Bueno... La verdad es que es ella la que me cuida a mí. Ahora casi no salimos... Hace mogollón que no veo a nadie de la peña.
Dos enamorados empalagosos no dejan de besuquearse y una muchacha que dice ser de Bosnia, pide dinero para comer.
—¡ Pues a ver si quedamos, nene! ¡Nos lo pasábamos genial!
... Del «Yoni Gualquer» con hielo, de las noches de pandilla, de labios jugosos besando el cristal, de su aliento cálido en la oreja, del café irlandés, de la cerveza negra y la música celta, de la magia del baile, del largo adiós...
—... Como no quedemos los cuatro..., porque contar con toda la banda va a ser difícil.
En la estación de Retiro se apean varias muchachas chilenas con sus novios. Una niña coreana revolotea a su alrededor intentando venderles una rosa y no ve a los «cabezas rapadas» que la esperan, ni tampoco a la pareja de seguratas que se sube al tren.
—Por mí, como si estamos solos. Si nadie más se apunta... Otras veces nos hemos bastado,... ¿no?
… Del roce de su cuerpo al caminar junto a mí, de los bocatas de calamares en la Plaza Mayor, de la tortilla y sangría en las cuevas de la Cava Baja, de los minis de Bilbao, de la Leche de pantera en Moncloa...
—¿Sabes una cosa, Cris? Te he echado de menos mogollón de veces.
Dos niñas con falda escocesa y «piercing» en la lengua juguetean con sus móviles, un chaval muy delgado, con bolsa de libros, camiseta de redecilla, visera del revés, aro en la oreja, cigarrillo en la otra y tatuaje en el brazo, las mira embobado, con la misma mirada con que un cachas de gimnasio observa su reflejo en el espejo negro de la ventanilla.
—¡Pobrecito! Menuda paciencia tenías..., te tragabas todos mis problemas.
... Del Agua de Valencia en Huertas, del último tequila bajo el viaducto, de añoranzas, historias, risas, deseos, de un frío banco de piedra frente al palacio, del Camel sin filtro, de las palabras, del silencio...
—Sí, y nos pegábamos cada charla, que todos creían que estábamos enrollados. Algunas veces hasta nos dejaban solos disimuladamente... Lo cierto es que contigo tenía incluso más confianza que con Maika.
Los andenes de Sol están atestados de gente pero eso no parece importar al anciano que revuelve en una de las papeleras, con varias capas de ropa mugrienta, con olor a sudor, a orines, con varias bolsas repletas de nada, con sed de algunas horas, con hambre de algunos días, con barba y pelo de varias semanas, con desesperanza de muchos años.
—A mí me pasaba lo mismo. Creo que tú sabías más cosas de mi vida que mi chico... Bueno, salvando las diferencias, claro... Creo que, en algunos aspectos, tú me conocías bastante mejor.
... Del ático de Preciados, de las partidas de billar, de las fiestas de la facultad, los equívocos, los celos, la pasión, el sentido de la verdad; de los vaqueros ajustados, de los garitos de Malasaña, de las buenas noches, de los malos días...
—Que conste que yo siempre te dejé bien claro que lo único que buscaba en una mujer era sexo y risas.
Parada tras parada, los vagones del metro escupen su carga humana una vez machacada, para volver a llenarse de nuevo. Algunas carteras han cambiado de bolsillo, algunas carnes han tenido dosis extra de masaje.
—Ya lo sé colega, pero de todas formas yo confiaba mucho en ti... Parecía que supieras lo que estaba pensando en cada momento..., y siempre me sorprendías.
... De los libros viejos en la Cuesta Moyano, de los bancos del Prado, de domingos melancólicos y charlas interminables, de tardes frondosas, húmedas, en el Retiro, de lágrimas contenidas, de algún beso robado y de treinta monedas de plata...
—Pues curiosamente, nuestra pareja sigue siendo la misma, en cambio, nosotros hemos dejado de vernos...
Un muchacho desaliñado reparte papelitos fluorescentes mientras un hombre canoso emite notas de música clásica con su clarinete. Un grupo de mujeres de distintas edades parlotean y se ríen con gran algarabía y una de ellas, la abanderada, enarbola un tanga masculino mientras se contonea sensualmente.
—No te pongas melancólico, corazón. Tú mismo decías a menudo que la amistad, como cualquier otro sentimiento, eran momentos en la vida, y que sólo la costumbre tenía verdadera fuerza... A lo mejor estamos ante un nuevo momento. ¿No crees en el destino?
... De aguas gélidas y apuestas arriesgadas, del último fin de semana, de la escasa intimidad de unos arbustos, de la piel desnuda y la ropa colgada, de sueños culpables y anhelos insondables, de una envidia inconmensurable...
—Azar o destino, ¿qué mas da? La vida no pasa dos veces por el mismo sitio... Sin embargo, si cambias de línea, puedes volver a pasar muy cerca... ¿Quién sabe?
En Quevedo entra un hombre con una silla de madera, la apoya en el suelo y se sienta sobre ella, sin que nadie se sorprenda por ello.
—Nunca cambiarás... Sigues con tus filosofías. Cuando te ponías así, me daba la impresión de que estabas en la luna, y que era muy difícil alcanzarte.
... De un largo verano, de un bar de carretera en la Nacional VI, de la carta de un amigo, de un trago amargo, de la lluvia en los cristales, de ángeles y estrellas...
—Tienes razón, pero ya sabes que en mi luna siempre había un hueco para ti, reina mora.
Un negro angoleño con gafas de sol amenaza con introducir en nuestra parte del vagón una enorme bolsa de viaje que casi no cabe por la puerta. También entra un cojo con muletas, pero ninguna de las personas que están sentadas parecen percatarse de su presencia.
—¡Qué booonito! Por cierto, ¿sigues escribiendo?
... De los días sin sol, de las noches sin luna, de una escarapela roja en la capa de la tuna, del deseo, de la amistad, de la forzada lealtad, del fracaso, del olvido, del pecado redimido...
—Ya casi no tengo tiempo...
En un banco de piedra de Noviciado, un hombre invisible se mete un «chute» de «caballo» mientras todo el mundo pasa a su lado, e incluso se sientan junto a él a esperar el próximo metro.
—¡Pues búscalo!...Y espero que vuelvas a pasar cerca de mí, como dices tú... ¡Un beso, nene!... Toma... ¡ Guárdala bien! Y... ¡llámame!, ¿vale?
Un beso fugaz en la mejilla, unos dedos que acarician mi nuca, el aliento de más de mil recuerdos, la nostalgia de una vida nunca vivida... y un número de teléfono en el bolsillo de mi camisa.
—¡Nos vemos entonces, Cris! ¡Recuerdos a Nacho!
La observo hasta que desaparece entre la gente, como una gota de lluvia que se funde de nuevo con el mar. No vuelve la cabeza ni una sola vez. Nunca lo hizo.
Saco su tarjeta del bolsillo. «Cristina Rubio. Publicista. Clara del Rey, 78, ático C. 686158939». En el reverso no hay nada escrito. ¿Por qué había de haberlo? —me pregunto—, y la dejo caer en la papelera más cercana.
En la estación término de Cuatro Caminos los pasillos de azulejos multicolores son ríos de gente que confluyen, que descienden en cascadas por las escaleras mecánicas, que sortean los escollos de los vendedores ambulantes, los músicos en paro y los mendigos. Arriba, en el mundo de la superficie cada viajero vuelve a su destino. Millones de vidas que se cruzan todos los días sin tocarse.
—¡Hola majete! ¿Te acuerdas de mí?
Una deslumbrante sonrisa devuelve a mi mente todos los recuerdos, como si fuesen el mensaje de un náufrago que la resaca del mar empuja de nuevo a la misma playa después de muchos años...
—¡Hay va, Dios! ¿Tú?
A lo largo del vagón se apiñan ejecutivos con trajes arrugados y maletines de cuero, obreros sin calcetines manchados de yeso, oficinistas con escotes provocadores, tenderos barrigones con inmensos periódicos, chavales con mochila y auriculares de diseño.
—¡Sí, yo! ¿Que pasa nene? ¡Hace la ostia!, ¿eh? No veas si me alegro de verte... Hace que no me llamas... ¡Dame un beso, capullo!
...Un mensaje sólo para ella. Un mensaje que habla de los días de clase, de la hierba fresca del parque, de sus hábiles dedos en las cuerdas de la guitarra, de canciones repetidas en ratos perdidos, de litros de cerveza, de miradas disimuladas, de noches de insomnio...
—¡Joder Cris!, aún me sé tu teléfono de memoria y seguro que tú no puedes decir lo mismo...
Un hombre con acento portugués se abre paso con dificultad tocando el acordeón. Lleva un bote con alguna moneda. La gente se aparta o se mira los zapatos. Alguno mete la mano en el bolsillo, pero no encuentra motivos para sacarla.
—¡Vaaale, Rober!, tienes razón. Sabes que el teléfono nunca me gustó... Me había acostumbrado a que me llamaras y pensé que te habías aburrido.
...De muchas dosis de ternura en las largas tardes de estudio, del aroma de su pelo, de su casa de Arturo Soria, de la lámpara de Minnie, de los colores del jardín, del olor a menta, a madreselva, de las camisetas de la facultad, de los muñecos de peluche, del zumo de naranja, de la sonrisa de su madre, del último metro...
—No me aburría, bonita. No, lo que pasa es que por aquel entonces Nacho ya se había ido a vivir contigo, y no me parecía buena idea llamarte tan a menudo...
En el andén de Goya se ven mujeres con zapatos de tacón, medias de seda, bolsas llenas de moda, caprichos caros, Chanel Nº 5, vestidos livianos que flotan sobre las rejillas de ventilación.
—La verdad es que, antes de que Nacho se viniese, yo estaba volcada en el proyecto... Creo que se sintió un poco celoso y quiso estar más cerca de mí.
... De las barbacoas en la sierra, entre los pinos, de la manta de cuadros rojos, de las botellas de calimocho, de risas, de briznas de hierba seca, de cuerpos empapados bajo la lluvia, del calor del fuego, de la oscuridad de la noche...
—¿Qué ha sido de vosotros desde entonces? ¿Qué es de vuestra vida?
Entra un grupo de militares de rostros colorados y petates abultados y todos miran a la rubia con tanga negro y pantalón blanco que se apoya en el rincón.
—Nos mudamos a un ático de Clara del Rey... Ahora estamos bien, aunque con su nuevo curro casi no nos vemos... Por cierto, ¿estarás cuidando bien a mi Maika, no?
... De las compras de Navidad, de los regalos para Nacho, para Maika, de los coqueteos ante el espejo, del rojo íntimo de los escaparates, de miles de luces de colores en las calles, de los millones de personas, del carmín en los labios, del perfume de jazmín, de maniquíes sin rostro, de los secretos del probador...
—Bueno... La verdad es que es ella la que me cuida a mí. Ahora casi no salimos... Hace mogollón que no veo a nadie de la peña.
Dos enamorados empalagosos no dejan de besuquearse y una muchacha que dice ser de Bosnia, pide dinero para comer.
—¡ Pues a ver si quedamos, nene! ¡Nos lo pasábamos genial!
... Del «Yoni Gualquer» con hielo, de las noches de pandilla, de labios jugosos besando el cristal, de su aliento cálido en la oreja, del café irlandés, de la cerveza negra y la música celta, de la magia del baile, del largo adiós...
—... Como no quedemos los cuatro..., porque contar con toda la banda va a ser difícil.
En la estación de Retiro se apean varias muchachas chilenas con sus novios. Una niña coreana revolotea a su alrededor intentando venderles una rosa y no ve a los «cabezas rapadas» que la esperan, ni tampoco a la pareja de seguratas que se sube al tren.
—Por mí, como si estamos solos. Si nadie más se apunta... Otras veces nos hemos bastado,... ¿no?
… Del roce de su cuerpo al caminar junto a mí, de los bocatas de calamares en la Plaza Mayor, de la tortilla y sangría en las cuevas de la Cava Baja, de los minis de Bilbao, de la Leche de pantera en Moncloa...
—¿Sabes una cosa, Cris? Te he echado de menos mogollón de veces.
Dos niñas con falda escocesa y «piercing» en la lengua juguetean con sus móviles, un chaval muy delgado, con bolsa de libros, camiseta de redecilla, visera del revés, aro en la oreja, cigarrillo en la otra y tatuaje en el brazo, las mira embobado, con la misma mirada con que un cachas de gimnasio observa su reflejo en el espejo negro de la ventanilla.
—¡Pobrecito! Menuda paciencia tenías..., te tragabas todos mis problemas.
... Del Agua de Valencia en Huertas, del último tequila bajo el viaducto, de añoranzas, historias, risas, deseos, de un frío banco de piedra frente al palacio, del Camel sin filtro, de las palabras, del silencio...
—Sí, y nos pegábamos cada charla, que todos creían que estábamos enrollados. Algunas veces hasta nos dejaban solos disimuladamente... Lo cierto es que contigo tenía incluso más confianza que con Maika.
Los andenes de Sol están atestados de gente pero eso no parece importar al anciano que revuelve en una de las papeleras, con varias capas de ropa mugrienta, con olor a sudor, a orines, con varias bolsas repletas de nada, con sed de algunas horas, con hambre de algunos días, con barba y pelo de varias semanas, con desesperanza de muchos años.
—A mí me pasaba lo mismo. Creo que tú sabías más cosas de mi vida que mi chico... Bueno, salvando las diferencias, claro... Creo que, en algunos aspectos, tú me conocías bastante mejor.
... Del ático de Preciados, de las partidas de billar, de las fiestas de la facultad, los equívocos, los celos, la pasión, el sentido de la verdad; de los vaqueros ajustados, de los garitos de Malasaña, de las buenas noches, de los malos días...
—Que conste que yo siempre te dejé bien claro que lo único que buscaba en una mujer era sexo y risas.
Parada tras parada, los vagones del metro escupen su carga humana una vez machacada, para volver a llenarse de nuevo. Algunas carteras han cambiado de bolsillo, algunas carnes han tenido dosis extra de masaje.
—Ya lo sé colega, pero de todas formas yo confiaba mucho en ti... Parecía que supieras lo que estaba pensando en cada momento..., y siempre me sorprendías.
... De los libros viejos en la Cuesta Moyano, de los bancos del Prado, de domingos melancólicos y charlas interminables, de tardes frondosas, húmedas, en el Retiro, de lágrimas contenidas, de algún beso robado y de treinta monedas de plata...
—Pues curiosamente, nuestra pareja sigue siendo la misma, en cambio, nosotros hemos dejado de vernos...
Un muchacho desaliñado reparte papelitos fluorescentes mientras un hombre canoso emite notas de música clásica con su clarinete. Un grupo de mujeres de distintas edades parlotean y se ríen con gran algarabía y una de ellas, la abanderada, enarbola un tanga masculino mientras se contonea sensualmente.
—No te pongas melancólico, corazón. Tú mismo decías a menudo que la amistad, como cualquier otro sentimiento, eran momentos en la vida, y que sólo la costumbre tenía verdadera fuerza... A lo mejor estamos ante un nuevo momento. ¿No crees en el destino?
... De aguas gélidas y apuestas arriesgadas, del último fin de semana, de la escasa intimidad de unos arbustos, de la piel desnuda y la ropa colgada, de sueños culpables y anhelos insondables, de una envidia inconmensurable...
—Azar o destino, ¿qué mas da? La vida no pasa dos veces por el mismo sitio... Sin embargo, si cambias de línea, puedes volver a pasar muy cerca... ¿Quién sabe?
En Quevedo entra un hombre con una silla de madera, la apoya en el suelo y se sienta sobre ella, sin que nadie se sorprenda por ello.
—Nunca cambiarás... Sigues con tus filosofías. Cuando te ponías así, me daba la impresión de que estabas en la luna, y que era muy difícil alcanzarte.
... De un largo verano, de un bar de carretera en la Nacional VI, de la carta de un amigo, de un trago amargo, de la lluvia en los cristales, de ángeles y estrellas...
—Tienes razón, pero ya sabes que en mi luna siempre había un hueco para ti, reina mora.
Un negro angoleño con gafas de sol amenaza con introducir en nuestra parte del vagón una enorme bolsa de viaje que casi no cabe por la puerta. También entra un cojo con muletas, pero ninguna de las personas que están sentadas parecen percatarse de su presencia.
—¡Qué booonito! Por cierto, ¿sigues escribiendo?
... De los días sin sol, de las noches sin luna, de una escarapela roja en la capa de la tuna, del deseo, de la amistad, de la forzada lealtad, del fracaso, del olvido, del pecado redimido...
—Ya casi no tengo tiempo...
En un banco de piedra de Noviciado, un hombre invisible se mete un «chute» de «caballo» mientras todo el mundo pasa a su lado, e incluso se sientan junto a él a esperar el próximo metro.
—¡Pues búscalo!...Y espero que vuelvas a pasar cerca de mí, como dices tú... ¡Un beso, nene!... Toma... ¡ Guárdala bien! Y... ¡llámame!, ¿vale?
Un beso fugaz en la mejilla, unos dedos que acarician mi nuca, el aliento de más de mil recuerdos, la nostalgia de una vida nunca vivida... y un número de teléfono en el bolsillo de mi camisa.
—¡Nos vemos entonces, Cris! ¡Recuerdos a Nacho!
La observo hasta que desaparece entre la gente, como una gota de lluvia que se funde de nuevo con el mar. No vuelve la cabeza ni una sola vez. Nunca lo hizo.
Saco su tarjeta del bolsillo. «Cristina Rubio. Publicista. Clara del Rey, 78, ático C. 686158939». En el reverso no hay nada escrito. ¿Por qué había de haberlo? —me pregunto—, y la dejo caer en la papelera más cercana.
En la estación término de Cuatro Caminos los pasillos de azulejos multicolores son ríos de gente que confluyen, que descienden en cascadas por las escaleras mecánicas, que sortean los escollos de los vendedores ambulantes, los músicos en paro y los mendigos. Arriba, en el mundo de la superficie cada viajero vuelve a su destino. Millones de vidas que se cruzan todos los días sin tocarse.
Maravillosa forma en la que has narrado una no menos maravillosa historia.
ResponderEliminarEntrelazar presente y pasado con el paisaje habitual, ese que nos pasa inadvertido... todo un ejercicio de magia con las palabras.
No quería que terminara, estaba leyéndola y no quería que acabase, quería que siguieras describiendo el pasado, Malasaña, los bares, la sierra, la amistad, los besos, los bocatas de calamares...
Me estaba bebiendo tus palabras y, cuando has difuminado el presente y lo has unido al pasado, pensé que estaba ebria de literatura porque me había perdido entre tanta belleza.
Preciosa narración, Isidoro. En el fondo y en la forma.
Un abrazo.
Me dejas sin palabras, y mira que es difícil dejarme a mí sin ellas. Comentarios así hacen que escribir y compartir lo que uno escribe sea todo un placer. En este relato, el título, con ese juego de palabras, más que al contenido hace referencia a la forma en que habría que leerlo. Supongo que, a los que vivimos o hemos vivido en esta ciudad, todo esto nos llega mucho más, pero creo que cualquiera puede sentirse identificado.
EliminarMuchas gracias de nuevo por tus bonitas palabras. Espero que la resaca no te haya provocado mucho dolor de cabeza. Un placer tenerte por aquí
Un fuerte abrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarCuanto has crecido
Eliminarescribes cada dia mejor!!!!!!!! Eres una persona extraordinaria se siente todo esto a través de tus escritos
jaja me rio porque antes de llegar a vos
Eliminarpasé leyendo como 4 textos hasta que llegué al tuyo
Google me vuelve loca
mil besos compañero de letras
Muchísimas gracias Mucha. Aunque no creo merecer esos elogios es un gusto leértelos. Ya veo que te da problemas Google por los intentos que has tenido para escribir el comentario. Pues lo siento mucho, aquí yo no tenso esos problemas y no sé como ayudarte. Si lo averiguas me lo dices
EliminarMuchos besos
Te has superado, Isidoro. Me parece que todavía siento el traqueteo del vagón del metro y veo a los personajes que, aunque sólo entran y salen un momento de la historia, le dan tanta fuerza. Y sobre todo mi admiración por la maestría con la que has intercalado el pasado, el diálogo y el ambiente que rodea a la pareja, con limpieza sin permitir que nos perdamos. Me quito el sombrero. Un abrazo muy fuerte
ResponderEliminarMe gusta lo que me dices Ana, porque una de mis dudas era la confusión que se pudiese crear al alternar constantemente diálogo, recuerdos y descripción del entorno, sobre todo siendo tan denso, con tantos personajes que únicamente se mencionan y tantas imágenes del pasado que, la mayoría de las veces, casi tan sólo se insinúan, dejando al lector el trabajo imaginativo. Ya sabes, uno de mis experimentos. Quería plasmar un poco esa vorágine del metro, ese alud de recuerdos provocados por el reencuentro… En fin, muchas gracias siempre por leerme y por escribir.
EliminarUn fuerte abrazo
Leerte siempre es garantía de buena literatura. Como comentan los compañeros, con este relato te has salido de la escala. Conducido con maestría, nos mueves entre el pasado y el presente relatando a un mismo tiempo el agobio, la diversidad de personajes, la rutina e incluso decadencia del metro de Madrid, y los recuerdos del protagonista, más humanos y llenos de sensaciones, en un magistral contraste donde cada palabra ocupa su lugar exacto. Destacan también los diálogos, donde te has esmerado en conseguir un lenguaje más llano. Más de una vez he comentado que en la ejecución de los diálogos se ve gran parte de la solvencia de un escritor, y tú siempre los bordas. Se nota el esfuerzo que has puesto en este relato y unido a tu buen hacer ha cristalizado en este maravilloso trabajo. Mi enhorabuena. Un abrazo Isidoro.
ResponderEliminarAgradezco sinceramente tu aprecio y valoración Jorge. Me consta, y lo he dicho muchas veces, que todos los que comentáis en este vuestro blog, sois grandes (con seguridad no todo lo reconocidos que deberíais ser) escritores. Por eso mismo vuestros comentarios son para mí muy valiosos y el motor que ayuda a una superación constante. Ya que hablas de los diálogos, decir que es un tema en el que, como muy bien observas, pongo especial detalle y no siempre estoy del todo satisfecho con el resultado (aunque unos elogios como los tuyos te suben bastante la moral) Intento plasmar un lenguaje real (con las palabras y expresiones que usarían los propios personajes), no literario y ello me lleva a tener constantes dudas sobre lo forzado o no de una frase, los signos de puntuación, el entrecomillado o la cursiva en palabras de argot (por ejemplo aquí, algunas las he diferenciado y otras no), extranjerismos, etc…. Es algo que me agobia un poco a la hora de escribir y creo que debería tomármelo con mayor libertad, no sé, sin darle tanta importancia al aspecto gramatical y ortográfico.
EliminarMuchas gracias por tu atenta lectura y un análisis tan elaborado Jorge, es un lujo tenerte de comentarista
Un fuerte abrazo
Genial relato. Nos llevas de un tiempo a otro sin perder el hilo del relato.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un abrazo.
Pues me alegra mucho saber que no te has perdido María, porque era una de mis preocupaciones entre tanto maremágnum de gente que entra y sale, idas y venidas del presente al pasado, frases con doble sentido… Encantado de que te haya gustado
EliminarUn placer tenerte por aquí
Besos
Me ha encantado la historia, joder.
ResponderEliminarHe recordado cosas de mi adolescencia que no he olvidado del todo e imaginaciones de futuro que tenía entonces. Y creo que es fácil que cualquier persona con más de 25 años se sienta reflejado de alguna manera en estas líneas. La verdad que leerte en este caso ha sido una pasada. Mejor que nunca, creo.
Muchas gracias por compartir este texto con nosotros.
Joder, Holden, muchísimas gracias por tus sinceras palabras. Me alegro que te hayan gustado mis líneas y que hayas disfrutado entre líneas (perdón, pero no he podido evitar hacer el juego de palabras)
EliminarYo también creo que cualquiera que pase de esa edad puede sentirse identificado de alguna manera, con la historia, los recuerdos o el entorno, sobre todo, como he dicho antes, si conoce Madrid (la verdad es que me ha salido una historia que parece una manta de retales multicolores)
Tengo que decir que el presente narrado no es del todo presente. Me explico: más bien se trata de un pasado reciente, como de hace unos diez años. He situado la historia un poco más atrás para poder incluir elementos y algunos personajes que ahora estarían desfasados (para situar en el tiempo he dado las pistas del color de los vagones de metro o el hecho de fumar en los andenes, al principio de todo)… ya se sabe que la ciudad es un ente vivo, que cambia y evoluciona
Abrazos colega
La ciudad es un ente vivo que cambia y evoluciona, sí: pero también que nos devora sin darnos cuenta hasta el punto de que, como nos descuidemos, pasamos a formar parte del paisa urbano.
EliminarTanto da hace 10 años que hace 30... lo importante es que son recuerdos con los que todos empatizamos, ¿no?
Estoy muy de acuerdo contigo Holden, y con esa acertada expresión de que, si nos descuidamos pasamos a formar parte del paisaje urbano. Es de lo más gráfico. Los bichos de ciudad ya formamos una fauna característica, muy diferente del mundo rural, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Hace un tiempo me gustaba ver en la tele esa serie llamada “El último superviviente”, en la que un tipo se dejaba caer en las más inhóspitas regiones del planeta para enseñarnos como sobrevivir en ellas (no es que pensase en verme alguna vez en esa tesitura, pero me entretenía ver como se comía cualquier cosa) Pues bien, uno de los capítulos era “Superviviente urbano”, je, je… te puedes imaginar.
EliminarY sí, da lo mismo la generación de la que seas, hay “palabras mágicas” que a todos nos transportan a los mismos recuerdos
Recuerdos de lo que fue; consciencia de lo que pudo haber sido. Amigo Isidoro, mezclas a la perfección presente y pasado, en ese contínuo ir y venir de vidas que conforman el inmenso mar de una gran urbe, "lágrimas en la lluvia" que diría nuestro replicante preferido. Pero si he de quedarme con algo, es con esa enumeración de vidas que parece haber salido de una de las canciones del maestro Sabina. Pongamos que hablo de Madrid. Un saludo y nos vemos en el siguiente relato, que espero que sea el mío, aunque las musas están un poco lentas con la cuesta de enero, je, je, je.
ResponderEliminarAmigo Bruno, como siempre, un placer leer tus comentarios (y relatos, por supuesto) Creo que aciertas en la inspiración que puede tener la historia en las letras de Sabina. No lo he hecho de forma consciente, pero seguro que, en el fondo subyace, pues soy un admirador suyo desde hace años. Mi relato, aparte de la historia personal, quiere ser un pequeño homenaje a ese Madrid que cambia, que se mueve, que se llena y se vacía (en vacaciones) de miles almas todos los días. Sobre todo en el metro, en ese pozo de sabiduría y fuente de inspiración para escritores como biblioteca para lectores.
Eliminar¿Conoces "La del pirata cojo"?
Un abrazo y te veo en tu blog
¡Claro que conozco "La del pirata cojo"! Tuve la suerte de asistir al concierto presentación de "Vinagre y rosas" aquí en Sevilla y pude disfrutarla con bandera pirata incluida. De todas las del maestro Sabina, me quedo sin lugar a dudas con "Y sin embargo", magnífica en el duo que se marca con Serrat, otro de los grandes. Un saludo.
Eliminar¡Me encanta ese tema! Es difícil elegir en todo caso. Hay una canción de sabina para cada momento, je, je. Te señalaba "La del pirata cojo" porque, de alguna manera, inspiró el inicio del blog (observa la frase que escribí debajo de mi perfil) Fíjate también en el inicio de la frase que acompaña al título de mi blog... ¿no te recuerda algo a Sabina? En fin, no creo que haga falta decir más, je, je
EliminarUn abrazo compañero sevillano, no hace mucho que he estado por tu preciosa ciudad
Me ha transmitido mucha nostalgia y añoranza el texto, Isidoro. ¡Cuántas cosas quedaron por decir entre líneas y cuántas más que quedaron implícitas no hizo falta mencionar! Una trama vertiginosa e ingeniosamente desenvuelta en la que uno sabe si resulta más perturbador o asfixiante el entorno cambiante y opresivo del metro, el diálogo provocado por el inesperado encuentro o el ir y venir de entrañables recuerdos. Una obra estupenda y muy bien armada que sin duda me ha complacido leer. ¡Un abrazote!! ;)
ResponderEliminar¡Ups! Por ahí se me quedó atascado en el teclado un "no"..
EliminarMe alegro mucho de que le haya complacido la lectura de mi relato, Fritzy. El mismo placer es para mí. Temía precisamente cuando escribí este texto, que resultase una mezcolanza inconexa de recuerdos, diálogo y la crónica de un viaje en metro. Por eso me reconforta enormemente su opinión, que me hace pensar que no ha sido del todo así, aunque muchas cosas hayan quedado “entre líneas”
EliminarMuchas gracias por leerme y un fuerte abrazo
Muy genial texto, lo que ve en el metro, lo que recuerda... muy buen relato.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu positiva valoración, Boris. Me alegro que te haya gustado mi relato.
EliminarUn abrazo