Tal vez no sea más que el intento de revivir la placentera sensación de un sueño, o de fijar la imagen, distorsionada por mi mente, de una lejana realidad. Lo cierto es que, si hay alguna razón para estas líneas, es la imperiosa necesidad de recordarte. No como aquel que desea mantener siempre vivo el espíritu de un amor ausente, sino como quien ha reconocido una estrella entre la infinidad que puebla el cielo y no quiere dejar de mirarla, para no perderla de nuevo. Escribo ahora, porque es el momento en que tu esencia viene más clara a mi memoria, y cuando ésta se vaya, quizás lo escrito me permita encontrar de nuevo algo de lo perdido.
No puedo identificar el papel que has hecho en mi vida, pues tan sólo reconstruyo fragmentos de un puzzle en el que faltan demasiadas piezas, y los retazos que me llegan son tan extraños e inconexos, que no sé si pertenecen a momentos vividos junto a una esposa, una madre, una hija, o todas a la vez. El olor de tu cabello recién salida del baño; el color de tus ojos en un día soleado; el eco de tu risa perdiéndose en el olvido; tus mejillas, salpicadas de harina, mientras apartas un mechón rebelde de negro zaíno; tus dientes blancos rasgando la piel de una manzana; el aroma de jazmín, estela de tu ausencia; una tarde lluviosa y el reflejo triste de tu rostro en el cristal, perlado de lágrimas y gotas de agua.
Ahora no soy más que una sombra en la noche de la ciudad. Tan sólo estos instantes de cordura, cuando te escribo, me definen como ser humano. Tal vez los últimos como tal, si el olvido llega para quedarse, haciendo que pierda, no sólo la capacidad de escribir, sino también la de leer todas aquellas cartas nunca enviadas, que forran el interior de mi chaqueta, aislándome del frío y anclándome a un pasado que, de otra manera, ya se habría desvanecido. Deambulo entre la basura, transformando lo que otros abandonan, en el elixir que me permite seguir burlando a la locura, y las tardes de tormenta, desde cualquier improvisado refugio, observo los regueros de agua, que arrastran el polvo de las memorias muertas.
Hace mucho tiempo que estoy aquí, en este lugar del pensamiento, vacío y sin historia, oculto a los ojos del día bajo unos viejos cartones, vagando en la oscuridad de las calles, sin otra prioridad que encontrar algo, no demasiado repugnante, que llevarme a la boca, o un compañero de noche con el que compartir una botella. Aquí nadie pregunta sobre tu vida. Y es mejor así, porque no sabría qué contestar. ¿Qué vida? Para mí, sólo hay un «ahora», porque del pasado, únicamente conservo la tarjeta de identidad de un desconocido, algunas cicatrices enormes que cruzan mi rostro, y este montón de letras, que arropan mi soledad y que sólo me hablan de tí... y de la lluvia.
Sin embargo, hay otros días. Días en los que nacen estas palabras. Ésos en los que, pedazos de consciencia desgarran mi mente y espejos del pasado se hunden en mi carne. Entonces, un dolor intenso me quema las entrañas. Es el recuerdo. Ante mí aparecen secuencias de un tiempo en el que fui hombre. Quiero pensar que incluso un hombre feliz, aunque ese término resulte un tanto relativo, pues sólo cobra sentido dentro del recuerdo mismo. De lo que no me cabe duda en ese instante, es que hubo algo fundamental en mi vida. Algo que perdí… y que olvidé.
Y no hay forma de saber qué días son los peores. Los días de luz, o los días de sombra.
Pero en la tormenta, hay algo que me calma. La imagen de alguien que me conforta. No importa su origen. Lo que importa es que existe. Lo que importa es mi recuerdo. No sé ni cuándo ni dónde has vivido, ni tengo conciencia de cuánto tiempo ha sido, pero sé que eres el principio, y el final.
Camino por la carretera oscura. Dejo atrás las luces rojas y azules, unas gafas rotas en el asfalto, la mochila fucsia y los libros esparcidos. Siento el olor intenso del aceite y la gasolina. Pienso en el móvil que sonaba dentro de la guantera. Me detengo frente a mi casa. Veo a alguien tras los cristales. Yo estoy empapado de sangre y agua. Ella llora. Sus ojos no son de odio. Son ojos de compasión. Quiero pedirle que me abrace, pero la lluvia me envuelve, borra su imagen tras la ventana. Vuelve a sonar el móvil en la guantera. Veo su nombre en el «display». Me giro hacia el asiento de atrás. "Mamá dice que no te olvides de..."
Una triste historia. Yo creí que las tenía todas claras al empezar a leerla, pero el final me dejó armando mi propio rompecabezas, al que he de admitir aún le faltan algunas piezas; sin embargo no me disgusta haberme quedado con la intriga, le da otro toque al texto. Por cierto que me gusta cómo edita algunas de las imágenes (no sé si las pinta), me resulta interesante.. ¡Abrazote!! ;)
ResponderEliminarCiertamente, al ser un relato cuya base es confusa por sí misma (memorias que van y vienen), tiene que resultar un rompecabezas, como la del protagonista. En todo caso, cuando lo concebí no tenía muy claro como plasmarlo. El último párrafo pretende ser clarificador, pero no sé si lo habré logrado. En fin, yo soy de los que cree que el autor no debe explicar su obra (cada lector tiene su propia forma de verla), así que me callo, je, je
EliminarMe alegro que le gusten mis imágenes. Algunas yo mismo las dibujé, pero no muy contento con los resultados, opté por utilizar imágenes que mezclo, retoco, etc. y por último añado filtros que le dan la apariencia de la pintura (todo muy digital) Ese es mi "secreto", je, je
Un abrazo
Muy original tu historia. Al principio creía que se trataba de un mendigo, alguien que lo había perdido todo incluida la mujer que amaba. Pero el último párrafo supone un giro inesperado que me ha cogido desprevenida. Te felicito una vez más por ofrecernos buena literatura. Un abrazo muy fuerte
ResponderEliminarMe alegro mucho que te haya gustado mucho Ana pues se trata de un relato que, cuando lo escribí, me parecía de lectura un poco difícil. En el último párrafo queda la explicación, pero no sé si se comprende todo lo que ella abarca (bueno, la eterna duda del escritor, ya sabes)
EliminarEncantado de tus lecturas y tus comentarios
Besos
He entrado en tu blog para leer un relato, sin querer, no sé ni cómo, he clicado sobre algo y me ha aparecido éste, así que lo he leído.
ResponderEliminarMe ha gustado, me he sentido identificado en el modo de su narración y estructura, he escrito varios relatos que son así, rompecabezas a los cuales les faltan piezas, o éstas no son claras y concisas, con el propósito de que el lector resuelva el contenido con imaginación, una lectura atenta, y un análisis exhaustivo del texto.
Creo haber captado que el relato nos habla de un hombre que ha sufrido un accidente automovilístico, que su hija ha muerto en él, y me da la sensación de que él, también. Puede que su ente vague hacía su hogar, o sea su cuerpo que haya sufrido algún tipo de amnesia, pero las luces azules y rojas me hacen pensar en la policía, la mochila fucsia y los libros esparcidos en una niña, y ese mensaje final en que se trate de su hija. Estoy algo confuso. Dices que un autor no debe desvelar lo que ha querido plasmar, me encantaría que rimpieras esa regla y me explicases que ha ocurrido.
¡Abrazo, Isidoro!
*rompieras ;)
EliminarMe alegro que hayas caído por aquí porque tu opinión es muy valiosa. Me alegro que te haya gustado compañero. Tienes toda la razón, algunos relatos se crean para interactuar con el lector, para "hacerle trabajar un poquito", je, je. Bueno, en tu honor, voy a romper esa regla y contarte como lo concebí. Aunque tengo que decirte que tu punto de vista no me ha disgustado nada, me parece muy bueno.
EliminarAsí a grandes rasgos, la cosa es que el protagonista tuvo un accidente automovilístico y, por culpa de una distracción (el móvil) murió en el mismo su hija pequeña. Su matrimonio no pudo sobrellevar la crisis y, al final, su mujer y él se divorciaron. A raíz de todo esto, comenzó a beber, a degenerar su vida hasta terminar siendo un indigente más de los que pueblan las calles. Además, debido a todo esto, perdió gran parte de su memoria, aunque no toda. Cuando recuerda, la imagen de su esposa y de su hija se mezclan en una sola persona, haciéndole sentir culpable y a la vez feliz por ser capaz de recordar a alguien a quien amó. Su agonía es que nunca sabe si es mejor recordar u olvidar, pues cuando es consciente, el terror de lo ocurrido vuelve a él, pero recuerda a los seres que quiso (por eso escribe las cartas con las que forra su chaqueta, para recordarse a sí mismo de dónde viene)
En fin, como puedes ver, una historia bastante más detallada de lo que aparece en el relato, je, je. Supongo que hay que imaginar mucho. Pero tú lo has hecho muy bien. De hecho, has aportado una versión nueva, con el protagonista muerto, haciendo que todo esto sea una visión suya desde el más allá. Una versión que me gusta. Al volver a leer el relato, comprendo por qué la has planteado.
Un privilegio recibir tus comentarios compañero. Un fuerte abrazo
Un relato intrigante, al principio pensaba en alguien que escribía confuso a una mujer que amaba y que por momento se le iba la memoria y pensaba en Alzheimer. Mas tarde pense que era un mendigo que andaba errante por la vida sin saber quien es. Y al final nos descubre que su memoria es el recuerdo de alguien que quizás se esté muriendo por culpa de un accidente de automóvil. Eres fabuloso narrando. Alguien te ha dicho que eres estupendo... pues te lo digo yo. Un abrazo
ResponderEliminarmuchas gracias Mamen, es un placer recibir tus comentarios. Antes, en el anterior comentario, le he destripado la historia a Edgar. Si lo lees, sabrás que es lo que pasaba por mi cabeza cuando la escribí, je, je... Pero bueno, no está mal que cada una fabrique su propia historia, como lo has hecho tú. Esa es la magia de la literatura, la corriente que se crea entre escritor y lector. No es una historia, sino muchas.
EliminarUn beso enorme