lunes, 16 de julio de 2018

Arandedo 3. La leyenda


El olor ácido del vino impregnaba todos los rincones y se posaba sobre los viejos toneles apilados en un lado de la abarrotada taberna, bajo el ventanal. Estanterías polvorientas llenas de botellas sin etiqueta, latas oxidadas, sacos de café y todo tipo de productos de ultramar, ocupaban las tres paredes libres. Sobre un gran mostrador de madera desgastada, reposaba una herrumbrosa báscula con su juego de pesas, algunas piedras de afilar para guadañas, cajas de puntas, una plancha de carbón sin estrenar y algún que otro vaso manchado de tinto.

Sentados a una de las mesas, acompañados por el monótono diálogo de los viejos que jugaban a la brisca y al tute, bajo la tenue luz de los candiles de petróleo, Suso Castelho y Ricardo Quiroga, O Teixo, mantenían una extraña conversación.

—¡Ninguna!—exclamó O Teixo después de apurar su chato de vino—. Por esa parte sólo va un camino y, que yo sepa , no pasa por ninguna aldea.

—Puede que no esté en el camino—apuntó Suso, pensativo.

—Ya, pero tendría alguna entrada… Conozco esa zona y no hay más que bosque... ¿Quién te ha dicho que ahí haya alguna aldea?

—No, nadie... El otro día estaba en el Arandedo con las vacas y, no sé por qué, se me pasó por la cabeza la idea de que, del otro lado, tendría que vivir alguien… Igual que a este lado del río.

—Yo no sé de nadie. Y el único camino, el que tira por la acequia, no entra en el bosque, sino que sigue el curso del valle por varios kilómetros hasta…

O Teixo no pudo terminar la frase, pues de repente se abrió la puerta estrepitosamente y entró una figura enorme, que vociferaba y escupía improperios sin perder la sonrisa.

—¡Carallo, Cacholo!, tienes la boca tan grande como los pies—comentó divertido Suso, dirigiéndose al recién llegado.

—¡Me cago en tal!—bramó éste, acercándose pesadamente—. Seguro que ya os habéis bebido media barrica de vino.

—¡Hombre claro!, no pensarás que íbamos a estar esperándote—dijo, riendo a su vez, O Teixo.

—Podéis reíros cuanto queráis, pero yo soy el único que trae algo bueno, y sino fijaos en esta garrafa de orujo… Es del bueno, del que guarda padre para él... Como no sabe contar, no creo que la eche en falta.

Dejando el recipiente sobre la mesa, rubricó su hazaña con un sonoro eructo.

Julio Bogueiro, O Cacholo, recorría todos los viernes seis kilómetros desde Reiriz, salvo cuando las nieves del invierno se hacían demasiado intensas para permitirle el paso, con el fin de tomarse un aguardiente, o varios, en compañía de sus dos mejores y más sufridos amigos. Se sentaban en la mesa del fondo, junto a los manojos de mangos para herramientas de labor y los escobones de xesta, y charlaban mientras bebían o echaban unas manos de cartas.

Esa tarde en particular, Suso no ganaría ni una sola vez, ni tampoco prestaría mucha atención a la conversación, en la que Teixo trataba de averiguar, entre risas, si cuando Cacholo hablaba de los dos hermosos y bien criados becerros que llevaría su padre el domingo a la feira, se incluía él mismo o no. A pesar de las continuas chanzas y comentarios ocurrentes, no pudieron hacer que el campesino de Couto apartase los ojos de los tarros de hierbas aromáticas y tabaco para pipa que había en uno de los estantes más altos, junto a las tabletas de chocolate y las relucientes navajas barberas.

Una imagen, ahora envuelta en el misterio, llenaba su mente: una joven que paseaba sola por el bosque, que gustaba de recoger plantas medicinales, que parecía tener una conexión especial con los animales y que, para colmo, vivía en una aldea de la que nadie sabía nada. ¿Por qué, para una vez que conseguía la atención de alguien del sexo opuesto, no podía ser una chica sin complicaciones? Como aquella tal Puri que Ricardo le presentó en la fiesta de Los Remedios, con la que incluso llegó a sentarse para tomar unos refrescos después de haber bailado un par de piezas musicales.

Esa noche regresó muy tarde a casa. Lo hizo muy despacio, caminando con desgana, dejándose embriagar por la noche. Una fina uña plateada rompía la uniformidad del cielo, plagado de estrellas. Suso vio a lo lejos las siluetas negras de las primeras casas de la aldea. El «cri-cri» de los grillos y el lejano ladrido de un perro acompañaron sus pasos mientras él seguía pensando. Quizás su abuelo pudiera ayudarle; él siempre sabía un montón de cosas, como todos los abuelos, y a Suso le encantaba escucharle sentado en el porche, dejándose mecer, en los días lluviosos, por el gorgoteo del agua que resbalaba por los tejados y formaba burbujeantes reguerillos bajo los aleros.

Cuando, de mañana, el abuelo Sindo se sentó frente al fuego para tomar sus gachas, Suso aprovechó para coger su taburete y acomodarse a su lado, sujetando el cuenco de leche entre las rodillas.

—Abuelo... ¿Hay alguna aldea cerca del Arandedo, del otro lado?—preguntó al fin, como si la duda hubiese surgido así, sin más.

—Ayer viniste muy tarde... ¿Cenaste algo?—quiso saber a su vez Gumersindo.

—Sí, bueno..., comí un par de chorizos y algo de queso, pero dime… ¿Qué aldea hay por allí cerca?

—No deberías acostumbrarte a cenar así cuando vienes por la noche. Tu madre siempre te deja algo de caldo en la pota. Lo único que tienes que hacer es calentarlo, aún quedará algún rescoldo.

—Ya abuelo, ya lo sé; la próxima vez caliento el caldo, no te preocupes; pero dime de una vez lo que te pregunto, si es que lo sabes.

—Ahora mismo, ninguna.

—¿Ninguna qué?

—Ninguna aldea—especificó Sindo, remarcando las palabras—. Ahora, que yo sepa, no hay ninguna aldea por aquellos contornos.

—¿Por qué dices «ahora»?

—Pues..., porque recuerdo que, hace mucho tiempo, sí que la hubo.

—Pero..., ¿Cómo que «hace mucho tiempo»?... ¿Es que ya no está?—insistió Suso cada vez más intrigado.

—Bueno..., hay una historia sobre eso... Pero es algo larga de contar.

—Venga, abuelo—le animó—.Ya sabes que me gusta que me cuentes todas esas historias.

—Gumersindo interrumpió el movimiento de la cuchara hacia su boca y, visiblemente complacido, se irguió para comenzar su relato.

—Era gente que venía de aldeas cercanas y tenía tierras por aquella zona. Se establecieron en el mejor sitio: tierra fértil, agua abundante, pastos y madera. En fin, todo lo necesario para una confortable vida. Después de un tiempo incluso se dieron cuenta de que podían roturar las devesas para tener más tierra de cultivo, porque era también una zona de mucho bosque, más de lo que ellos necesitaban… Ese fue el principio de todos sus males.

—¿Cómo? ¿Qué sucedió?—le apremió el joven, impaciente ante la calma de su abuelo.

—Resulta—continuó—que en la casa más apartada del pueblo vivía una menciñeira, de esas que tienen remedio para todo, con su hija ¡Y todas sus tierras eran de monte! El problema era que no quería roturarlas, y además tenía un carácter muy agrio y cerrado que en seguida la puso en contra de todos sus vecinos ¡Imagínate el follón! 

—¿Y cuál era el problema? Cada uno tendría que roturar sus propias tierras ¿No?

—No es tan fácil, porque si no se limpia todo, al final, el monte va comiendo terreno otra vez. Aparte de que las fincas colindantes no se aprovechan tan bien, con lo que, al cabo, hay que pasar más trabajos que si no se hubiera hecho nada.

»El caso es que, después de un tiempo, alguien, nunca se supo quién, parece ser que quiso terminar con aquella discusión de una manera no muy honesta, y la consecuencia fue un terrible incendio que, no sólo quemó casi todo el bosque, sino que también alcanzó la casa de la curandera, la única que estaba entre los árboles, separada del resto...

»Yo mismo ayudé a apagar aquel fuego, aunque llegamos demasiado tarde. Se quemó todo y, aunque no encontraron los cuerpos, se dio por supuesto que, tanto la madre como su hija, habían muerto durante esa noche, porque nunca se volvió a saber de ellas.

—Y después de todo eso, claro está, decidieron marcharse todos—dedujo Suso.

—¿Cómo iban a marcharse, hombre? Ahora tenían allí sus casas. Además, por muy trágico que fuera, lo que ocurrió hacia que se cumpliesen los deseos de todo el mundo. Pero lo que nadie esperaba fue lo que vino después...

—¿Qué pasó?—inquirió Suso excitado, al tiempo que un escalofrío recorría su espalda.

—A partir de entonces empezaron a ocurrir cosas antinaturales—explicó Gumersindo mientras se inclinaba hacia su nieto, dejando que la nerviosa luz ambarina de la lumbre marcase las arrugas de su rostro—. A pesar del devastador incendio, la maleza volvió a taparlo todo muy deprisa, exageradamente deprisa, sin dejarles cosechar siquiera los terrenos que habían roturado. Las trochas se cerraban sin dar tiempo a ser utilizadas, los árboles salían por todas partes y estropeaban las huertas... ¡Parecía cosa del Diablo! Al final, la gente de aquella aldea se cansó de luchar, y dejó las fincas «a monte» por pura desesperación.

—¿Tan fuerte era? ¿No podían hacer nada?

—Ya te digo que no era algo natural, que se pudiera vencer con herramientas humanas. En poco tiempo, el bosque se volvió a hacer con todo el terreno y comenzó a llegar al pueblo. No conseguían mantener transitables los caminos, por lo que los vecinos de otras aldeas fueron dejando de visitar a sus parientes. No lograban reunir gente para la matanza, las casas se llenaban de bichos y de hiedra... Algunos dejaron la aldea, y el bosque ocupó lo que ellos abandonaban, hasta que poco a poco, pero irremisiblemente, tuvieron que irse todos, pues los pocos que quedaban no veían ninguna razón para vivir en continua y solitaria lucha. Fue como si desapareciera todo. La aldea quedó vacía, la gente dejó incluso de pasar por allí, y todo se olvidó. Nadie podía vivir en un sitio donde ni siquiera se podía tener una cosecha de patatas o centeno.

—¡Increíble!... ¿Y nadie ha vuelto por allí?

—El bosque venció—dijo Gumersindo en un tono que denotaba cansancio y resignación—. Es como si hubiese desaparecido incluso de nuestra memoria, como si fuese un vacío. Solo hay bosque, y nadie tiene nada que hacer allí.

»Hace tiempo, uno de Roxofrey desapareció sin más cuando intentaba buscar un atajo hacia Estraxiz, por lo que todo el mundo pensó que se había perdido en ese bosque. Ahora, no es más que una de esas zonas malditas que han desaparecido de los caminos y del recuerdo de la gente. No creo que queden siquiera restos de que por allí hubiera alguna vez una aldea...

—Pero abuelo... Si nadie recuerda nada de nada, ¿cómo es que tú sabes todo eso?

—Bueno, podría darte muchas razones, como que soy bastante viejo para recordar cosas que poca gente recuerda, que conocí a muchos de los que allí vivían, aunque ahora estén muy lejos de estas tierras, o que, simplemente, las leyendas y rumores, sean ciertos o no, corren muy deprisa en boca de viejos ociosos. Pero lo cierto es que yo también lo habría olvidado todo, de no ser porque, estando en el Arandedo, años después del gran incendio, se me espantó una becerra, que echó a correr por la presa arriba. Cuando quise alcanzarla la perdí de vista y, buscándola me introduje en ese extraño bosque. Entonces, sin saber cómo ni por qué, empecé a sentirme otra vez en medio del fuego, con las llamas de nuevo a mi alrededor, carbonizando los árboles, que parecían gritar de dolor e indefensión, y los recuerdos volvieron a mi mente con toda la fuerza del primer día..

»Yo logré salir de allí cuerdo, gracias a Dios, y encontré la vaca bebiendo junto al arroyo. Pero si de algo te sirve el consejo de un viejo, hazme caso y no se te ocurra aventurarte por ese lugar.

—No te preocupes, abuelo… A mí no se me ha perdido nada tan lejos de casa—le tranquilizó Suso con la mirada fija en el hipnótico baile de las llamas.
 
Safe Creative #1807027615755

14 comentarios:

  1. Qué bien se te da crear ambientes rurales llenos de misterio. Me ha gustado mucho la leyenda. No sé por qué me da que la menciñeira y su hija tienen mucho que ver con la Xenia del capítulo anterior y ahora estoy muy intrigada porque, si como se deduce ha pasado mucho tiempo, ¿quién es la chica?

    Por cierto, he estado buscando la palabra menciñeira en internet y he descubierto que es una curandera del cuerpo y el alma de origen celta. Voy a seguir investigando a ver qué encuentro.

    Un beso y a ver cómo sigue

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Ana
      Si, la verdad es que, entre "Piel de lobo" y este relato, me estoy centrando mucho en el mundo rural gallego... He de confesar que este relato-leyenda lleva mucho dentro de mi cabeza y lo he modificado varias veces hasta esta última versión, que es la "re-finitiva". Por cierto, me ha llamado la atención tu deducción sobre el paso del tienpo... acuérdate de ello en el próximo capítulo. Y yo encantado de haber suscitado tu curiosidad sobre un personaje tan característico de la cultura gallega y que aúna de manera tan sugestiva conocimiento natural, magia y superstición. Si averiguas más cosas, me cuentas, porque pienso acompañarte todo el verano con este cuento.
      Un fuerte abrazo, Ana

      Eliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo siento Mari Carmen, he eliminado tu comentario por error cuando iba a responder. Me alegro que te esté gustando y muchas gracias por tu fidelidad.Lo que decías que a lo mejor a Suso podría ocurrirsele traspasar esa barrera del bosque maldito... No sé, pero creo que podremos tener alguna pista más en los siguientes episodios, ja ja
      Aqui te espero. Un abrazo

      Eliminar
  3. Leyendas. Siempre hay una leyenda, una historia maldita, un cuento de vieja,... Una leyenda urbana, usando términos actuales, que den sentido a nuestro relato, lo nutra y haga que avance, para bien o mal del protagonista. ¿Qué le ocurrirá a Suso? ¿Buscará de nuevo a la extraña joven? Y hablando de ella. ¿Tendrá algo que ver con aquellas mujeres perdidas tiempo atrás en el incendio de la aldea? Lo veremos...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Las leyendas nutren la cultura popular y, en aquellas tierras donde transcurre el relato, no faltan. Esta leyenda va a conformar el punto de partida de la acción de esos personajes porque, si ya Suso hacía sus cábalas, ahora está seguro de que la chica que acaba de conocer, guarda muchos misterios. Sabiendo lo que ahora sabe, o cree saber, parece que le toca mover pieza en el tablero. Veremos lo que ocurre... En el próximo capítulo, donde a buen seguro, se desvelarán muchos de esos misterios.
      Un abrazo, Bruno

      Eliminar
  4. Uy este Suso, que le va crecer la nariz! porque creo que después de la conversación con su abuelo está pensando en irse corriendo al valle a tratar de resolver el misterio. Porque misterios has creado, Isidoro, nos has dejado preguntándonos quien es la misteriosa muchacha.
    Hay en esta historia en la que te has embarcado los elementos esenciales de toda historia que se precie sobre el rural gallego. Las aldeas aisladas, comunicaciones difíciles, las omnipresentes vacas, los paisanos tomándose su "cunca de viño" en la tarde, bosques oscuros y malditos, leyendas que se pierden en el tiempo... todo bien mezclado para conseguir una historia interesante.
    Me ha sorprendido leer los diálogos, hay en ellos un rebajarse al lenguaje llano para adaptarlos a los personajes, pero además hay, o esa impresión me ha dado, muchos dejes del gallego en las expresiones y la forma de hablar. Hasta parece que hubieras escrito primero los diálogos en gallego para luego traducirlos. Sea como fuere este capítulo transmite la esencia de esos parajes y esa forma de vida, hasta la "pota" de caldo refuerza esa imagen. Y como no, el misiterio colgando de la última frase.
    Un abrazo y hasta el próximo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Parece evidente, verdad? Es lo que haría cualquier hijo de vecino, ja ja. Aunque claro, mejor no se lo contamos a nadie, es nuestro secreto. Pues a veces, mantener un secreto tiene sus consecuencias... Pero bueno, no voy a hablar de más. En el próximo capítulo habrá respuestas.
      En este caso, yo he creado la leyenda, pero los elementos están ahí. Tú lo sabes y lo comentas. No es nada extraño, en esas tierras, encontrar aldeas aisladas a las que tan solo se puede llegar a pie, luchar contra la naturaleza para mantener abiertos los senderos o encontrar a esos curiosos personajes, como dice Ana Madrigal, curanderos del cuerpo y del alma. De ahí que el trabajo de inventar sobre ese material resulte bastante sugerente. Pero... Qué te voy a contar a ti. En cuando a los diálogos, te agradezco que comentes estas cosas porque, si hay algo con lo que me como mucho la cabeza es con adaptar las expresiones de los personajes a su verdadera forma de hablar, pero buscando también cierto estilo literario y, sobre todo, que se entienda bien. El equilibrio es complicado, ya sabes. No lo he traducido, pero sí que he pensado en cómo lo diría en castellano alguien habituado a hablar en gallego (nótese que con Xenia no sigo el mismo tratamiento y algunas veces más oyes hablar de una forma más impostada, lo que también tiene su razón) Y por cierto, hay palabras o expresiones que no he querido cambiar de su original gallego, como la "pota", creo que por motivos personales... Para mí, no es lo mismo una olla de caldo que una "pota de caldo"... ¿O no?
      Un fuerte abrazo Jorge

      Eliminar
  5. Hola hola, ya estoy por aquí, Isidoro, y de cuentista a cuentista te cuento:
    En la estupenda descripción detallada de la taberna destaco los productos de ultramar, en Galicia ocurría sobre todo “antaño” que por ser pueblos marineros llegaban “las cosas de fuera” antes que a los demás lugares. La ambientación de la tasca también me recuerda a tu magnífica serie de “Piel de lobo”, seguro que ambos relatos han nacido de la misma fuente, tu capacidad de observación a determinados paisajes y paisanajes de tu tierra o aledañas a ella.
    Los diálogos logrados, tanto el habla local como los pocos fragmentos de lengua gallega se entienden sin necesidad de traducción. Los personajes de la taberna me parecen prototipos clásicos, pero has sabido impregnar, sobre todo a Cacholo, de características propias, en suma, de personalidad, lo que hace que destaque del resto de los contertulianos.
    Bien trabajada la parte en la que Suso divaga y ensueña con la joven del bosque, se lamenta, hace sus comparaciones con las pocas jóvenes que ha conocido.
    De nuevo te ayudas con los gestos, ¡qué fácil resulta ver a Suso sujetando el cuenco de leche entre las rodillas escuchando al abuelo Sindo!, (un personaje que ya has perfilado en el cap. I)
    Otro detalle de los diálogos es que la conversación no está robotizada, parece escucharse, en especial el párrafo que contesta el abuelo: —Ahora ninguna, y pregunta el chico — ¿Ninguna qué?, y responde de nuevo el abuelo —Ninguna aldea.
    Los tres “ninguna”, la digresión o despiste tan usuales en las conversaciones reales, y el interés insistente de Suso en saber sobre la aldea, resume el buen hacer de un escritor en estos aspectos de los diálogos. También creas expectativas en torno a la aldea. Y por supuesto las dos voces diferenciadas entre el abuelo y el nieto, no hace casi ni falta acotarlas con “dijo el abuelo” “respondió Suso” (has hecho muy bien en evitarlo en la medida de lo posible, aunque entre dos dialogantes es más sencillo que con el grupo de la taberna). Se distinguen con claridad porque además, una es pausada y la otra impaciente. Las voces hablan de cómo son sus dueños.
    Sigo aparte…

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Menudo análisis, Isabel! Y ahora... ¿Qué digo yo? Pues que has visto incluso más de lo que yo he escrito, ja ja. Bueno, vamos por partes. Para que te hagas una idea, esta es una versión remozada y trabajada de un viejo relato que escribí mucho antes que "Piel de lobo". El escribir este último, me animó a completar lo que mucho tiempo antes dejé a medias. De ahí las similitudes y también las características, un tanto estereotipadas, de algunos personajes. En todo caso, cuando haya terminado, hablamos sobre ello, je je. También he de decir que quité descripciones y algunas de las divagaciones de Suso de la versión preliminar por parecerme un tanto aburridas. Sobre las conversaciones, como siempre, das en el clavo. Puede que limar el texto lo haga más correcto lingüísticamente hablando, pero me quedo con la naturalidad, las expresiones propias, las repeticiones innecesarias, las incorrecciones. Ya sabes... Y en esa línea, tampoco me gustan las acotaciones. Como bien dices, en un diálogo dual, por tanto alternativo a no ser que haya silencios, no es necesario aclarar quien habla, lo que además frena el pensamiento del lector, que tiene que ver cómo hablan, no que se lo cuenten. Y en cuanto a las expresiones no verbales, gestos y demás, prefiero estimular la imaginación del lector a partir de las palabras. En fin, es tónica general en mis relatos, salvo excepciones. Y de esto ya hemos hablado... Bueno, vale, lo confieso, no tengo mucha pericia a la hora de acotar un diálogo sin repetir el "dijo", "exclamó", "preguntó" unas cuantas veces, ja ja. Fíjate que, cuando son varios personajes, busco fórmulas que me enviten acotar mucho, como definir claramente el modo de expresarse de cada cual, como comentas... Y bueno, me voy al otro comentario que se me acaba la hoja

      Eliminar
  6. De nuevo estudio de campo (nunca mejor dicho) sobre el roturar del monte, (me informé de que se trataba) Sin que resulte pesado metes la información con naturalidad en la trama, (y como sin querer queriendo aprovechas el incendio para que inconscientemente pensemos en los terribles incendios que asolan Galicia ( a mí, como lectora, me ha sonado la alerta)
    Patata y centeno, claro, ya ves… por aquí plátanos y tomates ;)
    ¡Ayayay ese…”a partir de entonces empezaron a ocurrir cosas…” y ese Suso embusteiro…
    Pues a ver qué pasa Isidoro.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Los datos y la información... Me gustan tus comentarios, porque me permiten hablar "de mi libro"... Aunque todo esto, tú ya lo sabes, la información es imprescindible. Está claro que no todo el mundo tiene por qué saber lo que es "roturar", pero los personajes sí, y el lector no es tonto. Además tiene curiosidad, imaginación e... Internet. Es lo que nos diferencia de esas malas películas en las que (dado que solo hay imagen y diálogo) el propio personaje da explicaciones e información sobre lo que dice, consiguiendo ese efecto tan artificial, ja ja. Lo que tampoco puede hacer uno es excederse en tecnicismos, localismos, etc, ya sabes, que tampoco el lector tiene que leer un texto de tres páginas con el diccionario a mano, ja ja. Pienso yo, vamos
      Y que muchas gracias por tu tiempo y tu generosidad, compañera. Es para mí un privilegio tu compañía
      Un fuerte abrazo

      Eliminar
  7. El bosque ganó, me ha encantado leer la leyenda de la menciñeira, qué bonita palabra que nunca había escuchado. Me he sentido igual que el joven escuchando al abuelo contar ese misterio de la aldea perdida.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La menciñeira viene a ser algo similar a una curandera que usa los productos que la naturaleza proporciona pero realmente es mucho más que eso. Me encanta escribir o contar este tipo de historias de leyendas rurales. Desde hace unos años se está revalorizando mucho la cultura oral y hay iniciativas que recogen estos testimonios en forma de texto.
      Nos vemos en el próximo. Besos

      Eliminar