lunes, 4 de junio de 2018

Mala fama 6. Like a virgin


No es una parte de mi vida de la que me guste hablar, pero ya que he comenzado, no la voy a obviar. Acababa de cumplir los quince. No lo recuerdo por nada en especial, sino solo por la conversación que tenía lugar.
 
—¿Cuántos tiene?—preguntó el gordo a mi tío—.
 
—Quince recién cumplidos—contestó él—.
 
—¡Vaya! La niña bonita.
 
—Sí, ha salido a su madre.
 
—Me refiero al número, cretino.
 
—Bueno, yo de números no entiendo.
 
—No, si ya se ve. Pero regatear sí que sabes. ¡Veinte mil napos! Fue lo acordado.
 
—Desde que la Lola murió, corro con todos los gastos de la cría y, hasta que pueda ponerla en la calle, estoy a dos velas.
 
—No te quejes. Puedes agradecer, que antes de secarse, la planta te dejase su flor, capullo.
 
—También podría colocarle algo de «farlopa» si usted quisiera.
 
—No necesito más camellos... Habla con Manuel. Dile que te mando yo. Que te dé un par de micropuntos. ¡Y déjame con la chica de una puta vez!
 
El gordo era uno de los «jefes» del barrio. «El oso», le llamaba mi tío por detrás. Más que refiriéndose a su corpulencia, por una particular interpretación del apelativo que tenía entre sus hombres, «The boss». Se decía que era un crápula sin escrúpulos. El caso es que, entre ocio y negocio, le daba a la droga, a la extorsión, al vicio y a la corrupción. Por eso, en los fondos más bajos, era también conocido por «The big pig». Él, que no tenía nociones de inglés, decía que le daba igual cómo le llamasen, mientras fuese con «don»: «don Boss», «don Pig» o simplemente Don.
 
El caso es que, después de la presentación, el tío Fran se largó, con sus treinta monedas y su dosis de felicidad, y yo me quedé allí de pie, ante la mirada lasciva del gordo.
 
Podría decir que aquel momento fue el peor de mi vida. Que se llevó los últimos retazos de inocencia. Que me abrió las puertas del infierno. Que anuló y pisoteó hasta la humillación mi dignidad como mujer, como persona. Si, quizá con otra perspectiva podría decirlo. Pero la verdad es que no fue así. Todo eso ya lo había vivido de forma continuada durante los dos últimos años. No. Más bien, aquellos minutos con el gordo, fueron la prueba de acceso a una carrera en la que, hacía tiempo, me habían matriculado y en la que, gracias a mi tío, llegue a licenciarme con matrícula de honor.
 
Mi madre había intentado mantener mis primeros años de la infancia en esa especie de realidad alternativa a la que todo niño tiene derecho, hasta que una sobredosis de «matarratas» echó por tierra su esfuerzo y a ella la enterró. El tío Fran se encargó, a partir de ese momento, de hacerme ver la cruda realidad. Y también de hacer que me la tragase, por muy cruda que estuviese, aun a riesgo de vomitar. Porque, puede que una vagina intacta fuese fuente de ingresos a preservar, pero el resto de mi cuerpo eran clínex de usar y tirar, con los que limpiaba su trépano, a falta de útero que taladrar.
 
En aquel momento, lo único intacto era un himen que ya no protegía ninguna virginidad. Pero eso el gordo no lo sabía. O no le importaba.
 
—¿Así que eres hija de la Lola?... ¿No serás Lolita?
 
A carcajadas río su propia ocurrencia.
 
—Mi nombre es Felicia.
 
—Felicia... Me gusta. Suena como «felatio»
 
Volvió a reír y su enorme barriga tembló como un gran trozo de gelatina grasienta.
 
—Y bonito vestido... ¡Vamos! Enséñame lo que hay debajo.
 
No estaba en condiciones de negarme, así que obedecí. Metí las manos bajo la tela, tiré de las bragas hasta sacarlas por los pies, hice con ellas una pelota y se la lancé a la cara.
 
—¡Vaya! Nos ha salido insolente, la niña bonita... Pero como eres lista, sabrás lo que te conviene... Tu tío te ha traído para que sea yo quien te desflore. Y he pagado por ello, te lo puedo asegurar. ¡Quiero verte desnuda!
 
Dijo esto mientras apretaba mis bragas contra su nariz aspirando con fuerza. Tanto que pensé que lo siguiente sería sonarse los mocos con ellas. Quizás ocupada en este pensamiento, no me percaté de que mi pasividad podía interpretarse como insolencia.
 
El gordo, molesto, chasqueó los dedos y «el flaco» salió a escena. Un tipo desabrido y malencarado, es decir, feo de narices, surgió de los toriles y se vino a mí como una bestia. Me propinó una bofetada con su mano descomunal y rasgó mi vestido hasta dejarme en cueros.
 
—¡Ponla sobre la mesa!—ordenó el «don», y su esclavo, sumiso, me sujetó por ambas muñecas con una sola mano y me arrastró hasta colocarme espatarrada sobre una mesa de salón. Como carne cruda en el cepo del carnicero. Como cruda realidad.
 
El flaco me agarraba del pelo y las muñecas, mientras el gordo se desabrochaba el sofá y se bajaba los pantalones.
 
Bajo su prominente barriga velluda debía de haber un pene, pero yo no llegué a verlo... Ni a sentirlo, por mucho que él se empeñara en lo contrario, a base de empellones contra mi entrepierna.
 
—Tienes unas buenas tetas, para ser del quince—Decía mientras las estrujaba con sus manazas, buscando estimular su poco estimulante miembro.
 
Yo solo veía una panza hinchada y peluda rebotando contra mis muslos y, extrañamente, en lo único que pensaba era en que por fin comprendía en toda su dimensión el porqué del apelativo que mi tío le daba. Y quizás concentrada en esta reflexión, no pensé que mi displicencia podía interpretarse como repugnancia.
 
El gordo, molesto, chasqueó de nuevo los dedos y el flaco comprendió que le tocaba jugar. Sin mediar orden verbal alguna, el esbirro me sustrajo de las garras de su jefe y me giró como a una peonza, poniéndome boca abajo, con las piernas colgando, las muñecas a la espalda y la barbilla contra la tabla.
 
Al no mediar palabra, no sé si la postura obedecía a los deseos del jefe, de poner mi cara a la misma altura que aquella parte de sí mismo que no daba la talla, o a los del lacayo, de evitar que viese lo que se me venía encima.
 
He de reconocer, haciéndole un favor al flaco y flaco favor al gordo, que aquél fue delicado, teniendo en cuenta la artillería que cargaba, y mientras la realidad, cruda y palpitante, penetraba en mi cuerpo a traición, destruyendo el último baluarte de redención, ante mí se dibujaba la figura de un personaje grotesco, entre sátiro y humano, que masturbaba su minúsculo cerebro con imágenes de perversión. Y quizás sumida en esta consideración, no pensé que mi desdén podía interpretarse como arrogancia.
 
El gordo, exasperado, chasqueó de nuevo los dedos y, como si de un resorte se tratase, el esclavo abandonó mi cuerpo y soltó la tenaza de mis manos. Yo reculé por detrás de la mesa y aún mis nalgas tropezaron con su arma en retroceso.
 
Don Big Pig, sofocado y sudoroso, se dejó caer de nuevo en el sillón sin siquiera subirse los pantalones. Si hubo allí alguna vez un pene, éste había vuelto a esconderse, cual caracol que se arrastrase en su propia baba.
 
—Eres una puta descarada, «Felatio»—me dijo mientras me arrojaba de nuevo las bragas, que yo recogí al vuelo—, y lo único que vas a ganar en mi barrio es... ¡Mala fama!
 
El flaco me puso de patitas en la calle, donde me esperaba mi tío. El gordo se quedó con la flor y yo volví con el capullo.
 
«The big pig» no tuvo oportunidad de comprobar el vaticinio de sus últimas palabras. Murió poco tiempo después, cuando alguien chasqueó los dedos y un tipo desabrido y malencarado, perro flaco con distinto collar, le partió el cuello con sus manos descomunales. ¿Quién dijo que el tamaño no importa?
 
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18 comentarios:

  1. Decir que me has dejado sin palabras es decir muy poco. ¿Cómo se puede contar una historia tan dura con esa sencillez y desenfadado? Hay que ser muy bueno, y lo digo en serio, para conseguirlo. Me has hecho pensar que desde fuera las cosas siempre se ven de otra manera. En Felicia hay un fatalismo que conmueve. Eso, sin olvidar la chispa de humor que pone en cada párrafo. Ya digo, muy bueno. Un beso y felicidades

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    1. Pues tú sí que me has dejado a mí sin palabras, ya te lo digo. Porque no pensé que el primer comentario que tuviese iba a ser así. No quería caer en la frivolidad, pero no estaba muy convencido. No es fácil mezclar el humor, la sexualidad, la violencia, la degradación. Hay que tener en cuenta que Felicia narra su historia desde una perspectiva, con una edad y una cultura muy diferentes a la situación que aquí nos cuenta, tal como se puede comprobar en relatos anteriores de la serie. Supongo que no lo leerá igual quien no los haya leído todos.
      Por eso, no sabes cuánto agradezco tus palabras Ana. Es un placer y un privilegio contar contigo
      Un gran abrazo

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  2. Un relato muy duro Isidoro pero narrado con absoluta naturalidad y con el grado justo de "dureza". Recreas la escena con toda su sordidez dándole voz a Felicia, una joven ya vieja que ha sabido de las bajezas del ser humano.
    Y me alegro que al big pig se lo cargaran, también espero que le llegara el turno al tío.
    Besos

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    1. He cambiado muchas veces el texto de este relato, te lo aseguro. Es lo que comentaba antes. Es muy complicado narrar una violación con "naturalidad" y para ello, la voz de Felicia es esencial, porque interviene como elemento de la narracion la propia personalidad y forma de expresarse de la narradora. En cuanto al tío... Bueno, más adelante os contaré algo más, que no quiero hacer espoiler, ja ja
      Muchas gracias por tus palabras, Conxita. Ahora mismo vengo de tu blog y me he leído el relato de Marina. Tremendo. Te felicito por tan buen trabajo.
      Besos

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  3. Como ya conozco a Felicia de haber leído sus desventuras en otros capítulos, te digo que bastante buena ha salido la muchacha, pues estaba condenada a ser carne de paria desde su nacimiento. Menuda inauguración ha tenido de su himeneo, (al parecer, lo único intacto), más bien meneo, del asqueroso cerdo a lo Torrente.
    El lenguaje rebajado a pie de cloaca ¡cómo toca!, dando asco de ellos y pena de ella. El ambiente cutre bordado, visual hasta la grima.
    Lo cuenta en primera persona, como si la cosa no fuera con ella, de manera despegada, al fin y al cabo la vida la ha curtido.
    Total Isidoro, que me has obligado a leerlo de medio lado, como sin querer queriendo, porque hay pasajes y “paisajes” que cuesta mirarlos de frente.
    No sé si el tamaño importa o no, por lo pronto recibe un aplauso tamaño XL, por la forma, el tono, el descaro, el cutrerío de los personajes, que aquí no caben lirismos en rosa, aquí hay garlopa y barro.
    ¡Bravo Isidoro!

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    1. La verdad, compañera, es que estos relatos me cuestan. Aunque no lo parezca. No me gusta utilizar un lenguaje grosero o demasiado explícito en mis textos. Sin embargo, si te metes en estas zarandajas, es difícil eludirlo sin crear un efecto extraño, ya me entiendes, un "mangui" hablando lenguaje culto. Por eso, llegar a ese equilibrio entre lo soez y lo "políticamente correcto", me cuesta un poco. Por eso busqué un narrador que fuese capaz de escribir con cierto lirismo (como tú dices), con mucha ironía, pero también con ese deje heredado de un pasado a pie de calle. Felicia es un personaje que ha evolucionado, no desde 0, sino desde -1, y eso es lo que quiero mostrar.
      Un gran abrazo, amiga

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    2. No eres tú el grosero, Isidoro, lo es, si toca, el personaje. No tienes que justificare ¡faltaría!... y cuando digo que que asco de tío (el gordo pink), a la misma vez pienso que su creador logró retratarlo, y eso es de escritor.

      Y además, es un privilegio poder "vivir" otras vidas diferentes a las nuestras. Te tocó ser puta esta vez Isidoro ;)

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    3. Muchas gracias, Isabel. Tienes toda la razón, y además es la frase de cabecera en mi blog. Escribir es vivir otras vidas, otros tiempos, otros lugares. Y cuando toca ser puta, hay que ser puta.
      Un abrazo enorme

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  4. Y los diálogos, por supuesto ¡los diálogos clavaos!

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    1. Me gusta trabajar los diálogos. Como dice Jorge, me parecen esenciales. Por lo que se dice y por lo que dicen de quien habla.

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  5. Felicia es una antihéroe que hace del fatalismo su forma de vida. Acepta de buen grado el papel que le ha tocado interpretar, y a él se entrega con todas las consecuencias. Una antihéroe, como ya he dicho, y española, cuna de todo tipo de bajezas y degradaciones.
    Son muy duros los inicios de nuestra protagonista, y la naturalidad con la que los narra es espeluznante.
    Un abrazo compañero Isidoro. Nos vemos en el siguiente.

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    1. Exactente Bruno. Yo no lo hubiera definido mejor. Tu comentario, por encima de una opinión, enriquece todo aquello que yo pudiera decir sobre el personaje. Felicia es una narradora de excepción en el submundo de la prostitución. Aceptarlo no es justificarlo, pero sí controlarlo hasta cierto punto. Y la vida le ha enseñado a tomar el control. Tengo otro episodio en mente que ejemplifica este razonamiento. Próximamente, ja ja
      Un fuerte abrazo, compañero

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  6. La pobre Felicia a sus 15 años hace ya mucho que dejó de ser una niña, antes de lo que le correspondía. Como han comentado otros compañeros narras una escena cruda con naturalidad y de manera muy gráfica. A nosotros que hemos ido conociendo a Felicia a través de los diferentes capítulos que has ido publicando, nos duele el maltrato que ha tenido que sufrir por parte de esos dos desalmados con la colaboración de su tío. Has conseguido que las sensaciones que ha vivido la niña traspasen la pantalla, y eso tiene mucho mérito. Los diálogos como también te han comentado, excelentes, algo a lo que personalmente doy mucha importancia en cualquier historia. Muy buen relato Isidoro. Un abrazo, paisano.

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    1. Muchas gracias, Jorge. Me alegro que te haya gustado. Ya he dicho que siempre que trato una escena dura como ésta, me quedo un poco en vilo esperando la reacción de los lectores. Comentarios como el tuyo me quitan un gran peso de encima y me animan mucho. Cuando escribimos una serie de relatos sobre un mismo personaje, una de las preocupaciones es mantener su personalidad a lo largo de diferentes situaciones. Aquí, tiene que verse a Felicia en todo momento y, aunque a veces sean situaciones especialmente dramáticas y otras veces tragicómicas, rayando el absurdo, espero haber mantenido el alma del personaje en cada una.
      Un fuerte abrazo, paisano

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  7. No te preocupes Isidoro, Felicia en estado puro afrontando diversas situaciones.

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  8. A pesar del dolor, siempre me asimbra la narración de los capítulos de Mala fama. Esa forma de narrar desde la inocencia y el desengaño a la vez, como si no fuera con ella, me toca el corazoncito. Y los toques de hunhu, como siempre, hacen las delicias del relato.
    ¡Un abrazo!

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    1. Pues tengo otro en el horno, que guarda relación directa con este relato. Y es que Felicia me lo pide. A mí, personalmente, me encanta el personaje.
      Un abrazo, compi

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