miércoles, 23 de mayo de 2018

Costa da Morte


A mi padre, allá donde esté.

«O Solpor», un lugar adecuado para buscar compañía en la noche más negra. Esa noche en la que, por mucho que la luna llena o todas las farolas del puerto iluminen la calle, la melancolía se pega a tus pasos y te sigue como una sombra. La barra encalada, con encimera de granito azul, me recordaba a los paisajes de mi Santorini natal y, la decoración marinera me hacía pensar en las insalvables diferencias entre esta mar, fría y tempestuosa, y aquel Mediterráneo donde me crié, cálido y acogedor.

Las tripulaciones bebían aguardiente, fumaban y jugaban en su última noche en el puerto gallego. Al alba les esperaba ese océano oscuro, que habían de cruzar una vez más. Soy marino y nací mirando al mar. Amo mi trabajo y sería incapaz de quedarme varado en tierra. Sin embargo, eso no quita que, alguna que otra noche, la nostalgia me invada, como si cada marcha no fuese más que una huida, como si dar la vuelta al mundo no fuese más que un regreso al sol del Egeo que dejé a mi partida pensando que, allende el mar, existía un sol distinto.

Al final de la barra, fumaba una mujer de edad imprecisa. No bebía. Solo miraba el viejo teléfono grasiento de disco giratorio que aún colgaba en la pared, como si esperase alguna llamada desde un pasado ya demasiado lejano en el tiempo. Llevaba botas de agua y un vestido ligero bajo una rebeca de color turquesa. Un atuendo un tanto extraño para la estación, que contrastaba con mi gruesa trenka forrada con piel de borrego.

—¡Hola!.. ¿Puedo acompañarte mientras bebes?

—No estoy bebiendo.

—Pero puedo invitarte a algo.

—¿Qué te hace pensar que me apetece?

—No soy tan listo... Solo pruebo suerte.

—¿Qué estás buscando?

—No lo sé... Una mar en calma, una puesta de sol, que termine esta noche...

—Nada que no vaya a ocurrir.

—No quiero estar solo cuando ocurra.

—¿Cuál es tu barco?

—El Antares.

—¿El carbonero griego?

—Veo que es cierto lo que dicen, que los gallegos preguntan mucho.

—Lo que dicen es que contestan a una pregunta con otra... Sea como sea, yo no soy gallega, tan solo quedé varada en esta playa.

—¿Sí?... ¿Y qué barco te trajo a ti?

—Uno de tantos...

—¡Amigo!, tráeme una botella de ron añejo, un vaso con hielo y lo que aquí, la señorita, quiera tomar... Brindaremos por esta noche y por... «uno de tantos»

—Esta noche no importa, marinero... Solo somos girones de niebla que se funden en la mar. Restos de un naufragio que no terminan de hundirse.

No intenté escrutar su mente. Ya lo dije, no soy tan listo. Solo la miré a los ojos del azul más claro que había visto en mi vida, esperando que ella escrutase la mía.

Y puede que lo hiciera porque, a continuación, me cogió la mano y me dijo:

—Tienes un largo viaje por delante y yo no soy más que un pequeño farolillo en la tormenta.

—A veces, un farolillo es suficiente para llevarte a puerto.

—A veces, la niebla se espesa y hace perder el rumbo al capitán más avezado.

—Yo no soy capitán, y mi rumbo está trazado. Quédate conmigo hasta que rompa el día, que más allá no hay nada.

Ella pareció sopesar mi proposición durante un largo minuto de silencio en el que su mirada, de nuevo, se instaló en el viejo teléfono. O quizá fuera en el reloj de pared que, a su lado, marcaba una hora imposible; el momento en el que el tiempo parecía haberse detenido en aquel bar. Sus palabras, transcurrido ese momento, fueron desconcertantes.

—Tienes razón... Sea. A fin de cuentas, ni tú has venido hasta mí por casualidad, ni yo tengo derecho a eludir mi destino, por muy grande que sea el hastío...

—Bueno, tampoco hay por qué tomárselo así, que no estamos hablando de grandes cambios… Como tú has dicho, ni un farolillo es el sol, ni un marinero gobierna su barco.

—El barco que me trajo era el Bonaire... Un petrolero Lisboeta que se dirigía a los astilleros de El Ferrol para hacer unas reparaciones. Como el trayecto era corto, dejaron que algunas mujeres embarcáramos con la tripulación. Llevábamos meses sin ver a nuestros maridos. A cinco millas del Cabo Fisterra, en medio de la niebla más opaca que nunca hubiera visto, otro barco surgió de la nada. Un carguero francés. Nadie se explicó cómo pudo pasar. Los instrumentos lo situaban a dos millas a babor. Pero la colisión fue brutal. Estallaron los tanques de gas del Bonaire. Solo hubo quince supervivientes. El resto, muertos o desaparecidos.... Las mujeres estábamos hechas a vivir estas cosas desde tierra, pero no a compartirlas.

—Conozco el percal... Y siento mucho lo que te ha pasado. Quizá por eso, ningún amor me espera al otro lado del estrecho. Ninguna mujer tendrá que llorar por mí… Pero no es ésta, noche para recordar. ¡Eh, amigo! ¿Qué pasa con esa botella?

—No era el primer naufragio en esta costa. Tampoco fue el último. Los pecios se acumulan en las profundidades, entre las rocas. Punta Langosteira, Camelle, Cabo Vilán, Camariñas... Nombres con lastre de muerte. Los cadáveres, las familias destrozadas, ya se cuentan por centenares, las almas extraviadas nadie lo sabe. Desde que el Bonaire yace en el fondo del mar, este es mi lugar, junto a ellos… Mi nombre es Consuelo.

—Pues yo odio esta costa, Consuelo. Es tan diferente de mi soleado Santorini. Entiendo que haber sobrevivido a semejante tragedia te haya convertido en una especie de hermanita de la caridad que ayuda a sus semejantes… Pero mi barco zarpa de madrugada rumbo a Filadelfia, así que... simplemente, pégate a mí y deja que la noche nos envuelva.

— Solo te equivocas en una cosa, Petros… Yo no sobreviví.

De repente, mi percepción de las cosas cambió por completo.

—¿Cómo?... ¿Qué?... Ah, entiendo. Por eso estás sola en un bar lleno de hombres... ¡He ido a dar con la loca del pueblo! Esto tenías que decirlo después de haber dejado que me bebiese esa maldita botella de ron... ¡Eh, tú, amigo! Ya no hace falta que me traigas nada… Creo que dormiré en el barco.

Ella me retuvo cogiéndome del brazo. Su contacto fue como el hielo en la piel, a pesar del forro de borrego.

—El Antares zarpó hace un año. Y regresó. En medio de una terrible tormenta que lo hizo encallar en los arrecifes de Punta do Boi. Tu barco se hundió, exactamente a la hora que marca ese reloj. Murieron todos los tripulantes, aunque... nunca se encontraron sus cuerpos. Sus familias, aquellos que les recuerdan, todavía esperan esa llamada de… consuelo.

—Esto es de locos.

—Puede... De locos, pero no de borrachos. De momento, ningún alma perdida ha conseguido que Ramón le sirva una copa. Su realidad y la nuestra, son diferentes, Petros.

—Eso no quiere decir nada... Solo que este tío está sordo... ¡Espera! No recuerdo haberte dicho mi nombre.

—Tú me has buscado. Solo tú puedes verme, marinero. Como solo yo puedo verte a ti. Cuando alguien se dirige a mí, sé que ya está muerto. Es mi sino y mi maldición, guiar a las almas perdidas, a las que nunca volvieron a puerto, hasta que encuentran el descanso. Cuando me has dicho cual era tu barco, he sabido por qué estabas aquí. Yo soy tu faro en medio de la noche más larga. No temas. Has regresado.

Entonces, ella me abrazó. Y ya no fueron necesarias las palabras para comprender.

El amanecer ya clarea el horizonte. «O solpor» está echando el cierre. Consuelo y yo, miramos al mar por última vez, antes de fundirnos en la bruma. Le he pedido que venga conmigo, pero me ha dicho que este es su lugar. «En esta costa, siempre habrá marineros que necesiten mi luz».

Si alguna vez te la encuentras, no tengas miedo. Habla con ella. Quizá no esté por la labor, pero será la única que pueda guiarte. El último faro en A Costa da Morte. Deja que te abrace. Su nombre es Consuelo.
 
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18 comentarios:

  1. Una leyenda marinera maravillosa, Isidoro. El relato está narrado con un tono delicado y atrapante, de esos que te dejan embobado escuchándolo al calor de una hoguera. Y qué decirte del diálogo. Soy un apasionado de ellos y no sabes cómo disfruto cuando leo uno tan bueno como el que has escrito, de esos que consiguen la magia de que en la mente pongas voz a cada uno de los interlocutores, y ya no lees, escuchas. Un diálogo digno de la mejor novela negra. Fantástico. Un fuerte abrazo, Isidoro!

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    1. Muchas gracias por el cumplido, David. Sé que los diálogos son complicados. Les doy muchas vueltas a las frases hasta que creo haber logrado la mezcla correcta de naturalidad y literatura. Frases originales y que además parezcan reales... Nada fácil, tu lo sabes. Así que, repito: muchas gracias.
      Un fuerte abrazo, compañero

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  2. Es verdad lo que dice David. Se te dan de miedo los diálogos. Con ellos consigues enganchar hasta el punto de que me tenías con la boca abierta toda intrigada pero sin esperar el final que no ha pillado desprevenido. Me ha gustado mucho, de verdad. Un beso muy grande y felicidades

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    1. Muchas gracias Ana, me alegro que te haya gustado. Es verdad que en este texto, el diálogo es el plato fuerte. Además, al principio es muy rápido y me preocupaba dar con el tono adecuado. Otra vez muchas gracias por tu opinion. Un beso muy grande

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  3. Un relato en tu línea donde se vé más allá con esos diálogos tan bien buscados. Cuántas vidas se han quedado varados en esas costas y esta historia corrobora una historia de las muchas que se pueden contar. Eres un buen narrador. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Mari Carmen. Ciertamente, me gusta escribir este tipo de historias. Me basé en historias reales para narrar la procedencia de cada uno de los protagonistas. Y la verdad es que, en esa costa no resulta difícil encontrar material, por desgracia. Un fuerte abrazo, compañera

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  4. Cuántas historias se podrían contar alrededor de los faros, esas luces que guían y que salvan vidas o no llegan a tiempo.
    Has escrito un relato de esos que te gusta escuchar cerca del fuego para calmar esos escalofrios al pensar en todas esas vidas que se escaparon y que igual como tus protagonistas siguen vagando buscando descansar en paz. Esa A Costa da morte no engaña.
    Muy buen relato Isidoro.
    Besos

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    1. A que sí. Me encantan los faros. Desde pequeño me fascinaban. Lo que no sé es cómo no he escrito más relatos sobre ello, ja, ja. Este relato es un poco leyenda, un poco homenaje a esa cruda realidad que viven los marineros. Me alegro mucho que te haya gustado, Conxita. Un beso muy grande

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  5. Este relato tiene un sabor especial para mí, Isidoro, porque está ambientado en mi tierra, nuestra tierra porque también es la tuya, y en lugares muchos de ellos que he pisado. Todo él está impregnado de un deje nostálgico, de esa resignación que tanto nos achacan a los gallegos, ese "éche o que hai" que decimos por aquí. Se intuía conforme avanzaba la trama que Consuelo pudiera ser un espíritu errante, pero no lo llegué a sospechar de Petros, buen giro narrativo. No es descabellado pensar que con tantas muertes en el haber de esa costa excepcionalmente bella, los espíritus de los desaparecidos vaguen por cualquier cantina buscando consuelo.
    En cuanto a los diálogos, qué te voy a decir, ya no nos sorprendes pues has demostrado sobradamente tu habilidad con ellos, naturales y que aportan tanto a la historia como a la construcción de los personajes. Es sin duda uno de los puntos fuertes de este cuento.
    Enhorabuena Isidoro por este relato impregnado de esas brumas mágicas que envuelven las costas gallegas. Un abrazo!

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    1. Sabía que, a ti en particular, no te iba a dejar impasible este relato. Al menos porque, a buen seguro, reconocías muchos de los lugares (sino todos) citados. Mucho se ha contado sobre esta costa y sus naufragios, tal como se expone en diversos lugares como el museo del Faro Vilán. Y sí, muchos relatos se pueden hilar con toda esta documentación y, si además te lo cuentan los del lugar, pues muchísimo mejor. Sin querer profundizar, pues como muchas veces hemos dicho, no es este el lugar, he querido acercarme, con esta pequeña leyenda, a ese dramático mundo real, a la vez que enfatizar esa melancolía, resignación, aceptación, que, como tú dices, está, según todos, tan presente en el espíritu gallego. Y totalmente de acuerdo contigo, una costa que, lo que tiene de brava, lo tiene de bella.
      Un fuerte abrazo, paisano

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  6. Preciosa leyenda marinera, Isidoro. Podía intuir lo de Consuelo, pero con Petros me he llevado una sorpresa, ¡tramposo! He visto reflejado a muchos de mis personajes en la resignación que transmite Consuelo; no solemos ser escritores simpáticos que busca la risa del lector, ¿verdad?, aunque a veces caigamos en la comedia.
    Me ha encantado tanto la historia como los diálogos, algo a lo que ya nos tienes acostumbrado y que disfruto como el primer relato.
    Un abrazo, compañero.

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    1. Me suponía que la verdadera naturaleza de Consuelo no era difícil de deducir en cuanto ella contase su historia y, por eso me acogí a la sorpresa final a cargo del narrador. Me alegro de haber acertado y haberos sorprendido. En otro orden de cosas, tengo que darte la razón: no, no somos escritores simpáticos. A mí me gusta el drama y, cuando practico la comedia, siempre lo hago en un tono irónico, sarcástico si quieres. Pero ciertamente, no escribo humor para provocar la risa. Mi intención es siempre dotar de palabra a un personaje, darle vida. Él mismo se encarga de hacer reír... o no. Creo que tú me entiendes.
      Un fuerte abrazo, amigo Bruno

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  7. Me encanta Isidoro cuando vas dejando migas de pan en el camino y, sin embargo, no caigo o caemos casi hasta el final en el verdadero contenido de la historia. Ese recrearte en la tasca caduca, como si perteneciera a otro tiempo… el teléfono negro de pared que ya solo son reliquias… hay un montón de guiños más.
    Luego está EL AMBIENTE: melancólico, parece que la bruma gallega lo impregnara. El ambiente marinero y la esencia de los hombres de mar, de los gallegos ausentes y de los presentes.
    LA DOCUMENTACIÓN que nunca falta, como tiene que ser, en todo tus relatos y cuentos (los nombres de los barcos naufragados)
    LOS DIÁLOGOS, esta vez el de la misteriosa mujer que habla de manera algo ampulosa y triste (con el triple engaño), y el del prota masculino, más sencillo y campechano… al principio creyendo un ligue a la mujer de ojos claro, una viuda, una loca… y resultó que….
    LA PARTIDA FINAL, con la doble acepción de un adiós definitivo y un buen final sorpresivo como todo cuento que se precie.

    Pregunta: ¿Tu padre llegó a leer este relato?, se como sea seguro que le gustaría mucho.
    Un besazo campeón.

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    1. Y a mí que me encanta dejar migas de pan. Sabes, siempre me ha gustado eso de llegar al final de un relato y volver a leerlo para descubrir todos aquellos detales que, por desconocimiento, ha pasado por alto en una primera lectura. Por eso mismo lo practico en mis relatos. Este cuento, como en la peli de "El sexto sentido", va un poco por ahí. Como el detalle de que el camarero no le haga ni caso cuando le pide la bebida, ja, ja. En cuanto al mundo gallego, ya habrás notado que me gusta escribir sobre ello. Bueno, tú sabes, la tierra tira y (estarás, seguro, de acuerdo conmigo), se escribe mucho mejor sobre lo que se ha olido, saboreado, tocado, vivido. A fin de cuentas, siempre lo hacemos, en mayor o menor medida.
      Un detalle: los nombres de los barcos no son los reales, los he modificado a mi gusto, aunque sí que me he basado en naufragios documentados para describir los que aquí se narran. Sí que me hubiera gustado desarrollar un poco más el diálogo para dejar más perfilado el personaje femenino y su "extraño" hastío, como si estuviese cansada de guiar a esas almas perdidas que, a su pesar, tanto la necesitan.
      Te contesto: Mi padre no llegó a leer este relato. Lo he escrito en su memoria y con su memoria. La que permanecerá en mí.
      Muchas gracias Isabel. Un beso muy grande

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  8. El mar,... la mar está llena de almas perdidas,... y quizás más en la "costa da morte",... allí donde una delicada y efímera frontera separa dos realidades diferentes. Me ha encantado tu entrada!

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    1. Muchas gracias, Baile de Norte, me alegro que te haya gustado. Siempre me han subyugado las historias del mar, de esa mar de los marinos. Bella e indomable. Como sus propios mitos. Y no me resisto a traerla de vez en cuando a mis textos. A Costa da Norte es uno de esos lugares que no dejan indiferente, por su dramática belleza. No me extrañaría que alguna Consuelo vagase por sus puertos recogiendo almas perdidas
      Un saludo

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  9. Una leyenda triste narrada con mucha delicadeza. Me ha gustado mucho el personaje de la mujer y la recreación del ambiente, con ese marcado aire poético que sabes darle a los diálogos. ¡Un abrazo!

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    1. Te has dado un buen repaso a lo atrasado, eh, y yo que te lo agradezco un montón, que sé a cuanto se cotiza el minuto de tiempo.
      Me gusta que menciones el tono de los diálogos. Algunas veces, el relato me pide un diálogo natural y realista, pero otras, me sale la vena poética y no puedo evitar darle ese toque como alejado de la prosaica realidad, ja ja. Me alegro que te haya gustado.
      Un beso grande y hasta poquito

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